Consagrados
Para ser un siervo de Dios eficiente, que conquiste almas, resulta esencial que se sustente a través de la devoción. Ya que, después de todo, ¿en qué consiste nuestra cristiandad? ¿Cuál es la característica de las Escrituras que la hace diferente de todos los demás libros?
Cuando nuestras esperanzas terrenales se derrumban ¿cuál es, entonces, la característica cristiana que más necesitamos y debemos procurar?
Es obvio que la vida devocional —la que pone al espíritu en contacto con su Creador, y lo eleva por encima del poder de esta tierra permitiéndole vislumbrar el cielo.
Cuando advertimos que alguien necesita consuelo, le recordamos fundamentalmente la devoción. Ella ha sustentado a mártires en calabozos, en la tortura, y en la hoguera —devoción que hoy rinda paz y alegría a millares de seres afligidos por el dolor—, haciendo que un mundo no creyente sienta que el evangelio de Cristo es una poderosa fuerza en el alma humana. Para los fieles, la filosofía escondida por esta realidad es un misterio inexplicable.
La devoción es el fruto de la fe pero, a su vez, esta se enriquece con la práctica de aquella. Es la expresión natural, el desarrollo de nuestra fe en Dios y nuestro amor hacia él.
¡Qué vida tan devota la de Cristo en esta tierra! Al final de una jornada agotadora, de incesante labor, acosado en todo momento por las multitudes que no le permitían un minuto de descanso, lo encontramos a la mañana siguiente levantándose mucho antes de despuntar el alba, para alejarse a un lugar solitario donde orar. Igualmente antes de elegir y ordenar a sus doce apóstoles, veló toda la noche en oración con Dios.
En sus epístolas, encontramos los hábitos devocionales de Pablo: eran asombrosos, casi increíbles. A los Romanos les dice: Sin cesar hago mención de vosotros siempre en mis oraciones. A Timoteo: Sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones de noche y día.
A los Filipenses: Siempre en todas mis oraciones rogando con gozo por todos vosotros. A los Colosenses: No cesamos de orar por vosotros.
Podría pensarse que sus oraciones debieron ocupar todo su tiempo: sin embargo, siempre trabajando activamente en múltiples tares, viajaba todo el tiempo, tenía a su cargo todas las iglesias, se dedicaba a sus numerosos escritos.
El carácter consagrado de Whitefield estuvo a la altura de lo que su gran tarea requería. Si estudiamos su diario personal, sus sermones, sus conversaciones, toda su vida; observamos que son el fiel reflejo de los hábitos y características de un hombre de oración.
Conclusión
Si este artículo despierta en los ministros del evangelio y los cristianos un aprecio mayor de lo que es servirle al Señor, sobre todo en el desarrollo real de una vida espiritual más consagrada, será una contribución, importante y muy necesaria, tanto para el ministerio y la iglesia, como para un mundo caído en la maldad.
A mi juicio, el ministerio, la iglesia, y el mundo, necesitan en este momento, más que ninguna otra cosa, más espíritu de oración, una devoción más intensa y más profunda, y un acercamiento a Dios, para que Él pueda acercarse a ellos.
Cuando la iglesia atraviesa por momentos críticos, Dios levanta hombres para un servicio específico. Sus recursos no se agotan. Su poder creador aun puede levantar Pablos, Luteros y Calvinos, Bunyans y Whitefields, o cualquier otro instrumento para cubrir las exigencias de nuestro tiempo.
Es justo preguntrnos: ¿Necesitamos esa clase de hombres de Dios en la Iglesia de hoy? «Oremos, pues, para que el Señor envíe obreros a la mies».
Artículo condensado de C.E. Stowe, Señales del hombre de Dios, 1854.
Tomado de GUÍA PASTORAL 1998 Logoi, Inc.
Usado con permiso.