El pastor no solo debe preocuparse por su esposa, sino que también debe ocuparse de sus hijos. Debe cuidar de ellos.
De nuevo, hay muchas cosas aquí que se solapan en las observaciones. La habilidad de un hombre para proporcionar un liderazgo espiritual no solo se verá en su matrimonio, sino también en la forma en la que ejerza la autoridad como padre.
No podemos infravalorar la influencia que un padre tiene sobre sus hijos. Así como un marido debe amar a su esposa como Cristo ama a la Iglesia, también debe el padre amar y disciplinar a sus hijos en la forma en la que nuestro Padre celestial nos ama y nos disciplina a nosotros.
El niño forjará sus ideas sobre Dios según se ejerza la autoridad paterna. Un padre no se limita a proveer en el área física del niño, proporcionándole comida, ropa y abrigo.
Un padre debe darle una dirección espiritual en lo emocional, intelectual, espiritual y, de este modo, el niño aprenderá el significado de la vida por medio de su padre. El niño adquiere los valores de su padre y estos van determinados por el Dios que ese padre adore en su vida.
Un niño es capaz de darse cuenta de que, aunque su padre vaya a la iglesia los domingos, lo que realmente le excita y lo que verdaderamente le interesa es si su equipo de béisbol gana la liga o no.
Observa a su padre. Le ve en la iglesia, cantando los himnos con pocas ganas. El predicador empieza a hablar y papá empieza a apagarse como si estuviera esperando que llegue el “Amén”.
Luego ve a su padre sentado ante el televisor, viendo jugar a su equipo de béisbol. Está sentado en el filo de su asiento y está pensando, ¡uau, esto es importante! Y el chiquillo se hace a la imagen de su padre.
Su alma se ve afectada por lo que su padre ama, lo que su padre adora y lo que su padre sirve. Y va creciendo y se convierte en un “hombre”. ¿Qué es un hombre? ¿Qué es un hombre? Un hombre es alguien que juega a ir a la iglesia pero que es “masculino” en el campo de deporte. ¿De dónde has aprendido eso? ¡De mi padre! Así es como adquiere sus valores.
Cuando leemos el capítulo veinte del libro de Éxodo, esto es lo que el Señor le enseñó al pueblo de Dios junto con el segundo mandamiento: el niño aprenderá el significado de la vida y heredará un sistema de valores que quedará definido y determinado por el dios que su padre esté adorando.
Éxodo veinte, desde el versículo cuatro al seis:
“No te harás ídolo, ni semejanza alguna de lo que está arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No los adorarás ni los servirás; porque yo, el Señor tu Dios, soy Dios celoso, que castigo la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me aborrecen, y muestro misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos”.
Veréis, si un padre adora al dios de su propia imaginación, no solo haciéndose falsas imágenes de él esto produce una idea de Dios contraria a su revelación. Esa idolatría de lo que es supremamente valioso y verdadero, se transmitirá en todo tipo de formas al hijo que se está formando a la imagen de su padre; luego pasa al nieto y, así, hasta la tercera y la cuarta generación.
Por medio de su adoración, ese hombre generará y transmitirá a sus hijos y a sus nietos un criterio de vida hecho de valores distorsionados. Dios dice en su palabra que esto formará parte de su juicio contra ese hombre porque Él es celoso de su propio nombre y de la revelación que ha dado de sí mismo.
Por el contrario, si el padre ama y obedece al verdadero Dios vivo, si guarda su pacto y aprende a amarle a Él y a su prójimo, recibe la promesa de que su amorosa misericordia visitará a los hijos y les transmitirá un sistema de valores definido por el verdadero Dios vivo. Crecerán para honrar sus mandamientos y sus leyes; recibirán aliento, como su progenitor, para aceptar al Dios de sus padres. Ahora, os ruego que me prestéis atención.
No estoy diciendo que todos los hijos de todos los hombres cristianos se convertirán y serán salvos. Tampoco estoy diciendo que todos los hijos de los hombres inconversos no serán nunca salvos. A lo que me estoy refiriendo es al hecho de que la verdadera religión se suele pasar de una generación a la siguiente, dentro de la estructura de unos padres piadosos y que, a menudo, esta forma de ser padres es el medio primordial que Dios utiliza para la evangelización.
Nuestra fe en Dios y los valores que llegan hasta nosotros, junto con nuestra adoración y servicio al verdadero Dios, influirán de hecho en nuestros hijos y nuestros nietos.
Espero, pues, que podáis ver por qué Pablo incluye al hombre como padre en su descripción de aquellos que están cualificados para el ministerio. Pablo dice a la iglesia: mirad, si queréis saber si un hombre puede influenciar a los demás con la religión verdadera, ved qué tipo de influencia tiene sobre sus propios hijos.
La naturaleza misma de la propia religión, falsa o verdadera, es lo que se transmite de padres a hijos. De manera que, si un hombre puede influenciar espiritualmente a sus hijos y llevarles al verdadero Dios, Jesucristo, podéis esperar que la tenga también sobre los demás para la causa de Cristo.
Así pues, en primera de Timoteo capítulo tres, versículos cuatro y cinco Pablo nos habla del hombre que tiene las cualificaciones que se reflejan en su capacidad como padre. Debe gobernar bien a su propia familia, tener control sobre sus hijos con toda dignidad, “Que gobierne bien su casa, teniendo a sus hijos sujetos con toda dignidad (pues si un hombre no sabe cómo gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la iglesia de Dios?)”.
Aquí, Pablo relaciona claramente el liderazgo del hombre en el hogar con el liderazgo en la iglesia. Si sabe ejercer autoridad y liderazgo en su hogar, tendrá la misma capacidad y la aplicará de la misma manera en la iglesia. Si su dirección tiene resultados beneficiosos en el hogar, entonces la iglesia puede esperar que ese mismo tipo de gobierno aporte beneficios a la iglesia.
De manera que Pablo dice que tiene que tratarse de alguien que gobierne, es decir, que esté al frente, como si de un presidente se tratara. Debe conducir y guiar procurando el bien de aquellos a los que está dirigiendo (en el hogar a sus hijos).
Debe hacerlo de modo que les dé protección y los ayude para beneficio de los niños. Sus órdenes han de ser las adecuadas. Deberá ejercer autoridad y mantener el control de la situación para que proporcione beneficio a los que están a su cargo y se sientan a salvo bajo la administración de una dirección semejante.
Cuando todo esté bien gobernado, las cosas no serán un caos, ni estarán fuera de control y las personas se sentirán seguras. Debe mantener el control sobre sus hijos con toda dignidad para que el niño se someta a la autoridad y al gobierno del padre.
El niño no es un esclavo que recibe la brutalidad y es azotado para que obedezca como si fuera un perro apaleado. Sumisión significa que hay disposición para acatar la autoridad, un deseo de seguir al líder, porque respetan a su padre. Confían en él, le aman y quieren agradarle. Este es el tipo de control al que Pablo se refiere cuando dice “dignamente”.
He visto a padres y abuelos que tratan a sus niños de forma demencial y los humillan. Esto no es digno. Nuestro liderazgo debe dar dignidad al niño. Que los hijos menosprecien a su padre es algo muy feo; no le respetan y le sirven como un esclavo golpeado, fruncen el ceño, se burlan de él y hacen gestos con sus ojos porque se les ha obligado a hacer algo. Eso es terrible; no dignifica.
Pero qué hermoso es ver a un niño que quiere complacer a su padre. Qué bello es ver cómo llevan los valores de su padre en el corazón. En el momento en que empiezan a hacer sus elecciones, comienzan a vivir de una forma que su padre aprueba por completo. Están aprendiendo a servir al Dios de su padre y esto es algo muy hermoso.
Cuando la iglesia ve que los hijos del pastor le obedecen con amor, asisten a los cultos de adoración con todo respeto, prestan atención al ministerio de predicación de su padre, el efecto que esto produce sobre ellos es obvio. Cuando crecen, sus elecciones demuestran que han abrazado los valores de su padre.
Entonces esa iglesia recibe la prueba de que ese hombre no es un hipócrita en su hogar. Es dueño de la conciencia de sus hijos. No es de una forma en el púlpito y de otra en privado. Vive con integridad y coherencia para ganar la aprobación de la conciencia de su esposa y de sus hijos. Por medio de sus vidas, la esposa y los hijos del pastor están diciendo a la iglesia: “este es un hombre digno de confianza; es un hombre fiel; es capaz de influenciar vuestras almas para vuestro beneficio espiritual”. La esposa y los hijos se convierten en parte de sus cualificaciones para el ministerio.
En Tito capítulo uno y versículo seis dice que el hombre debe ser: “[…] marido de una sola mujer, que tenga hijos creyentes, no acusados de disolución ni de rebeldía”. Observad de nuevo que la preocupación que el apóstol tiene, en el versículo seis, es que debe ser irreprensible.
El pastor debe ser el ejemplo de un creyente cristiano maduro, un hombre que sepa cómo aplicar el Evangelio en sus relaciones más íntimas dentro de su familia. Una vez más debo preguntar: “¿dónde irrumpe el pecado en la vida del pastor si no es en su relación con sus hijos y en la de estos con él?”
Tiene que ser capaz de conducirles en el Evangelio y enseñarles a reconocer sus pecados, confesarlos e instarles a poner su fe en Cristo, que murió por los pecadores. Asimismo tiene que acercarse a ellos en esas ocasiones en las que él ha pecado contra ellos y preguntarles: “¿puedes perdonarme, por favor?”. De esta manera el niño aprende el Evangelio desde ambos lados, desde el del pecador y desde el de la persona a la que se pide perdón. Es el padre quien tiene que enseñar esto. Él aplica el Evangelio. Es irreprensible.
La credibilidad del Evangelio y del nombre de Cristo halla integridad en la vida de su hogar. Si el pastor no está viviendo su fe en su hogar y en su familia, entonces el pueblo tiene derecho a preguntar: “¿qué diferencia hace el Evangelio?”. Si no puede cambiar al hombre que está en el púlpito, ¿puede cambiar a alguien? Por ello, Pablo dice que tiene que tener hijos que crean.
Como ya nos enseñó el pastor Meadows en nuestra conferencia, no debemos interpretar que los hijos del anciano deban ser verdaderos creyentes, verdaderos cristianos. Entender el pasaje de este modo haría que el padre fuese responsable de la fe del hijo como si él mismo pudiera llevarle al nuevo nacimiento y darle el don de la fe y del arrepentimiento. Esto no es bíblico; solo el Espíritu Santo puede dar la vida regeneradora, la fe y el arrepentimiento al niño.
En Mateo diez, versículo treinta y cuatro, Jesús nos dice que nuestros enemigos espirituales se encontrarán entre los miembros de nuestra propia familia. Mateo diez, versículo veintiuno dice que los cristianos serán perseguidos por los miembros de su propia familia. ¿Están exentos los pastores de estas cosas? ¡No!
Lo que Pablo nos está diciendo es, más bien, que esta palabra “fe” puede traducirse legítimamente por “fiel” o “fidedigno” y “digno de confiar en él”. Se utiliza cinco veces en las Epístolas Pastorales como dichos fieles; son palabras en las que se puede confiar. Se usa en Mateo veinticuatro, versículo cuarenta y cinco cuando habla del “buen siervo y fiel”. Describe a ministros potenciales en segunda de Timoteo dos, versículo dos: “Y lo que has oído de mí en la presencia de muchos testigos, eso encarga a hombres fieles […]”.
Del mismo modo, el hijo de un pastor debería tener esa encomiable reputación de fidelidad. ¡Sí! Esperamos que un hogar gobernado por el Evangelio sea bendecido con la promesa de la amorosa ternura de Dios que encontramos en el segundo mandamiento.
A medida que criamos a nuestros hijos, les evangelizamos y oramos por ellos para que el Espíritu de Dios penetre en nuestra disciplina y en la instrucción del Evangelización que les damos. Pero, queridos hermanos, yo no puedo hacer que mi hijo crea. No puedo obligar a mi hijo a que se arrepienta sinceramente. No puedo darle el nuevo nacimiento.
Sin embargo, como padre cristiano y como pastor, soy responsable de entrenar a mi hijo para que sea fiel, para que sea digno de confianza, para que se pueda confiar en él. Hermanos, hasta los incrédulos pueden hacer esto. Aun ellos pueden entrenar a sus hijos para esto.
Aunque el niño no crea, aunque pueda llegar a rechazar la fe y al Dios de su padre, abrace una religión falsa y viva la vida de rebeldía del hijo pródigo, por lo menos debe ser respetuoso hacia la autoridad de su padre. Si vive en el hogar del padre, y sobre todo si ese es el caso, puede ser un incrédulo, pero debe mantener ese hogar irreprochable. Debe seguir manteniendo el buen orden de esa casa.
Recuerden, el hogar no puede desacreditar al Evangelio. Esta es la preocupación de Pablo. Por este motivo dice que el hijo no debe ser acusado, ¿lo entendéis?, no debe ser acusado de ser disoluto o rebelde. De nuevo, las cuestión es “ser irreprensible”, no dar lugar a la acusación. ¡Ojalá que el hogar pueda recibir el elogio de tener integridad bíblica!
Disoluto significa algo suelto, que no tiene principios éticos, que es temerario y salvaje. La rebeldía es una insubordinación, una insumisión, una mentalidad contra toda autoridad. Por otra parte, la fidelidad, un hijo creyente, no es lo contrario de la falta de fe, sino de la rebeldía. Esto es lo opuesto a la fidelidad.
El pastor no debería criar hijos desobedientes e indisciplinados. Sus hijos no deberían ser mocosos malcriados que hacen estragos en la iglesia, que no respetan la autoridad, que son indisciplinados y que van por libre.
Ahora bien, el pastor puede tener un hijo obstinado. Es posible que tenga cuatro hijos tercos y que requieran una severa disciplina. El niño puede ser difícil de manejar. Esto hace que la iglesia pregunte: “¿está ejerciendo el pastor una respuesta bíblica adecuada a este reto?”
Dios creó a este niño en el vientre de su madre y es un potro salvaje desde la edad de… ¿cuántos años? Dejadme pensar cuando fue la primera vez que vi ese tipo de cosas en mi hijo. Lo que quiero decir es que, desde muy temprana edad, yo diría que ya desde la cuna, puedo recordar cosas de mi hijo mayor que merecían disciplina.
¿Qué hacemos con esto? Bueno, la iglesia tiene que ver que, si tienes un hijo obstinado, estás aplicando una disciplina bíblica adecuada a la necesidad de ese niño. Si es un chico difícil, ¿cuál es tu comportamiento? ¿Te limitas a quedarte de brazos cruzados, abandonas y dices: “qué puedo hacer? Es un niño obstinado”. ¿O te enfrentas al niño y aplicas toda la disciplina? ¿Está siendo el pastor obediente a la Biblia en la forma en la que está disciplinando a su hijo?
Puede tener un hijo muy, muy sumiso, pero no todos los pastores tienen hijos sumisos. ¡Ojalá todos los tuviésemos! Pero no siempre es así. Algunos de nosotros recibimos verdaderos retos. ¿Nos descalifica esto del ministerio? ¡No! La pregunta es: ¿estamos a la altura del reto? ¿Estamos procurando aplicar una disciplina bíblica o nos limitamos a ignorarlo, excusarlo y dejar que el chico siga adelante con sus cosas porque no tenemos el liderazgo, no tenemos la fuerza de la hombría para enfrentarnos a un niño?
El tema de cómo criar a un hijo en el amor y la disciplina bíblica es algo que no podemos discutir, sino que es algo que se espera que un pastor sepa y dé ejemplo de ello. El pastor debe saber lo que dice la Biblia sobre la crianza de sus hijos y debe demostrar a la iglesia que tiene una encomiable competencia porque es capaz de amar y disciplinar a los que están bajo su autoridad.
De modo que, cuando la iglesia ve que no está dejando que este niño rebelde se salga con la suya, se siente alentada. Sabe que vendrán personas, engrosarán las filas de la comunidad de la iglesia y pondrán a prueba la autoridad bíblica. ¿Los dejará el pastor salirse con la suya?
Si encontramos a un lobo que intenta entrar en el rebaño con una personalidad apabullante, agresiva y terca ¿se dejará intimidar el pastor por ello? ¿Dará un paso atrás? ¿Cómo lo sabes? Está bien; tiene un hijo intimidante y obstinado. ¿Qué está haciendo al respecto? ¿Alza sus manos y dice: qué puedo hacer?”. Mi hijo, no, el niño ¿está siendo desobediente otra vez? ¡Sí! Pues agárralo y llévatelo dentro y disciplínalo.
Recuerdo que mi esposa y yo estábamos una vez acostados, exhaustos a causa de mi primer hijo y le pregunté: “¿Cuántas veces le has pegado hoy? Ella me respondió: “¿y tú, cuántas veces lo has hecho?” Y nos regocijamos porque finalmente habíamos alcanzado dígitos simples. ¡Menos de diez veces, ibamos mejorando!
La cuestión no es si tienes un potro salvaje. Personalmente yo preferiría tener un potro salvaje porque una vez ensillado, pueden correr de verdad. La cuestión es: ¿lo estás ensillando? ¿Le estás corrigiendo y disciplinando?
La preocupación es la forma en la que esto puede repercutir en la reputación del hogar. Es la respuesta que demuestra que el hogar está bíblicamente ordenado, que resistirá a las acusaciones y a las calumnias de aquellos que quieran desacreditar el ministerio. Esto es lo que preocupa a Pablo: “que sean irreprensibles; que estén por encima de todo reproche”. Esta es la prioridad del pastor: su propia salud espiritual y la de su esposa e hijos.
El pastor es un hombre cristiano, pero el Espíritu le ha dado dones que le capacitan para influenciar a otros espiritualmente, para que sea un ejemplo y les enseñe las Escrituras dirigiéndoles con una autoridad como la de Jesucristo, que se hizo siervo. Por medio de esta autoridad y servicio se sacrifica a sí mismo en su entrega para dirigir y obligar, con la autoridad del reino, a seguirle como él sigue a Cristo.
Si un hombre tiene los dones para influenciar así a los demás quedará probado en su vida y en sus hijos. Cuando ejerce la autoridad lo hará expresando la de Jesucristo, por la cual se nos permite amar, se nos permite amar. Entonces, ¿te alegras de que tu esposa no haya venido hoy?
¿Qué dirían tus hijos si les pidieras: “por favor, venid y dad testimonio a estos hermanos sobre mi liderazgo en casa”? ¿Te dejarían en evidencia y te harían sentir mal, o te elogiarían? Está claro que ellos saben que tú no eres un hombre perfecto. Saben que no eres un hombre sin pecado. ¿Pero creen que eres un hombre sincero? ¿Te respetan porque saben que te ven luchando honestamente con tus pecados según el Evangelio; que traes el Evangelio para que tenga influencia sobre sus pecados y que llevas a cabo un liderazgo honesto en el hogar para su beneficio espiritual?
¿Te ven como un hombre íntegro, sin hipocresía y te respetan y te aman por ello? ¿Aunque te vean en tus peores momentos, en tu debilidad y en tu pecado, te ven a pesar de todo como un hombre del Evangelio?
Tu esposa y tus hijos son prioridades para ti como pastor.
Si eres un fiel siervo de Cristo, un fiel ministro de la palabra, que ama a sus ovejas y las conduce a verdes pastos como el buen pastor, entonces, cuida primero tu propia salud espiritual y luego ministra el Evangelio a tu esposa e hijos y que el Espíritu te convierta en un hombre piadoso, en un verdadero pastor del pueblo de Dios. Tu esposa y tus hijos agradecerán que hayas sido llamado al ministerio y hayas aprendido a amarles y a amar a los demás con el Evangelio de Jesucristo.
Oremos:
“Padre nuestro, nuestra conciencia nos condena porque sabemos que en muchas cosas todos nosotros ofendemos. Sabemos lo fácil que nos resulta desatender la alimentación espiritual de nuestras esposas, ser negligentes con la disciplina de nuestros hijos.
Todos sabemos lo perversos que podemos llegar a ser y nos buscamos excusas que nos justifiquen aun en lo que respecta al ministerio. Nos convencemos a nosotros mismos de que nuestra negligencia tiene justificación por lo ocupados que estamos en la obra del ministerio. Padre, perdónanos y danos un nuevo propósito.
Permite que, cuando volvamos con nuestras esposas e hijos al final de esta semana, ellas puedan decirnos: “Pareces distinto ¿qué ha ocurrido?”. Que podamos mirarlas y decir: “Dios Espíritu Santo me ha convencido de que necesito amarte a ti y a nuestros hijos con más amor del Evangelio”.
Padre, danos el firme propósito de ser hombres piadosos delante de ti, delante de nuestras esposas y de nuestros hijos. Concede la respuesta a nuestras oraciones para que podamos ver realmente a cada uno de nuestros hijos e hijas en el reino de Dios.
Que podamos, junto con nuestras esposas, conocer la gracia, el amor y el triunfo del Evangelio en nuestros hogares para que Tú puedas ser el Dios de nuestras casas, de nuestros hijos, de nuestros nietos.
Padre, que reconozcamos tu Evangelio, por medio de tu Espíritu, en nuestros matrimonios y nuestra forma de ser padres.
Te rogamos estas cosas para que en ellas podamos ser siervos para Cristo. Que podamos enaltecer el ministerio y ministrar la Palabra de verdad, por el poder del Espíritu, a las conciencias de los hombres para triunfo de nuestro glorioso Rey y Salvador Jesucristo, en cuyo nombre oramos.
Amén”.
Pastor Alan Dunn
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