Se trataba de una cena de enamorados para parejas de todas las edades. Era una velada maravillosa, uno de esos acontecimientos elegantes tan especiales en que aun los hombres dedican un poco más de tiempo para prepararse.
Las mujeres estaban bellas y radiantes con sus mejores galas y los hombres se destacaban con sus trajes y corbatas.
La música suave se entremezclaba con las risas y las conversaciones mientras las luces de las velas, las flores y la fina porcelana sobre los manteles de lino creaban un ambiente romántico. Steve me había solicitado que fuera el orador de aquella noche.
Me invitaron a subir al estrado mientras los invitados seguían enfrascados en animadas conversaciones y disfrutaban de deliciosos postres.
Por un momento me pregunté si me sería difícil captar la atención. Sin embargo, apenas mencioné el tema: “¿Sabe tu esposa que la amas?”, se produjo un silencio inmediato en la sala. Las parejas se concentraron y “bebieron” cada una de mis palabras. Al menos las mujeres no se perdían ni una.
Cuando comencé a explicar los sueños y los anhelos que una mujer tiene en cuanto al matrimonio y cuán a menudo se siente herida o desilusionada cuando esos anhelos no se alcanzan, prácticamente todas las mujeres de la sala asintieron con la cabeza. Al mismo tiempo la mayoría de los hombres manifestaron indiferencia o se mostraban escépticos hacia lo que yo decía. El mensaje que trasmitían sus rostros era claro: Esto no tiene nada que ver conmigo. Apenas si logré contener mi impulso de saltar de la plataforma, hacer contacto visual con cada uno de ellos y decirles: “Mejor será que escuches esto. Si no lo haces, tu matrimonio podría estar en serios problemas y tú ni siquiera enterarte”.
Al finalizar mi charla, se les invitó a quedarse conversando un tiempo más. Noté que las mujeres de inmediato iniciaron conversaciones animadas con las otras damas de la mesa. Al rato, muchas de ellas se levantaron y vinieron hasta donde yo estaba para darme personalmente las gracias por lo que había expresado. Otras me llevaron aparte para susurrar comentarios como: “Mi marido no me tiene en cuenta”. “Me siento morir interiormente y no sé que hacer”. “Si permanezco con mi marido es por mis hijos”. “Esperaba otra cosa de mi matrimonio”. “Él ya no es el mismo que cuando estábamos de novios”. “He llegado al punto en que creo que ya no vale la pena el esfuerzo”. “Creo que Dios no desea que yo sea tan desdichada”.
En mi oficina de consejero con frecuencia escucho comentarios como éstos por parte de mujeres que los expresan con el rostro bañado en lágrimas. En esta velada en particular, me tomó por sorpresa la cantidad de mujeres cuyo dolor era tan intenso que se arriesgaron a expresar su angustia en un sitio público y en un evento dedicado a celebrar el amor en el matrimonio.
Antes de que finalizara el encuentro, busqué oportunidad de hablar con algunos de los hombres. “¿Cómo marcha su matrimonio?”, les preguntaba sencillamente. Para un hombre, la respuesta podía resumirse en dos palabras: “Todo bien”.
Mientras conducía de regreso a casa aquella noche, cavilaba en las respuestas contrastantes que había obtenido de las mujeres y los hombres. No podía dejar de percibir que lo que había observado aquella noche indicaba algo más profundo.
Si bien siempre he sentido una seria preocupación por los matrimonios en problemas, esa noche mi preocupación se acrecentó. Tantas mujeres se sentían heridas y sin esperanza, mientras sus maridos ni siquiera eran conscientes del dolor de ellas. Mi experiencia como consejero me dice que si se pasa por alto el descontento y la desilusión, éstos tienen el potencial de destruir todo el gozo y la felicidad de la que alguna vez gozaron como matrimonio.
Si te identificas con esta historia, aunque sea un poco; este libro es para ti. Sin embargo, tenemos la esperanza de que también pueda ser de ayuda a los esposos desconcertados por la aparente desdicha de sus esposas, o quizá también para amigos o familiares que deseen ayudar.
Nos apasiona este tema porque hemos observado una epidemia que va en aumento de mujeres que se dan por vencidas y se separan. Creemos que esta tendencia puede revertirse, ¡Y debe revertirse! Deseamos con ferviente anhelo que comprendas el riesgo de descuidar tu matrimonio; pero sobre todo, queremos que te des cuenta que siempre hay esperanza aun cuando parezca que el matrimonio está terminado. Incluso cuando estés a punto de darte por vencida.
Si una vez se ganaron el corazón el uno del otro, pueden volver a hacerlo. Con un plan, perseverancia y oración, sabemos que puedes tener un matrimonio que permanece.
Queremos ayudarte a comprender mejor a tu marido y mostrarte algunas formas en que puedas animarlo a que preste atención a tus heridas y enojo. Te daremos estrategias para cuidar de ti misma, conectarte nuevamente con tu esposo, resolver los conflictos, manejar el enojo y la pérdida, recordar los buenos tiempos y acercarte al Señor.