Valientes
El ministro del evangelio es llamado a un servicio duro y plagado de peligros. Debe enfrentarse a un enemigo: el pecado en todas sus manifestaciones—en el mundo y en la iglesia.
Su lucha es encarnizada; el enemigo no da tregua, y la consigna de ambos lados es ¡Victoria o muerte! El ministro debe ser valiente porque el conflicto, aunque cruel y violento, muchas veces ocurre en lugares aislados, lejos del aliento y los aplausos de los espectadores que lo animen. El valiente tiene dominio propio, es sencillo, bondadoso; carece de mal genio.
Jesucristo manifestó la clase de valor que se necesita.
Existe también un coraje artificial, ruidoso y orgulloso cuando no hay adversarios a la vista, pero que se esconde, como una tortuga en su caparazón, tan pronto como se avecina el peligro. El auténtico valor cristiano, al contrario se manifiesta cuanto más se acerca al peligro, y permanece callado cuando todo está tranquilo.
Whitefield fue un hombre valiente—con verdadera valentía cristiana. Ni amigos ni enemigos pudieron desviarlo de lo que consideraba el deber cristiano. Siempre se mantuvo firme, para que nadie le quitara su corona.
Prudentes
Algunas personas desestiman la prudencia, y dicen: «Dejemos las consecuencias en manos de Dios». ¿Las consecuencias de qué? ¿De nuestra imprudencia y nuestros desatinos? Dios no nos librará de ellas aunque las dejemos en sus manos.
Aun cuando parezca indiferencia, Dios simplemente deja que los acontecimientos sigan su curso normal, para que sus hijos —equivocados— reciban la disciplina. Dios no rompe la relación causa-efecto.
En realidad, lo que lastima mortalmente a la iglesia es la falta de reflexión y la ausencia de sabiduría y prudencia. Por muy buena que sea una persona, si planta espinos, no cosechará uvas.
Cuando consideramos la personalidad de Whitefield es imposible negarle una cuota importante de autentica prudencia.
Trabajadores
El tiempo del que dispone un ministro del evangelio es escaso y su tarea enorme. A su alrededor ve infinitamente más cosas que las que puede hacer. Las consecuencias de realizarlas o no son eternas.
Haga lo que haga, sólo podrá salvar a algunos, pero no a todos; pero, ¡qué espantoso será saber que por su negligencia aunque sea una persona, se pierda! De todas las personas, el ministro del evangelio es quien está más comprometido con su tarea.
¿Existe acaso labor más importante que la de un pastor?
Nadie puede dudar ni por un instante que Whitefield merece ser reconocido como un hombre trabajador. Laboraba con alegría, se deleitaba con su trabajo. Para él predicar en medio de pruebas y dificultades era como estar en el cielo; y eso por sí solo ya constituía una recompensa suficiente en su andar, aunque no hubiera otra.
Caballeros
El buen comportamiento —la buena educación— es como el sol radiante: no cuesta nada, y hace que todo brille y agrade más. Un ministro del evangelio no tiene derecho a ser un payaso; y, tanto en un sentido literal como espiritual, quienes tienen a su cargo las vasijas del Señor deben tener sus manos limpias.
Con todo el ardor y el celo que lo caracterizaba, su robustez invencible, su coraje intrépido, y su ánimo incansable, Pablo fue siempre un caballero. ¡Es digna de admiración su buena educación y cortesía en presencia del rey Agripa y el procurador Festo cuando conversó con ellos! ¡Qué elegante y regio fue su aplomo y su lenguaje frente a los jueces y abogados en el Areópago de Atenas!
Y, ¿cómo imitaremos a Jesucristo sin ser caballeros en todos los aspectos de la vida? Solo recuerdo un payaso en la Escritura, el escandaloso Nabal: que fue categóricamente condenado, y hasta su propia mujer testificó que era un necio, y la Palabra nos lo describe como un glotón y un borracho (1 S. 25).
Whitefield fue ante todo un caballero, por naturaleza y por formación. Tenía sensibilidad, tacto, y una sincera benevolencia hacia los sentimientos ajenos. Su compañía resultaba agradable; su manera de hablar y sus modales le permitieron el ingreso muchas esferas de influencia, a las que no podría haber accedido para ejercer su influencia como cristiano y como ministro del evangelio de no haber sido un caballero.