Jesús en la Casa - Predicas Cristianas de James Smith - Marcos 2:1-12
Jesús no siempre entra en la casa. Hay algunas en las que se le cierra la puerta a cal y canto (Ap. 3:20).
A veces entra sin ser invitado (Lc. 24:36), pero siempre acepta la invitación a entrar (Lc. 24:29). «Si alguno… abre la puerta, entraré a Él» (Ap. 3:20). Así como el aire se precipita para llenar un espacio vacío, así la gracia de Dios apremia en cada abertura de nuestros corazones. «Abre tu boca de par en par, y Yo la llenaré». Observamos aquí nuevas lecciones, como que . . .
I. Jesús condesciende a entrar en la casa (v. 1). «He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo». El que habita en la altura y la santidad habita también con el de espíritu contrito y humilde (Is. 57:15). El poderoso Dios busca una entrada en nuestros corazones para que podamos «cenar con Él». El que yació en un pesebre no pasará por alto a los pobres y a los necesitados.
II. Jesús llena la casa cuando Él entra. «Ya no quedaba sitio» (v. 2). No hay necesidad de entretenimientos mundanos para atraer cuando Jesús entra. Cuando Él viene trae consigo una gran compañía de nuevos amigos. Cuando la gloria entró en el templo, llenó la casa. Aquél que es la plenitud de la deidad puede ciertamente llenar todo deseo y anhelo del corazón. Llenados con la plenitud de Dios.
III. Cuando Jesús está en la casa su presencia no puede ser ocultada (v. 1). No podemos separar la influencia de la presencia de Cristo, como no podemos tener la rosa sin su fragancia, el oro sin color, ni el sol sin la luz. Si Cristo mora en nuestros corazones, el amor de Cristo se derramará. Cuando Jesús entra Él deja la puerta abierta para que otros sigan, y para que sus palabras puedan ser oídas fuera.
IV. Los que acuden a Jesús pueden encontrarse con dificultades (v.4). Había una multitud de oyentes alrededor de la puerta. Los oyentes a menudo constituyen un estorbo para los buscadores. Algunos son tan rígidos y egoístas que no se moverán ni un poco de sus viejas rutinas para permitir que un pecador llegue a Cristo.
Nunca se encuentran fuera de su banco el domingo, pero no levantarán un dedo para salvar un alma. No entrarán ellos mismos, ni dejar a aquellos que quieren entrar.
V. Los que traen a otros a Jesús no deben tener miedo de nuevos métodos (v. 4). Si no puedes hacerlos entrar por la vía que otros lo han hecho, hazlos entrar por el tejado. Si no pueden salir por la puerta, hazlos bajar desde la muralla en una espuerta. Si no comprenden la palabra «cree», prueba con la palabra «VEN».
Si ellos no quieren venir, ve tú a ellos. ¿Pero qué dirán? Bien, que digan lo que quieran. Aunque te llamen un fanático rompe techos, ¿qué importa si se salvan almas azotadas por el pecado? Ésta es la nueva forma de hacer las cosas.
VI. Algunos nunca acudirán a Cristo, a no ser que sean traídos (v.3). Si este hombre enfermo no hubiera sido llevado a Jesús, seguramente no habría sido curado por Él. Se precisa de cuatro para llevar a un pecador a Jesús: (1) La Ley de Dios. (2) El Espíritu de Dios. (3) La Palabra de Dios. (4) El Siervo de Dios.
VII. Cuando un hombre está realmente deseando ser salvo no se avergonzará de recibir ayuda. Cuán a menudo hemos visto a gente ruborizarse y agitarse cuando se le ha mencionado ante otros su necesidad de salvación. Es como ofrecerse a ir corriendo a llamar a un médico a un hombre que se cree en buena salud.
El etíope se sintió feliz de recibir instrucción, porque su alma estaba profundamente ansiosa (Hch. 8:31), lo mismo que el carcelero (Hch. 16:30).
VIII. Cuando uno esté sanado su vida lo mostrará (v. 12). Nadie puede quedarse igual después de haber entrado en contacto con Jesucristo. El sol o bien ablanda o bien endurece, aviva o marchita. La camilla a sus hombros era evidencia suficiente del gran cambio que se había obrado. Todos aquellos cuyos pecados son perdonados son llamados a glorificar a Dios en su cuerpo.
IX. Cristo es suficiente para todos los que acuden a Él. Él fue todosuficiente para el paralítico, todosuficiente para la fe de aquellos que lo habían traído, todosuficiente para leer los corazones de los mirones que suscitaban dificultades. «Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra» (2 Co. 9:8). «Todo lo que el Padre me da, vendrá a Mí; y al que a mi viene, de ningún modo lo echaré fuera» (Jn. 6:37).
¿Está Jesús en tu casa?