Cuando yo estudiaba en el seminario, uno de mis profesores le advirtió a nuestra futura promoción de ministros que un día la gente nos estaría observando.
En todas partes y todo el tiempo. Los miembros de la iglesia, nos dijo, quieren creer que su pastor está siempre conectado íntimamente con Dios, que su matrimonio es siempre sólido, que su fe nunca flaquea y que su vida es prácticamente perfecta.
Él profesor nos aconsejó: "Vístanse como pastores, hablen como pastores y den el aspecto de pastores". Yo le puse mucha atención, y seguí su consejo al pie de la letra. En los años que siguieron pulí mis habilidades ministeriales en mi primera iglesia. Aprendí qué decir y qué no decir. La gente comenzó a llamarme un pastor "exitoso", uno que había sobresalido rápidamente, y que tenía una iglesia más grande. Desde afuera, todo se veía bien.
Para cualquier miembro promedio de la iglesia, yo parecería ser un pastor como todos los demás. Pero, por dentro, me sentía como un farsante. ¿Cómo había sucedido eso? Después de algunos años representando mi papel, tuve que enfrentar la verdad: me había convertido en un ministro a tiempo completo y un seguidor de Cristo a tiempo parcial.
Y por eso me detestaba a mí mismo.
Muchos pastores con los que hablo se identifican conmigo en cuanto a esto. Pero no me malinterprete: aman a Jesús, o no se habrían rendido al llamado del pastorado. Pero, como dice uno de mis mentores: "Sin saberlo, la manera como los pastores hacemos la obra de Dios muchas veces destruye la obra de Dios en nosotros".
En vez de estudiar la Palabra de Dios para conocerle mejor, la estudiamos para predicar. En vez de crecer en nuestra vida de oración privada, a menudo decimos nuestras oraciones como discursos ceremoniales para ser oídos. En vez de vivir para agradar a Jesús, vivimos para complacer a la gente.
Adiós a las apariencias
Tuve que ser honesto. Reconocí, de mala gana, que no era primeramente un pastor, sino una persona normal, miedosa, insegura y común. Y si Jesús me amaba de verdad como yo era (yo sabía que sí me amaba), ¿por qué, entonces, debía seguir siendo la persona que no era?
Agonicé por toda una semana. Oré como nunca lo había hecho en muchos meses. Dije: "Señor, ¿debo abrirle mi corazón a la iglesia? ¿Y si me rechazan? ¿Y si hablan mal de mí? ¿Y si me despiden? Entonces me aventuré a dar un paso más: ¿Es esto lo que Tú quieres que haga?
El domingo llegó inevitablemente, y me dirigí al púlpito sin ninguna nota escrita. Mi única preparación era mi corazón palpitante. Con la garganta seca y un nerviosismo indescriptible, miré a los 200 consagrados miembros de mi iglesia. Ellos me devolvieron amablemente la mirada.
Hubo un silencio.
Finalmente, les dije: "Mi relación con Dios no es lo que debiera ser". Mi voz se estremecía con cada sílaba. Nadie se movió. Seguí adelante: "Le confesé esto a Dios, pero ahora lo voy a confesar a ustedes. Me he convertido en un pastor a tiempo completo y un seguidor de Cristo a tiempo parcial".
Se habría podido escuchar el ruido producido por la caída de un cabello sobre el piso.
El mensaje de ese domingo no estuvo adornado de salidas humorísticas ni de citas. No hubo frases ingeniosas ni tampoco un mensaje con puntos que comenzaban con la misma letra. Pero fue un mensaje sincero y no oculté nada.
En medio de mi sermón, comenzó a suceder algo nuevo. Dios se dio a conocer.
Es difícil describir la realidad de Su presencia, pero mucho más difícil no hablar de ella. Algunas personas estaban llorando silenciosamente en sus asientos. Otras sollozaban abiertamente, no tanto por mis pecados, sino por los suyos. Antes de que terminara de hacer mi confesión, muchos se reunieron en el altar para arrepentirse también junto a mí.
Mientras fluían las lágrimas y las palabras, la paz de Dios reemplazó mi temor. La certidumbre de Su presencia quitó mis dudas. Su poder venció mi debilidad. En ese momento, Jesús se volvió tan real para mí como jamás lo había sido antes. Estaba conmigo, y sabía que Él estaba complacido. Sentí la aprobación de esas palabras que cualquier servidor anhela oír: "Bien, buen siervo y fiel".
Desde entonces, me convertí en un seguidor a tiempo completo de Cristo, alguien que además era pastor. No hubo más mentiras ni apariencias.
Pero eso no pude hacerlo solo, necesité a mi iglesia. De la misma manera, su pastor le necesita a usted más de lo que piensa. Muchas veces los pastores nos sentimos asustados y solos. Luchamos con tentaciones y (créame o no) a veces incluso pecamos, creyendo falsamente en algún escape engañoso. No tomamos tiempo para nosotros mismos, y muchos nos sentimos culpables si lo hacemos. Nuestras familias sufren al igual que nuestra relación con Cristo.
Es por eso que su pastor necesita sus oraciones, apoyo, simpatía, estímulo y amistad.
Entonces, dígale a su pastor lo que Dios está haciendo en su vida, y él estará dispuesto a oírle. Trate a su pastor como un ser humano, a alguien como usted, que está tratando de seguir a Jesús. Ése es uno de los mejores regalos que puede darle.
Cómo orar por su pastor
Ponga en práctica un pequeño experimento. Ore, enfocándose en estas áreas durante dos semana.
Por aislamiento y vida de oración personal. Cuando "los asuntos de la iglesia" comienzan a sustituir al tiempo personal con Dios, es posible que el pastor comience a confiar en sus propias fuerzas. Ore para que él tenga hambre de comunión con Dios, aunque esto le parezca inconveniente o innecesario.
Por confianza en su identidad en Cristo. Ore para que su pastor 1) busque todo el tiempo su seguridad de Cristo solamente, y 2) reciba una nueva revelación del amor y de la aceptación de Dios para él personalmente, no sólo para los demás.
Por florecimiento de la relación familiar. La esposa y los hijos de un pastor están también bajo presión, y pueden sentir que están compitiendo con la iglesia. Ore para que el pastor haga de su familia una prioridad.
Por una actitud dócil y humilde. Algunas críticas son desagradables e infundadas, y tienen que ser rechazadas; otras son importantes, y pueden ser extraordinariamente útiles. Ore para que su pastor crezca en humildad y para que acepte ser alguien que está aprendiendo durante toda su vida.
Por amistades fuertes y genuinas. Ore para que su pastor sea valorado, no sólo por lo que él puede hacer o dar, sino por ser quien es como persona.
Por discernimiento. Aunque muchos lo han oído todo, los pastores luchan muchas veces por encontrar la mejor manera de lidiar con los que vienen a ellos en busca de ayuda. Ore para que su pastor desarrolle una fuerte sensibilidad al Espíritu Santo.
Por sabiduría en asuntos financieros.
Los seminarios rara vez enseñan cómo ser un contador. Ore para que su pastor tenga integridad económica y una actitud saludable en cuanto al dinero, y por personas eficientes que lo ayuden a crecer en esta área.
Los Pastores son Humanos Tambien
En todas partes y todo el tiempo. Los miembros de la iglesia, nos dijo, quieren creer que su pastor está siempre conectado íntimamente con Dios, que su matrimonio es siempre sólido, que su fe nunca flaquea y que su vida es prácticamente perfecta.