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    El Deseo de cada Mujer | Stephen Arterburn y Fred Stoeker

    Autor: Stephen Arterburn y Fred Stoeker 6459

    ¿Cómo es posible que 84% de las mujeres que hoy están casadas sientan que no tienen intimidad con sus esposos? Recuerdo una vez que hablé con Al, un solterón que tenía la esperanza de casarse algún día.

    Falta de amor en la pareja, falta de intimidad

    Falta de amor en la pareja, falta de intimidad



    Recuerdo una vez que hablé con Al, un solterón que tenía la esperanza de casarse algún día. “Quiero tener la garantía de que el matrimonio y la relación sexual tendrán éxito y que nunca fracasarán”, musitó Al. “Vengo de una familia saludable y solo quiero lo mejor”. ¿Ah, sí?

    Al contestarle, le recordé que, como cabeza del hogar, era el que debía garantizar el éxito del matrimonio. “Si quieres tener éxito, depende de ti. Sólo debes someterte a la unidad, en reverencia a Cristo. Aunque no es una tarea sencilla, al menos, tú eliges”. No sé si alguna vez llegó al altar, pero lo que sí sé es esto:

    Muy pocas parejas alcanzan la unidad debido a los muchos obstáculos que encuentran. Alcanzar una relación de intimidad no depende tanto de las emociones; depende por completo de las acciones.

    La unidad tiene sus condiciones. Si cumples con ellas, la consecuencia es la intimidad emocional. Si no las cumples, morirán las emociones. Debemos actuar como es debido o, para ser más precisos, con justicia. Si lo hacemos, los sentimientos vienen como consecuencia.

    Cuando nos llamamos cristianos pero no actuamos como tales, Jesús objeta con indignación: “¿Por qué me llaman ustedes Señor, y no hacen lo que les digo?” (Lucas 6:46) Con una profunda determinación debemos apartarnos para Él, renunciando al derecho de elegir nuestro propio camino. Después de todo, Dios anhela que seamos uno con Él. Todo el plan de salvación se creó para que pudiera relacionarse con nosotros. ¿Cumples con las condiciones?

    La unidad en el matrimonio se asemeja mucho a esto. Al igual que la salvación, tiene lugar en un preciso momento. Durante la boda, Dios te declara uno con tu esposa.

    Los “sentimientos” de Brenda hacia mí habían muerto. No se refería a los de unidad, sino a los de intimidad que fluyen de la unidad. Cuando llegó el momento de revivir esos sentimientos, tuve que hacer algo más que comprar flores o llevarla a cenar bajo la luz de las velas, aunque esas cosas tuvieron su lugar.

    Tuve que actuar como si fuéramos uno. Cuando lo hice, volvieron los sentimientos de intimidad. Estoy hablando de algo formidable: la poderosa experiencia de unidad con tu cónyuge. Con todo, para alcanzarla deberás reconocer al menos dos cosas sobre la unidad:
    1 – es una palabra de acción y
    2 – requiere sacrificio

    UNIDAD EN ACCIÓN
    Cuando te entregas a Cristo, te vuelves uno con Dios. Sin embargo, en otro sentido, no se produce en un solo momento. La unidad con Cristo se desarrolla a lo largo del tiempo, a medida que “nos ocupamos de nuestra salvación” a través de la santificación (véase Filipenses 2:12).

    Nos volvemos parecidos a Él. En este sentido, la salvación solo nos da la oportunidad de ser uno con Cristo. Sabemos por experiencia que la unidad con Cristo no es más automática que la unidad con nuestras esposas. Nuestra salvación se expresa en un proceso continuo de crecimiento espiritual en el cual nos encontramos fuertemente involucrados.

    Tomemos, por ejemplo, la pureza sexual. De un momento al otro, la salvación nos liberó para que seamos puros en la sexualidad; pero en otro sentido, la salvación sólo nos dio la oportunidad de ser puros en lo sexual. Todavía debemos elegir la unidad con Cristo.

    “La voluntad de Dios es que sean santificados; que se aparten de la inmoralidad sexual” (1 Tesalonicenses 4:3) Por lo tanto, la unidad es un acto. A pesar de que los sentimientos de intimidad fluyen de la unidad, esta en si no es un sentimiento, es una forma de ser.

    El hecho de sentir culpa por mis pecados sexuales no me hace uno con Cristo. Predicar en contra de los pecados sexuales no me hace uno con Cristo. Caminar en pureza sí me hace uno con Él. Si soy puro en el aspecto sexual, Jesús y yo somos uno en este sentido. Si no lo soy, no lo somos.

    Muchos hombres blanquean sus vidas con el lenguaje y las costumbres de la cultura cristiana. Satisfechos con la salvación, evitan el enérgico trabajo de la sumisión, necesario para la unidad con Cristo.

    ¿Quién establece las condiciones de la unidad en el matrimonio? Tu esposa. Más precisamente, la esencia de tu esposa. Y eso quiere decir que habrá algo de sacrificio de tu parte.

    EL ENFOQUE DEL SACRIFICIO

    El siguiente pasaje de la Escritura, puede ayudar a iluminar el cuadro: Asimismo (como Cristo amó a la iglesia) el esposo debe amar a su esposa como a su propio cuerpo.

    El que ama a su esposa se ama a sí mismo, pues nadie ha odiado jamás a su propio cuerpo; al contrario, lo alimenta y lo cuida, así como Cristo hace con la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo. “Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo”. (Efesios 5.28 a 31)

    La unidad no yace en el sentimiento de amar a nuestra esposa como a nosotros mismos, sino en el acto de amarla como a nosotros mismos. Debemos tratar las convicciones y los dones de su esencia de la misma manera que tratamos a los nuestros.
    Dios dice que el esposo y la esposa serán “una sola carne”.

    Hay cosas más importantes que ejercer nuestra autoridad en la relación matrimonial. Una, por ejemplo, es alentar la obra de unidad de Dios en nuestro matrimonio. Preocuparse por cuestiones relativamente triviales, incluso las que son dolorosas, es perder la esencia de un buen matrimonio.

    Ya ves, amar a nuestras esposas como a nosotros mismos no tiena nada que ver con las emociones. Te sacrificas tanto por su esencia como por la tuya ¿o no?. Piensa en esta carta que recibí de una lectora de La batalla de cada hombre:

    “Las cosas no están muy bien aquí en mi matrimonio. Estoy muy enojada con mi esposo por tantas cosas, que no sé qué hacer con todas ellas. Parece que todo ha subido a la superficie y las compuertas del dique están abiertas. Siento como si me hubieran succionado la vida y no sé qué hacer.

    Puedo mirarlo y no siento nada. O siento semejante irritación que quiero gritar. No le hace frente a nada que sea difícil ni tampoco trabaja en nada que lo sea.
    Evita el trabajo duro, sea cual sea, hasta que llega el punto en que lo que tenía que hacer resulta imposible, es una tortura arreglarlo o ya no sirve más para nada.

    Parece que los desacuerdos jamás tienen solución. Cada uno se va a su rincón y salimos de allí obviándonos el uno al otro. Es imposible razonar con él y no sostiene un tema en una discusión, sino que va de un lado al otro y hecha humo por las orejas. Siempre le encuentra la vuelta para que yo termine siendo la culpable. En su mente, él nunca tiene la responsabilidad por nada.

    Ahora que los niños son mayores, los vuelve locos también. Nunca pensé que llegaría a este punto, pero estoy tan cansada que no me preocupa mantenerlos juntos. Y no lo puedo defender más delante de los niños porque son demasiado inteligentes y conocen la realidad. Además, ¿cómo se puede defender su actitud?



    Detesto todo esto. Amo a mis hijos, pero pronto se irán. ¿y entonces qué? Es probable que necesite ver a un consejero para hacer algo con respecto a mis sentimientos, pero para que venga conmigo vamos a tener que estar a las puertas del divorcio como para que se sienta lo suficiente amenazado. Mi matrimonio apesta y estoy demasiado cansada como para que me importe”.

    NO TIENES NI LA MENOR IDEA

    Hablemos un poquito más acerca de las metas de las esposas, de las cuales muchos esposos no tienen ni la menor idea.

    Berenice me dijo: “Mi esposo no capta el concepto de que la casa de una mujer es el reflejo de sí misma, aunque he tratado de explicárselo un millón de veces. En realidad creo que no le importaría vivir en un granero, ni se daría cuenta”.

    Cuando Berenice y Stan compraron su nueva casa, ella quiso remodelar los dos baños que le resultaban demasiado desagradables. Eligió nuevos pisos y empapelados y le pidió a Stan que dedicara algún tiempo para arreglar las habitaciones.

    Eso fue hace seis años. “Esperé y esperé”, dice Berenice. “En seis años no pudo encontrar un solo fin de semana para hacerme feliz. Yo no era una prioridad para él. Cada vez que entraba a esos baños, su apariencia me recordaba que él no se preocupaba por mí.

    Me sentía herida y luego me enojé. Me molestaban todas las cosas que sí se aseguraba de hacer por sí mismo y en especial las que esperaba que yo hiciera por él”.

    La belleza de su hogar era una parte profunda de la esencia del alma de Berenice. No era necesario que a su esposo le encantara poner el papel en las paredes. Solo tenía que hacerlo. Y si no podía hacerlo, debía contratar a alguien que lo hiciera. No hacía falta que desarrollara el mismo apego emocional a su hogar que experimentaba Berenice, pero si debía hacer un esfuerzo de la misma manera que lo hacía para sus propios proyectos.

    Tu esposa anhela ser una contigo. Todo el plan del matrimonio se estableció a fin de que seas uno con ella. Y como las mujeres se crearon para la relación, su prioridad más alta es que honres su esencia como honras la tuya, viviendo en mutua sumisión con ella. Esto es lo que toda mujer desea.

    La mayoría de los esposos no pensamos en lo que nuestras esposas desean en verdad. Ellas quieren una rica comunicación y un lazo que nadie logre tocar. Anhelan florecer en el matrimonio. Quieren que nuestros ojos se encuentren en un diálogo significativo.

    Ve a cualquier restaurante y observa a las parejas mayores. La mayoría elige una mesa pequeña en una esquina. Piden lo que desean comer y casi no se dicen una palabra durante toda la comida. Sus miradas casi no se encuentran. Mientras pasan a tu lado arrastrando los pies hacia la puerta, mírale los ojos a la mujer.

    Es en verdad desgastador. Se ve exhausta. ¿Este era el sueño que Dios tenía para su matrimonio? ¿Es el que tiene para nosotros?

    En las clases matrimoniales, los ojos de todas las mujeres brillan de esperanza y expectativa. El atropello del matrimonio trae muerte a esos ojos. Tu esposa no esperaba que la atropellaras. Antes del matrimonio parecías amable y devoto. Jamás soñó con que la trataras así.

    Es triste, pero la mayoría de los hombres son un espejismo.

    De acuerdo a un reciente estudio, lo que podemos informar es vergonzoso:

    -1. Ochenta y cuatro por ciento de las mujeres siente que no tienen intimidad (unidad) en su matrimonio.

    -2. Ochenta y tres por ciento de las mujeres tiene la sensación de que sus esposos ni siquiera saben cuáles son las necesidades básicas que una mujer tiene de intimidad (unidad) ni cómo proporcionárselas.

    -3. Una gran mayoría de mujeres divorciadas dicen que los años de casada fueron los más solitarios de sus vidas.

    ¿Cómo puede ser? Nuestras esposas tenían sueños muy grandes de unidad y de intimidad. Dios nos llamó a amar a nuestras esposas como a nosotros mismos y a entregar nuestras vidas para ser uno con ellas.

    Amigo mío, debes someterte a la unidad. Se lo debes a tu mujer, en honor a la confianza que ella depositó en ti. Además, el Señor te compró por precio y hasta te dio una de sus preciosas hijas para que sea tu compañera.

    ¿Qué ha sucedido? ¿Cómo es posible que ochenta y cuatro por ciento de las mujeres que hoy están casadas sientan que no tienen intimidad con sus esposos? ¿Qué obstáculos nos han impedido responder al llamado de Dios a ser uno con nuestras esposas?


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    Extraido de: El deseo de cada mujer
    Editorial: Unilit
    por Stephen Arterburn y Fred Stoeker

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