EL RICO INSENSATO. Predicas Cristianas de James Smith. 1055
Lucas 12:16-21
«La vida del hombre no consiste en la abundancia que tenga a causa de sus posesiones» (v. 15). Una abundancia de paja no suplirá la necesidad de trigo: tampoco la abundancia de harapos servirá para adornar a nadie.
La vida no consiste en abundancia, sino en tener aquello que es verdaderamente apropiado. Los codiciosos ojos del hombre buscan cantidad, aunque se pudra como el «maná» guardado para el día siguiente. «Considerad los cuervos» (v. 24). «Considerad los lirios» (v. 27). «Vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas» (v. 30).
La vida del hombre no consiste en absoluto en cosas, sino en Dios; así como no hay vida en la paja, tampoco la hay en las cosas del mundo. Los laodicenses tenían abundancia, pero era una porción mísera (Ap. 3:18-20). La vida significa paz, fe, esperanza.
Las cosas del mundo no pueden dar esto.
I. Una porción abundante. «La heredad… había producido mucho» (v. 16). Sus esfuerzos se habían visto compensados con un éxito sin precedentes.
El sol y las lluvias le habían favorecido, y se había derramado sobre su falda el cuerno de la abundancia, y con esta abundante cosecha viene también una oportunidad abundante de hacer el bien llevando a los corazones de los pobres a cantar de gozo.
En el Señor Jesucristo, Dios nos ha dado una abundante porción. Infinitamente ricos son los que lo poseen a Él. Y como consecuencia, sumamente responsables.
II. Un interrogante. «¿Qué haré?» (v. 17). Da gracias al Dador de cada buen don, naturalmente. Pero no, ni una palabra acerca de Dios: mis frutos, mis bienes» (v. 18). ¡Ay, así es la influencia de la abundancia de las cosas de esta vida, para aumentar la perplejidad del poseedor. Cuanto más grano, tanta más ansiedad. Cuanto más dinero, tanto menos placer si Dios es olvidado.
El joven rico se fue entristecido, porque era muy rico. Un niño se sentirá dichoso con una manzana en la mano, y desgraciado con tres, porque tiene más que lo que puede manejar. ¡Qué diferencia con las bendiciones espirituales! Cristo, «la bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella» (Pr. 10:22).
Aquí hay riquezas que satisfacen, y que sanan de toda perplejidad. Pilato dijo: «¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?» Este precioso don de Dios es digno de un nuevo y más grande corazón.
III. Una conclusión razonable. «Esto haré: derribaré mis graneros, y edificaré otros más grandes» (v. 18). No hay nada insensato en esto. Es sabio hacer una mayor provisión para el mayor don de Dios.
Sería bueno que algunos cristianos derribaran sus viejos graneros y edificaran graneros mayores, para hacer más lugar para Cristo, el Don de Dios, en sus corazones; las «inescrutables riquezas de Cristo» se encuentran a menudo fuera de nuestros corazones porque son demasiado mezquinos.
La plenitud de bendición no puede ser contenida en los viejos graneros; debe haber un derribo y un agrandamiento, o bien nos encontraremos con que sufriremos pérdida. Las ventanas del cielo están abiertas, pero no podemos decir que no tenemos sitio suficiente, porque nuestra fe es pequeña.
IV. Una consideración egoísta. «Y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete» (v. 19). Ha sido recibido el gran don de la providencia de Dios, pero: ¿cómo va a ser empleado? Todo para la holganza y la satisfacción del yo. «Mi alma… descansa, come, bebe, diviértete».
Sólo presta atención al yo, y aquí está su insensatez.
Es una insensatez ser entonces egoísta y buscar una dicha permanente donde nunca puede hallarse, en las cosas materiales. Habiendo logrado abundancia, quería ahora descansar en ocio y holganza.
¿No hay muchos que, habiendo recibido una abundante salvación para sí, se gozan en lujos espirituales, y olvidan a los pobres y necesitados fuera del reino de Dios? Es insensato, egoísta y pecaminoso descansar, comer y beber, etc., mientras que otros están pereciendo.
V. Un solemne mensaje. «Esta noche vienen a pedirte tu alma» (v. 20). Es una palabra desveladora para aquellos que buscan su dicha sólo en aquellas cosas que no satisfacen.
La muerte, para el rico mundano, es su declaración de quiebra; mientras sueñan con la paz y la abundancia les sobreviene destrucción repentina y miseria espiritual. Con respecto a sus goces, la muerte «todo lo acaba».
En todos los planes de ellos no entra «Si el Señor quiere». Los que se han preocupado sólo de su propio bienestar nunca pueden recibir el «bien hecho» del Señor. «En cuanto no lo hicisteis a uno de éstos más pequeños, tampoco a Mí me lo hicisteis.» Es cosa bienaventurada recibir, pero aún más bienaventurada es dar.
VI. Una pregunta llena de remordimiento. «¿Para quién será?» (v. 20). ¡Qué sacudida para el corazón, por medio de la espada del Espíritu! ¿Para quién será? Desde luego, no para él.
Su expectativa de «muchos años» queda repentinamente cortada, y la insensatez de su conducta se ve con toda claridad. ¡Ah, que los hombres fueran sabios, especialmente los ricos, para considerar su postrimería! Pero aquí tenemos todavía un pensamiento para el cristiano egoísta: «¿De quién serán estos privilegios?»
Con cada bendición hay privilegio, y con el privilegio una responsabilidad correspondiente. Pon diligencia a que otros reciban del legado de tu propia experiencia; si no, «¿de quién será?».
VII. Una aplicación oportuna. «Así es el que atesora para sí mismo, y no es rico para con Dios» (v. 21). Sea que se trate de un mundano o de un cristiano, actúa insensatamente, si acumula para sí, y no para Dios. Los hombres acumulan para sí mismos recogiendo, y para Dios dando.
El yo clama, Da, da, como el mar codicioso. La gracia dice, Da, da, como el sol generoso. «Allegaos tesoros en el cielo». El yo es una bolsa que envejecerá (v. 33). La mujer que echó su poco dinero en el cepillo de las ofrendas estaba guardando tesoro en el cielo.
El samaritano que dio los dos denarios para el herido hizo lo mismo. Lo mismo con la mujer que derramó su ungüento sobre la cabeza del Señor. El mundo no puede ver las verdaderas riquezas de los cristianos; están en el banco de Dios. ¿Es tu corazón recto para con Dios? ¿Dónde se encuentra? Allí donde esté tu tesoro (v. 34).