El Evangelio del Reino
(Hechos 17:30). Si Jesús hubiera permitido que el joven rico lo siguiera sin vender sus posesiones, hubiera sido un discípulo malparido. Toda vez que Jesús le ordenara que hiciera algo, se preguntaría: “¿Lo hago o no?”. Esa es la case de personas que tenemos en nuestras iglesias, porque les hemos estado predicando el Quinto Evangelio.
Hemos sido librados de una raza de desobedientes para formar un reino de discípulos obedientes (ver Efesios 2:1-7).
Salvación es salvarnos de nosotros mismos. Cuando mandábamos en nuestra vida, esta terminaba en desastre. Salvación es someterse a Cristo, estar en Cristo, y Cristo en nosotros, estar escondidos con Cristo en Dios, estar perdidos en Él. Es posible que usted no alcance a comprender qué es la expiación, pero sí puede comprender lo que significa someterse al Señor.
Jesús nos compró con su sangre.
Dios nos creó para El. Nosotros obedecimos a Satanás y caímos bajo su dominio. El rescate que el diablo pidió fue que el Hijo de Dios se haga hombre, venga a esta tierra gobernada por él y derrame su sangre preciosa. El Padre y Jesús pagaron el rescate al que nos tenía cautivos. Ahora volvemos a ser de Él, tal como era en el Jardín del Edén antes que comiéramos el fruto prohibido.
Dios “nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de pecados” (Colosenses 1:13-14). Al convertirnos en ciudadanos, somos otra vez de Él y estamos cubiertos con su protección.
Perdernos en Él es salvarnos.
¿Qué significa: “Venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10)? Quiere decir que debemos abdicar al trono de nuestra vida, en el cual hemos estado sentados desde nuestro nacimiento, y cederle a Él el centro de nuestro ser. Antes de conocer a Jesús, yo gobernaba mi vida y así andaba..., desde que lo encontré a Él, Él gobierna, y yo estoy en camino hacia el cielo. “Hágase tu voluntad en la tierra’ se trata de algo para aquí y para ahora, no para mañana o para los siglos venideros.
Cuidado con un evangelio diluido y presentado en cómodas cuotas mensuales.
Los primitivos creyentes se arrepentían, se bautizaban y eran llenos del Espíritu Santo el mismo día. El hablar en lenguas era señal de que el Espíritu los controlaba. Hoy damos muchas vueltas antes de rendirnos a Dios. Es un gran triunfo que, al invitarles, levanten la mano, pero eso no es nada más que un pequeño anticipo. Después de transcurrido un tiempo, alguien dirá: “Pronto vamos a celebrar un bautismo, ¿por qué nos se bautiza? calentaremos el agua del baptisterio, ya hay un grupo de personas que se van a bautizar, ¿por qué no aprovecha?”. Esa es la segunda cuota. Si la persona dice: “Oh, no, la verdad es que no tengo interés en bautizarme”, nosotros le contestamos: “Bueno, no se preocupe. Puede esperar hasta que esté dispuesto a hacerlo”.
El mensaje que proclamaba la Iglesia primitiva era: “Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Esto era una orden, no una opción.
Y luego de transcurrido cierto tiempo, viene la próxima cuota: “Sabe, hermano, tenemos que sufragar los gastos de lo que estamos haciendo aquí en la iglesia y, por eso, diezmamos nuestro dinero. Pero cuando usted diezma, el noventa por ciento que le queda le rinde mucho más que lo que le rendía anteriormente el cien por ciento de sus ingresos, porque Dios multiplicará su dinero”. Apelamos a sus intereses.
Así, en pequeñas dosis, en lugar de infectar a la gente con el evangelio, la inoculamos con pequeñas dosis. Formamos en ellos la actitud y el hábito de que lo que Cristo mandó es opcional.
Jesús dijo: “Mas bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33). ¿Qué cosas? El contexto no deja lugar a dudas, las cosas secundarias son: comida, ropa, un techo donde cobijarse, las cosas elementales de la vida.
Es muy frecuente escuchar que la gente le pide a Dios: “Dame un trabajo mejor”, “te ruego que me sanes”. A veces ponemos a orar por nosotros a todos los amigos y a la iglesia entera. Parece que cuesta mucho convencerlo a Dios. Si hay que rogarle tanto para que nos de las “cosas", ¿no será que es porque no estamos buscando primero su reino? Él prometió darnos todas las cosas sin que le pidamos, si nuestra actitud es primero su gobierno.
Es decir, si Él reina en nuestra vida. Todo lo que yo necesito hacer es obedecerle y, al mirar a mi alrededor, sin duda voy a exclamar: “¿De dónde me vinieron todas esas cosas sin pedirlas? Me fueron añadidas mientras buscaba solo hacer su voluntad”.
La mayoría de los creyentes vivimos como si Jesús hubiera dicho: “Busquen primero qué van a comer, qué van a vestir, qué casa van a comprar, qué automóvil les gustaría tener, cuál empleo le producirá mayores ingresos, con quién se casarán y qué deporte van a practicar, luego..., si les sobra tiempo, si no les resulta molesto, si tienen ganas, por favor, hagan algo para mi reino en sus ratos libres”. En una oportunidad, pregunté a una persona:
-¿Para qué trabaja?
-Bueno, trabajo para comer -me contestó.
-¿Y para qué come?
-Para tener fuerzas para trabajar.
-¿Y para qué vuelve a trabajar otra vez?
-Bueno, para comer otra vez, trabajar otra vez, comer otra
vez. ..
Eso no es vivir, es solo existir. Es una vida sin propósito. Un día comprendí que el propósito de mi vida es extender el reino de Dios. Jesús dijo: “Se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Por tanto, vayan y hagan discípulos ... enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado" (Mateo 28:18- 19).
Jesús quiere conquistar todo el universo para Dios.
El Padre le había dicho: “Hijo, es preciso que tú reines hasta que hayas puesto a todos tus enemigos debajo de tus pies. Pero luego que todas las cosas te estén sujetas, tú también te volverás a sujetar a mí” (ver 1 Corintios 15:25-28). Todo es cuestión de sujetarse a la Autoridad Máxima.
Después de su resurrección, Jesús dijo a sus discípulos: “Toda autoridad me ha sido dada para conquistar el universo para mi Padre. Ahora los pongo a ustedes a cargo de este planeta. Tienen que ir por todo el mundo y hacerlos mis discípulos, bautizándolos y enseñándoles a que obedezcan mis mandamientos"
¡Hagan un buen trabajo!
Es así como, centímetro a centímetro, debemos ir recuperando aquello que pertenece a Dios. Para poder trabajar para su reino, necesito comer y para comer tengo que trabajar. Pero yo no trabajo para comer ni como para trabajar. Trabajo para comer y como para trabajar, para poder extender el reino de mi Señor.
Esto cambia mis valores. No voy a la Universidad para sacar un título; voy allí a expandir el reino de Cristo, y mientras lo hago, también obtendré un título universitario. No trabajo en la compañía Ford para ganar mi sustento y punto. No, estoy allí porque Dios me necesita en ese lugar para extender su reino, y sucede que la compañía me paga para que yo lo haga. Esto no quiere decir que voy a llevar un pulpito y un órgano al trabajo.
Pero sí quiere decir que debo amar a mis compañeros, superiores y subalternos, trabajar mejor que nadie, brillar, hacerles favores y luego procurar hacerlos discípulos de Cristo. Por eso, “todo lo que hagan de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús” (Colosenses 3:17). Esta es la respuesta a la pregunta de Jesús: “¿Por qué me llaman ustedes ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que les digo?” (Lucas 6:46).