Usted conoce probablemente la parábola de la oveja perdida: un hombre que tiene cien ovejas descubre que una está faltando. Yo solía pensar que la parábola tenía que ver con la evangelización de los no cristianos.
Pero cada vez más, pienso en que el principio de esta parábola también muestra el amor de Jesús por los miembros de su cuerpo que se extravían. Lea el pasaje teniendo ese pensamiento en mente.
Si un hombre tiene cien ovejas y una de ellas se extravía, ¿qué hará? ¿No dejará las otras noventa y nueve en las colinas y saldrá a buscar la perdida? Si la encuentra, les digo la verdad, se alegrará más por esa que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, no es la voluntad de mi Padre celestial que ni siquiera uno de estos pequeñitos perezca. (Mt 18.12-14 NTV).
La parábola de Jesús menciona el gozo de la reincorporación al rebaño de la oveja perdida que se había extraviado. Entiendo que ningún gozo se iguala al de ver a un creyente nuevo venir a la salvación en Cristo. Sin embargo, me gustaría decir que lo siguiente debe ser recibir con los brazos abiertos a quien fue una vez un consagrado seguidor de Jesús, que ha vuelto a la comunión del rebaño.
Aun antes de que Jesús se diera a conocer como el Buen Pastor que busca, rescata y cuida a todas sus ovejas, Dios habló del amor de su pastor en el Antiguo Testamento. Es claro que Dios se preocupa profundamente cuando una de sus ovejas se extravía, lo cual es razón para que nosotros también nos preocupemos.
Cada parte del cuerpo es necesaria.
Un estudio realizado acerca de adultos no cristianos, revela que casi cuatro de cada diez personas en Estados Unidos dijeron que evadían a las iglesias por sus experiencias negativas con ellas o con personas cristianas.
He visto a amigos marcharse heridos de mi comunidad de la fe, y me he dado cuenta de que mi vida y mi iglesia no han vuelto a ser las mismas. Sin embargo, muy pocos -hemos ido en busca de ellos. A veces me pregunto si es que utilizamos de manera despreocupada el término “familia de la fe”, porque con toda seguridad la mayoría de nosotros buscaría y trataría de sanar a los heridos de nuestra familia carnal que se alejaron con tanto dolor.
Cuando los cristianos se marchan, perdemos el valor de su experiencia, sus habilidades y su sabiduría. ¿Cuánto poder hemos perdido nosotros, el cuerpo de Cristo, por no actuar con determinación para buscar, encontrar y sanar a nuestras ovejas lastimadas?
En 1 Corintios 12.12, 13, el apóstol Pablo escribe: “El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero. Lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo… Pero todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, y todos compartimos el mismo Espíritu” (NTV). Luego pasa a argumentar que cada parte tiene necesidad crucial de las demás (vv. 14-20).
¿No se aplica eso a las personas que han desaparecido de nuestra comunidad? Con demasiada frecuencia hemos permitido que Satanás nos tienda una trampa en este debate. El engañador sugiere que podemos ofender al tratar de hacer volver a quienes se han ido, y que solo empeoraríamos su herida. Nos dice que debemos darles tiempo. Siembra la duda haciéndonos pensar que nos falta sabiduría para abordarlos. La verdad, como es de esperar, es muy diferente.
Otra investigación revela que un número considerable de quienes una vez fueron miembros de una iglesia, está dispuesto a volver. Aunque muchos de ellos no están buscando activamente una comunidad de fe ahora mismo, un 62% está abierto a la idea de regresar. En otro estudio, se descubrió que más del 75% de los miembros inactivos de las iglesias pudieran participar de nuevo en la vida de una congregación si son escuchados y nos preocupamos por ellos. Ya se trate del 62%, del 75%, o de algún otro porcentaje intermedio, las implicaciones son enormes.
Entonces, ¿qué podemos hacer para que regresen?
Puede ser más fácil de lo que pensamos. Una vez más, la información es alentadora. En términos generales, el 41% de quienes han dejado la comunión de la iglesia, considerarían la posibilidad de volver si un amigo o conocido les invitara. Y aproximadamente el 60% de los adultos jóvenes entre 18 y 35 años de edad dijeron que responderían positivamente a una invitación.
Pero, he aquí una advertencia: las ovejas que vuelven al rebaño pueden estar todavía un poco confundidas, vacilantes y poco dispuestas a confiar en la comunidad de la iglesia. Necesitan de gracia para sanar.
Todos tenemos necesidad de gracia, tarde o temprano, y lo más probable es que sea temprano. Si la Biblia nos dice que no hay ninguna condenación en Cristo (Ro 8.1), entonces nuestros hermanos heridos ciertamente no necesitan que usted o yo les condenemos. La gracia nos obliga a ir hacia ellos, en vez de alejarnos. Como dice un personaje de la obra “El gran dios Brown”, de Eugene ‘Neill: “El hombre nace roto. Vive gracias a los arreglos. La gracia de Dios es el pegamento”.
Pablo nos da un ejemplo estupendo de gracia y restauración en su carta a la iglesia en Éfeso. Aunque el apóstol había invertido tanto en el discipulado de ellos, los nuevos creyentes cayeron en viejos patrones de conducta poco después de que él se marchó. Si yo estuviera en el lugar de Pablo, me habría encolerizado.
Le habría dicho a la iglesia que tuviera mejor comportamiento, y que deberían sentirse muy culpables por haber fallado tan rápidamente. Pero Pablo no hizo nada por el estilo. Su carta a los Efesios nos dice cómo debemos responder a los que abandonan la iglesia. En vez de comenzar con un sermón en cuanto a su mala conducta, Pablo les recuerda quiénes son en Cristo: hijos amados, adoptados, redimidos y sellados. Y solamente después de afirmar la identidad de los creyentes, habla de lo que es necesario que cambien.
Las ovejas heridas que valientemente se arriesgan a regresar a su comunidad de fe, necesitan esta clase de atención. Tienen que ser afirmadas y que se les recuerden quiénes son en Cristo. Necesitan saber que Dios les ama, no importa cuánto tiempo hayan permanecido extraviadas, o que tan airadas puedan estar con otros cristianos, la iglesia, o incluso Dios mismo.
Lo mismo se aplica en cuanto a la manera como debemos tratar a quienes se alejaron de la fe y se atrevieron a volver. Después de todo, pensemos en el sorprendente cuadro que pinta Jesús del amor del padre hacia su hijo pródigo en Lucas 15.11-32. Este joven se rebeló, pecó y sufrió las horribles consecuencias de sus decisiones.
Se dio cuenta de su pecado, y desesperado y humillado decidió arrojarse a la misericordia de su padre. Sus decisiones egoístas deberían haberle hecho perder los privilegios que tenía como hijo, y estaba seguro de que su conducta lo había separado de su padre. Pero en la historia de Jesús, la posición del padre en cuanto a su hijo nunca había cambiado.
El simbolismo es impresionante. El padre corrió —de una manera poco digna, pero movido por gozo y amor— hacia su hijo desgreñado y avergonzado, y ordenó que le trajeran el mejor vestido. En el contexto cultural de esa época, los oyentes de Jesús habrían conjeturado que el “mejor” vestido era propiedad del padre, el cual usaba solamente en ocasiones muy especiales.
Para recibir tal honor, el hijo, que había estado alimentando cerdos y viajado una larga distancia para volver a casa, debía por lo menos haberse bañado primero antes de ponerse la ropa limpia. Pero con un gesto asombroso, el padre puso esa ropa sobre la mugrosa ropa de su hijo descarriado, como una cobertura protectora de perdón, aceptación y salvación, para que no fuera ya condenado por otros que hubieran juzgado su conducta. Este es un mensaje de sanidad para las ovejas heridas.
Para quienes se marcharon por las palabras hirientes o las acciones de otros miembros de la iglesia, el mensaje es el mismo, pero la peregrinación puede ser un poco más delicada. Se necesita tiempo para que recuperen la confianza. Estemos preparados para caminar con ellos con compasión y paciencia.
Cada oveja ausente importa.
Mi oración es que, como el cuerpo de Cristo, lleguemos al convencimiento de que nunca debemos abandonar a ningún miembro del rebaño. Tenemos el llamado a esforzarnos por buscar tanto a las ovejas que se marcharon porque fueron heridas, como a las que tomaron malas decisiones y se extraviaron.
Tenemos la responsabilidad de hacer todo lo posible para restaurarlas, y mostrarles el arrollador amor de Jesús. Recordemos lo que nos dice Santiago 5.19, 20: “Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados”.
Tal vez estemos observando, ciertamente, una epidemia de vidas preciosas que se están apartando. Algunas investigaciones indican que cada semana, hasta 150.000 personas podrían estar dejando la iglesia. Pero ¿qué pasaría si estuviéramos dispuestos a hacer algo al respecto? ¿Qué pasaría si todos los lectores de esta revista buscaran a tres personas que conocen, que han dejado la comunión con la iglesia o que se han extraviado? ¿Qué pasaría si usted y yo nos preocupáramos por ellas y las invitáramos a volver? Aunque no respondan todas, ¿qué pasaría si una de ellas acepta hacer otro intento?
Imagine el gozo que hay en el cielo cuando estas ovejas heridas regresan al rebaño. Los avivamientos comienzan con estos sencillos actos de fe y gracia.