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PREDICAS CRISTIANAS

Poder de Dios Milagros de Jesus Personajes de la Biblia

La Historia de Lazaro

Bob Coy

La historia de Lázaro nos permite saber que no estamos solos cuando se trata de la frustración asociada con sueños, esperanzas y ambiciones que se desvanecen.




Cuando María llegó a donde estaba Jesús y lo vio, se arrojó a sus pies y le dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. JUAN 2:32, NVI

SI SOLO… ¿Puede usted oír la desesperación y el pesar que hay la voz de María? ¿Cuál es el “si solo…” que hay en la vida de usted que, en lo más profundo de su ser, cree que ha sido una falla de Dios? ¿Tiene un sueño que no habría muerto si Dios se hubiera presentado en el momento que usted esperaba, o hubiera cooperado con el plan?

La historia de Lázaro nos permite saber que no estamos solos cuando se trata de la frustración asociada con sueños, esperanzas y ambiciones que se desvanecen. El hecho de que la Biblia no minimiza la realidad, nos permite tener una clara idea de María, de Marta y de la confusión de los discípulos en cuanto a la impresión de que Señor había fallado totalmente.

De haber estado nosotros en los zapatos de ellos, sin la capacidad de prever el resultado de la decisión de Jesús de no apresurarse a ir donde Su amigo enfermo, probablemente nos habríamos sentido de la misma manera. En realidad, eso es lo que sucede todo el tiempo.

¿Cómo pudiste permitir que le dieran el cargo a él, si dirigir esta compañía ha sido la ambición de toda mi vida? ¡Sí solo hubieras hecho que me ganara el agrado de la junta directiva cuando tuve la oportunidad!

¿Por qué me has mantenido soltero(a) si he soñado con el matrimonio desde mi niñez? ¡Si solo no hubieras permitido que esa relación se terminara!

¿No nos diste el deseo de tener hijos? ¡Si solo nos hubieras dicho hace diez años que comenzáramos el proceso de adopción, habríamos podido tener una familia todo ese tiempo!

¿Por qué no me has abierto una puerta al ministerio si mi mayor deseo es servirte? ¡Si solo me hubieras impedido desperdiciar mi tiempo en este trabajo secular que no ofrece ningún porvenir!

Si solo…, si solo…, si solo…, si solo…

Todo el mundo tiene sus “si solo…”, porque toda persona tiene sueños. Desde los más ridículamente absurdos hasta los absolutamente sensatos, ellos son el pan de cada día de la humanidad. Viajar hoy por el aire es una realidad por el sueño que hubo en el corazón de un joven del pasado. En realidad, todo logro humano significativo puede encontrarse en el “embrión de un sueño”.

Marta, María y Lázaro tuvieron también sus sueños. Y considerando el hecho de que eran amigos íntimos de Jesús, imagino que sus anhelos y esperanzas se los habría dado Dios, no su propio interés. ¿Hay en esto una diferencia? ¡Por supuesto que sí! Es la diferencia que determinará si lograremos nuestros deseos.

El Dador de los sueños

Dios es, al final, el dador de los sueños. “Deléitate en el Señor, y él te concederá los deseos de tu corazón” (Salmo 37:4 NVI). Nuestro Padre celestial no nos concede cada uno de nuestros deseos absurdos que imaginamos nos darán la felicidad. Más bien, el Señor planta en nuestros corazones los deseos que Él quiere que tengamos, porque sabe que sólo si andamos en Su divino propósito, le conoceremos en realidad y aprenderemos a deleitarnos en Él.

Los creyentes son la cosecha del sueño que Dios le dio a la humanidad. Él nos creó a Su imagen y puso Su huella en nuestros corazones. ¡Nuestro ADN y nuestro propósito tienen su origen en el anhelo que Él tiene para nosotros! A pesar de las muchas facetas del deseo que tiene Dios para la vida de cada persona, Su propósito fundamental es el mismo: anhela que tengamos intimidad con Él, que nos relacionemos con Él y que respondamos a Su amor por voluntad propia.

¿No son estos los anhelos más profundos que hay en el corazón de usted, el conocer y ser conocido, y el amar y ser amado? Pero parece que muchas veces nos pasamos toda la vida conservando los cadáveres de unos sueños antes brillantes que, aunque pensábamos que habrían de satisfacer nuestras necesidades profundas, nunca cumplieron totalmente la promesa.

La muerte y la resurrección de un sueño

Podría sorprenderle saber que el sueño de Dios dio también un “giro fatal”. Sucedió en el huerto del Edén, cuando Adán y Eva decidieron tomar las cosas en sus manos. En vez de vivir la vida que Dios pensó para ellos, eligieron tener una existencia regida por su yo. A partir de ese momento, la humanidad ha tenido que elegir entre el sueño de Dios y nuestros propios sueños.

Sin embargo, a pesar de la muerte aparente de Su sueño, ¡Dios no renunció a nosotros! De hecho, no escatimó esfuerzos de revivir Su anhelo de tener una relación con nosotros. Nos rescató, pagando el precio supremo: “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21).

Por medio del sacrificio de Jesús, Dios nos ofrece de nuevo lo que Adán y Eva desecharon en el huerto: Su plan para nuestras vidas, el cual, de acuerdo con las Escrituras, es especial para cada persona (Jeremías 29:11; Proverbios 22:6).

Piense en el cuidado que tuvo Dios al crearnos a cada uno de nosotros. “Tú estabas presente cuando yo estaba siendo formado en el más completo secreto. Tú me viste antes que yo naciera y fijaste cada día de mi vida antes que comenzara a respirar. ¡Cada uno de mis días fue anotado en tu libro! ¡Qué precioso es, Señor, darse cuenta de que continuamente estás pensando en mí! Ni siquiera puedo contar cuántas veces al día tus pensamientos se dirigen a mí” (Salmo 139:15-18, La Biblia al Día).

La devolución del sueño

Talvez nuestro sueño parece más allá de nuestro alcance, porque estamos luchando por alcanzarlo con nuestras propias fuerzas. Quizás no va a parar en nada, porque el Señor está frustrando nuestros esfuerzos. O es posible que estemos muy cerca de ver realizado nuestro propósito, pero Dios quiere que confiemos en Él un poco más de lo que parece razonable.

La clave es en qué punto estamos en el proceso, ya que Dios no podrá darnos el sueño que Él tiene para nuestras vidas si estamos aferrados a un sueño de autosuficiencia con todas nuestras fuerzas.

Sólo cuando llegamos al punto de confianza que alcanzaron las hermanas de Lázaro, estaremos listos para recibir las extraordinarias bendiciones que Dios ha dispuesto. Marta y María tuvieron que abandonar su creencia de que Jesús sanaría milagrosamente a Lázaro en el mismo momento que ellas buscaron Su ayuda.

No importaba la mucha energía o emoción que habían invertido en sus esperanzas o lo piadoso que parecieran sus expectativas; ellas tenían que renunciar a sus propios deseos y aceptar para sus vidas el plan que daría mayor gloria a Dios.

Es interesante que ni las hermanas ni los discípulos pudieron imaginar un sueño que de ningún modo se aproximaba a la magnitud del plan de Dios para su situación. Aunque Lázaro hubiera deseado su curación para ser un testigo mucho mejor de Cristo, su simple recuperación jamás habría podido tener el alcance y la profundidad de ese deseo, de la manera como Jesús hizo el milagro.

La redención de nuestros sueños

La redención no llega a su fin con la restauración del sueño de Dios de que el hombre tenga una correcta relación con Él. Ella cubre todos los aspectos de nuestra existencia, entre ellos nuestros sueños.

Una vez, mientras me preparaba para ir a mi trabajo, accidentalmente desperté a mi niña de cuatro años. Caitlyn estaba sentada en su cama, con un semblante de enojo, lo que me tomó por sorpresa ya que ella es, típicamente, la más feliz de las niñas que conozco, en cualquier momento del día. “Querida, ¿qué sucede?”, le pregunté. “Ay, papi”, dijo sollozando, “hiciste desaparecer mis sueños”.

Traté de no reírme, pero sin poder evitar sonreírme, le pregunté: “Caitlyn, ¿qué quieres decir?” Entonces me dio su irritada explicación: “Estaba teniendo un sueño muy bueno. Era maravilloso, pero tú hiciste un ruido y me lo quitaste”. Luego exclamó: “Papi, devuélveme mi sueño”.

En ese momento comprendí que el lamento de mi hija debe repercutir en todos los corazones que han sido despertados bruscamente de un sueño por la realidad mundana de la vida. Me hizo pensar que, en algún momento entre la juventud y la adultez abandonamos los sueños.

Lo que, como niños, nos atrevimos a imaginar y pedir, ahora nos parece tan ridículo y fantasioso. Dejamos de creer que todo será diferente. Dejamos de tener la esperanza de que todo podrá mejorar. Dejamos de esperar que la vida estará llena de emoción, expectativas, alegría y esperanza.

Como padre terrenal, carezco de la capacidad de lograr una cosa tan sobrenatural como hacer volver el sueño de mi hija. Pero nuestro Padre celestial es todopoderoso, omnisciente y está presente en todas las situaciones en las que alguien pueda exclamar por frustración o ira: “¡Devuélveme mis sueños!”

Entonces, ¿por qué no le pide a Él que se encargue de ese “si solo…” que hay en su vida? ¿Por qué no le permite que redima su fe de niño? Pero esta vez, deje que Él lo haga a Su manera y en Su tiempo. Después, vea como su sueño saldrá de la tumba con un testimonio impresionante para la gloria del Señor.



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Bob Coy

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