¿MÚSICOS O MINISTROS?
Todo empieza en mi iglesia. Un día, cuando yo tenía siete años de edad, me encontraba jugando y corriendo por toda la iglesia mientras el pastor dirigía la alabanza. En ese momento él empezó a ministrar el bautismo en el Espíritu Santo y después de un rato la gente empezó a orar en lenguas. Yo los oía pero no los entendía, sin embargo, algo me llamó la atención.
La presencia de Dios era tan fuerte que yo dejé de correr, cerré mis ojos y, sin saber cómo, empecé a orar en lenguas y mientras oraba comencé a llorar y a sentir cosquillas en el estómago. Era la primera vez que experimentaba la presencia de Dios. Luego abrí mis ojos, me sequé las lágrimas y seguí jugando por toda la iglesia. Ese encuentro con la presencia de Dios me hizo sensible al Espíritu Santo y desde entonces sé cuando Él se manifiesta en mí.
A los trece años, en el Encuentro, se rompieron las cadenas que me impedían saltar y levantar mis manos. Un día, mientras cantábamos en la iglesia «que dulce es estar en tu presencia, contemplando la hermosura de su santidad», empecé a llorar sin control y la imagen de Dios se reveló a mi vida.
Ese fue mi primer encuentro con el Rey. Yo quise levantar mis manos en señal de reverencia pero me daba vergüenza porque nadie más lo hacía, pero cuando cantamos «santo, santo, mi corazón se une a la melodía angelical», no aguanté más y extendí mis manos al cielo. Sentí cómo mi espíritu se unía con el Espíritu de Dios. Sentí la verdadera libertad de adorar a Dios, pues su santidad se había revelado a mi vida.
Durante muchos años fui un adorador de momentos, pero no 24/7. Solo me acercaba a Dios cuando pasaba por tiempos difíciles o por conveniencia. Pero eso cambió cuando mis padres se divorciaron y llevaron a mi papá a la cárcel. Me di cuenta que estaba «solo». En medio del dolor y la soledad apareció una «Y» en mi vida, seguir a Jesús o descarriarme e irme al mundo. En ese momento decidí que mi refugio sería ¡la presencia de Dios! Él se reveló a mi vida como el padre que nunca me falla y empecé a cantar «Padre, en ti estoy en mi casa. Padre, en ti seguro estoy.
Padre, en ti encuentro la paz , mi buen Padre, mi amor», no fue hasta ese momento que yo empecé a ser un adorador. Para ese entonces ya pertenecía al ministerio de alabanza de la iglesia El Lugar de Su Presencia, pero era un simple músico que solo le importaba tocar bien su instrumento, lucirse y ser la estrella de la iglesia.
Nadie me había explicado cómo ser un ministro o qué hacer para lograrlo. Aquí es donde entró mi pastora Rocío Corson con su amor y dedicación. Ella no sabía música, pero empezó a liderar el ministerio de alabanza.
Eso fue una confrontación para mí porque, ¿cómo puede una persona que no sabe música (y que es mujer) liderar a un grupo de músicos? Pues ese era el plan de Dios porque Él no quería músicos sino ministros. Por eso puso a una súper ministro a liderarnos, una persona que respira a Dios, que huele a Dios, que moriría por estar en su presencia. Detalles que no son fáciles de encontrar en un músico.
Un día, en un ministerial, la pastora nos preguntó: «¿Qué pasaría si ustedes tuvieran un accidente y perdieran una mano o se les dañara las cuerdas vocales? ¿Se acabaría su razón de vivir? ¿Dejarían de adorar a Dios? ¿Cómo adorarían a Dios sin su instrumento?».
En ese momento entendí muchas cosas. Me quitaron una venda, me di cuenta que mi instrumento simplemente era una herramienta para adorar, pero no era lo más importante. Allí me comenzaron a formar como un ministro y la pastora empezó a inyectar en nuestras venas pasión por Jesús, un término que yo no conocía, pero que estaba dispuesto a experimentar.