Dios me ha Hecho Reír | Mensaje para mujeres por Charles Spurgeon
"Sara dijo entonces: «Dios me ha hecho reír, y todos los que se enteren de que he tenido un hijo, se reirán conmigo". Génesis 21:6
Que la anciana Sara fuera honrada con la llegada de un hijo era algo que estaba muy lejos del poder de la naturaleza y opuesto a sus leyes. En el mismo sentido, está fuera de todas las leyes naturales que yo, un pobre, incapaz y condenado pecador, reciba el regalo del Espíritu del Señor Jesucristo en mi vida. Yo vagaba sin esperanzas y por una buena razón, dado que mi vieja naturaleza estaba seca, atrofiada, estéril y maldita como el más árido de los desiertos. Aun así, se me permitió producir el fruto de la santidad.
Que mi boca se llene de gloriosa risa por la extraordinaria y sorprendente gracia que recibí del Señor, dado que fui encontrado por Jesús, la semilla prometida y él me pertenece para siempre. Hoy elevaré salmos de triunfo al Señor, el que «nunca [me] olvida, aunque [esté] humillado» (Salmo 136:23) porque «mi corazón se alegra en el SEÑOR; en él radica mi poder. Puedo celebrar su salvación y burlarme de mis enemigos» (1 Samuel 2:1).
Así como Sara sonrió con ternura a su hijo Isaac y rió en un arrebato de gozo con todos sus amigos, tú también, alma mía, puedes alzar los ojos a Jesús y pedir que el cielo y la tierra se unan contigo en «un gozo indescriptible y glorioso» (1 Pedro 1:8)
Deseo que todos los que se enteran de mi gran liberación del infierno y mi bendita salvación, que me «visitará desde el cielo» (Lucas 1:78), puedan reír con gozo junto conmigo. Me sentiré encantado de sorprender a mi familia con mi paz que sobreabunda, deleitar a mis amigos con mi creciente felicidad y edificar a la iglesia de Dios con mis agradecidas confesiones de alabanza. Incluso me encantará impactar al mundo no creyente con mi amable conversación cotidiana.
En El progreso del peregrino de John Bunyan (1628-1688), dice que la doncella Misericordia reía dormida, y esto no debe extrañarnos, porque ella soñaba con Jesús. Y mi gozo no será menor al de ella mientras mi amado Salvador sea el tema de mis pensamientos diarios. El Señor Jesús es un profundo océano de gozo y en ese mar se sumergirá mi alma para disfrutar de los deleites de su comunión.
Así como Sara sonrió con ternura a su hijo Isaac y rió en un arrebato de gozo con todos sus amigos, tú también, alma mía, puedes alzar los ojos a Jesús y pedir que el cielo y la tierra se unan contigo en «un gozo indescriptible y glorioso» (1 Pedro 1:8).
Nuestro Señor nos ha dado todo lo que necesitamos en Jesús, y uno de sus mayores regalos es el profundo gozo que habita en nosotros, aun en los momentos de mayor dificultad. Quizás por eso se nos dice: «El gozo del Señor es nuestra fortaleza» (Nehemías 8:10).
Y una vez que nuestra prueba ha finalizado, ese gozo debe incrementarse incluso más. Esto nos trae a la mente el «gozo indescriptible y glorioso» de los israelitas cuando regresaron a Jerusalén de la cautividad. Lo siguiente es un «canto de los peregrinos», que ellos entonaron al escalar la montaña que rodeaba Jerusalén y subir los escalones del templo.
Cuando el SEÑOR hizo volver a Sión a los cautivos, nos parecía estar soñando. Nuestra boca se llenó de risas; nuestra lengua, de canciones jubilosas. Hasta los otros pueblos decían: «El SEÑOR ha hecho grandes cosas por ellos». Sí, el SEÑOR ha hecho grandes cosas por nosotros, y eso nos llena de alegría. Ahora, SEÑOR, haz volver a nuestros cautivos como haces volver los arroyos del desierto. El que con lágrimas siembra, con regocijo cosecha. El que llorando esparce la semilla, cantando recoge sus gavillas. SALMO 126
Padre, que tu gozo se manifieste en mí y fluya hacia los demás.