La gracia nos llega en dos dimensiones: vertical y horizontal. La gracia vertical se centra en nuestra relación con Dios. Es algo maravilloso. Nos libera de las exigencias y de la condenación establecida por la ley mosaica. Anuncia una esperanza al pecador: el don de la vida eterna y todos las bendiciones que la acompañan.
La gracia horizontal se centra en nuestras relaciones humanas. Nos libera de la tiranía de tratar de agradar a los demás y de adaptar nuestra vida a las exigencias y expectativas de la opinión humana. Nos da alivio, nos permite disfrutar de la libertad con todos sus beneficios. Hace callar a la culpa falsa y nos quita la vergüenza que nos hemos auto impuesto.
Tal vez sean los inconversos los que mejor se den cuenta de cómo vivimos cargados de sentimientos de culpa. Una mujer en nuestra congregación cuenta de una conversación que tuvo con un compañero, cuando ambos eran estudiantes.
Él sabía que ella era creyente y manifestó de manera categórica su total desinterés en la fe que ella profesaba. Cuando ella le preguntó la razón de su actitud, la respuesta que le dio llevaba clavado el aguijón de la realidad: "Porque la gente que vive con más sentimientos de culpa que conozco son creyentes. No, gracias".
Dos preguntas penetrantes
Es oportuno que le plantee aquí dos preguntas que solo usted puede contestar:
1. ¿Suele usted aumentar la culpa que otros sienten, o los alivia de ella?
2. ¿Es usted del tipo de personas que promueve la libertad de otros? ¿O de los que la reprimen?
Ambas preguntas están vinculadas a actitudes, ¿verdad? Lo que hacemos con otros depende de la forma en que pensamos. Por lo tanto, nuestra actitud es muy importante.
Todo depende de nosotros. Tenemos pleno control de la actitud que adoptemos: encantadores y bondadosos, o represores y rígidos. Los resultados serán la libertad o el legalismo. Según nuestra actitud, seremos dadores de la gracia o asesinos de ella.
El doctor Víctor Franki sobrevivió a tres amargos años en Auschwitz y en otro campo de concentración nazi. En su libro reflexiona acerca de aquellos tenebrosos meses y nos ofrece una aguda observación: "Los que hemos vivido en campos de concentración podemos recordar a los hombres que caminaban por los galpones consolando a los demás, compartiendo su último pedazo de pan.
Quizás no eran muchos, pero son una prueba suficiente de que puede quitársele todo a un hombre, menos una cosa: la última libertad humana es la de poder elegir la actitud ante cualquier circunstancia.
"Siempre hay elecciones que hacer: cada día, cada hora, se nos ofrecía la oportunidad de hacer una decisión... y esa decisión determinaba si nos sometíamos o no a los poderes que amenazaban robarnos el yo, la libertad interior; eso determinaba si nos convertíamos o no en el juguete de las circunstancias, si renunciábamos a nuestra libertad y dignidad para dejamos moldear en prisioneros típicos... a pesar de que la falta de descanso, la escasa alimentación y las diversas tensiones a que estaba sometida la mente podrían sugerir que los prisioneros estarían obligados a reaccionar de determinada manera.
Un análisis profundo demuestra claramente que el tipo de persona que el prisionero llegaba a ser era el resultado de una decisión interior, y no solamente la consecuencia de las influencias en el campo de concentración."
Son palabras ciertas, y verdaderamente sabias. Son esas decisiones interiores, no las otras influencias, las que nos hacen el tipo de personas que somos.
Es importante mantener una actitud positiva que genere gracia, la clase de gracia que deja que otros sean lo que son y lo que Dios los está guiando a ser. Ser esa clase de personas comienza con una decisión interior de liberar, de soltar la sujeción que tenemos sobre otros.
Dos tendencias poderosas que anulan la gracia
En Romanos, el gran libro de doctrina de la Biblia, encontramos pasaje de instrucciones prácticas muy claras. De hecho, constituye un conjunto de mandamientos que, de ser obedecidos, harán de nosotros personas extremadamente capaces de afirmar a otros.
"El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad.
Bendecid a los que os persiguen; bendecid, y no maldigáis. Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión. No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres" (12:9-17).
En esta pequeña joya tenemos concentrada la esencia del cristianismo auténtico. A menos que me equivoque, creo que cada persona que conoce y ama a Jesucristo podría responder a esta lista en palabras similares a estas: "Me encantaría ser así. Es una lista extraordinaria de decisiones para hacer a comienzos de año. Mis relaciones con los demás mejorarían de inmediato. ¡Cómo me gustaría que estas cosas fueran ciertas en mi vida!"
¿Por qué no nos tratamos unos a otros de la manera en que el Señor nos instruye a hacerlo? ¿Por qué mostramos un amor tan hipócrita? ¿Qué nos impide entregarnos sinceramente, respetarnos, atender nuestras mutuas necesidades, practicar la hospitalidad?
Cuando otros reciben un ascenso o un reconocimiento especial, o disfrutan de unas cuantas comodidades que nosotros no tenemos, ¿por qué no aplaudimos su éxito y nos alegramos con ellos? ¿Por qué devolvemos mal por mal, aun sabiendo que la venganza no hará otra cosa que levantar más barreras? Podríamos seguir agregando preguntas en dos páginas más.
Lo que resulta ineludible es el hecho de que con demasiada frecuencia anulamos la gracia en lugar de acrecentarla. La reprimirnos más de lo que la liberamos.
¿Qué es lo que obstaculiza en nosotros ese libre fluir horizontal de la gracia?
He pensado en esto por varios meses. Mientras pensaba, no solo examiné mi propia vida, sino que también he observado a otros, especialmente a creyentes.
Mis descubrimientos no han sido placenteros, pero son reveladores y creo que son confiables. La mayoría de nosotros fracasamos cuando se trata de liberar a otros para dejarlos ser ellos mismos, a causa de dos tendencias muy humanas: nos comparamos con los otros –lo que nos lleva a criticarlos o a competir con ellos– e intentamos controlar a los demás –lo que nos lleva a manipular o intimidar a los demás–
Por algunos momentos, analicemos estas dos tendencias que impiden el despertar de la gracia.
Compararnos con otros
Los creyentes parecen ser muy vulnerables cuando se trata de las comparaciones. Por alguna razón que no alcanzo a discernir plenamente, no nos sentimos cómodos con las diferencias.
Preferimos la uniformidad, lo predecible, los intereses comunes. Si alguien piensa diferente o hace opciones distintas a las nuestras, si le gustan otros entretenimientos o se viste diferente, si tiene gustos y opiniones distintas, o si disfruta de otro estilo de vida, la mayoría de los creyentes se ponen nerviosos.
Le darnos excesiva importancia a las cosas externas y a la apariencia, y minimizamos totalmente la individualidad y la variedad. Tenemos "normas aceptables" en las que podemos movernos libremente, y permitimos a otros que lo hagan. ¡Pero que Dios se apiade de aquel que se salga de esos límites!
¿Quién escribió las reglas del juego de la comparación? ¿Podría por favor mostrarme en las Escrituras dónde dice que Dios se complace con tales actitudes negativas? ¿Por qué no puede ser espiritual una persona y a la vez disfrutar de expresiones de música o de arte totalmente diferentes a las que usted disfruta?
La comparación alimenta el fuego de la envidia entre la gente y promueve la tendencia a juzgar. Lo peor de todo es que anula la gracia. Dios nunca tuvo la intención de que todos sus hijos se asemejaran o mantuvieran el mismo estilo de vida. Observe el mundo natural que él creó. ¡Qué variedad! El águila y la mariposa... el perro y el ciervo... la margarita y la orquídea... el movedizo pececillo y el lustroso tiburón.
La iglesia no es una industria religiosa destinada a producir en serie un modelo definido en una línea de montaje. La Biblia no se escribió para transformarnos en creyentes que parecen galletitas en serie o santos recortados en papel, todos hechos con el mismo molde.
Por el contrario, las personas de las que leo en el Libro son tan distintas entre sí como Rahab y Ester, la primera una prostituta, la segunda una reina... tan diversos como Amós y Esteban, el primero un recolectar de higos que terminó profeta, y el segundo un diácono que fue mártir. La variedad honra a Dios, la mediocridad le desagrada.
Antes que podamos demostrar a otros la gracia necesaria para dejarlos ser lo que son, tenemos que liberarnos de la tendencia legalista de hacer comparaciones. (Sí, es una forma de legalismo.) Dios nos ha hecho a cada uno de nosotros tal como somos.
Quiere modelar en nosotros la imagen que tiene en mente. Su único modelo (en lo que a carácter se refiere) es su Hijo. Él quiere que cada uno de nosotros sea único, una combinación y una expresión individual, y distinta a cualquier otra persona. Esa es su intención. Solo hay uno como usted.
Y una sola persona como yo. Y lo mismo podemos decir de cada miembro de la familia de Dios.
El legalismo requiere que seamos todos semejantes, unificados en nuestras convicciones y uniformes en nuestra apariencia, a lo que yo respondo: "¡Déjenme fuera!" La gracia encuentra gusto en las diferencias, estimula la individualidad, sonríe ante la diversidad y deja espacio suficiente para las diferencias de opinión.
Recuerde que libera a otros para ser lo que son, y a eso digo: "Cuenten conmigo!" Las comparaciones son odiosas. Hasta que no digamos basta a las comparaciones, no podrá fluir la gracia horizontal en la iglesia.
Controlar a los demás
Otra actitud que vale la pena cambiar, si querernos promover el despertar de la gracia en nuestra generación, es la tendencia a controlar a los demás. Encuentro que esta actitud prevalece entre los que encuentran su seguridad al amparo de la rigidez religiosa.
Logran lo que quieren en la medida que puedan manipular e intimidar a otros. Usan tácticas de temor, amenazas veladas y expresiones indirectas para conseguir lo que quieren. Si alguna vez ha estado cerca de una persona así, sabe exactamente qué es lo que trato de describir.
La mayoría de las veces estas personas son inseguras y carecen de libertad, de modo que es natural que se sientan incómodas cerca de otras personas que sí son libres. Por lo tanto, formulan exigencias e imponen expresamente su voluntad sobre los demás.
Las personas manipuladoras no pasan inadvertidas y no son lo que podríamos llamar sutiles. A veces pueden ser realmente amedrentadoras.
Si usted tiende a controlar a otros, la gracia es un concepto desconocido en su vida.
Algunas acciones que muestran gracia
Quiero cerrar este artículo centrando nuestra atención en Romanos 14:1-8: "Recibid al débil en la fe, pero no para contender sobre opiniones. Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres.
El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido. ¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor para hacerle estar firme."
"Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace.
El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.
Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos."
Sobre la base de este pasaje, reflexione los siguientes pasos de acción.
1. Concéntrese en las cosas que estimulan la paz y ayudan al crecimiento de otros. Algo que me sirve a mí es pasar todo lo que hago por un doble "filtro", por dos preguntas que me mantienen ubicado:¿va a provocar muchas olas, o va a promover la paz? ¿Va a herir u ofender, o va a ayudar a que mi hermano y mi hermana se fortalezcan? Volvamos a comprometernos plenamente con la meta de animar y afirmar a los demás.
2. Recuerde que sabotear a los santos perjudica a la obra de Dios. "No destruyas la obra de Dios por causa de la comida" (v. 20). Usted está saboteando a los santos cuando hace alarde de su libertad si sabe que ellos tienen convicciones opuestas. Eso no es justo. Francamente, es pelear sucio. La Escritura lo llama "menospreciar" y nos advierte que no tengamos esa actitud. Disfrute de su libertad con discreción.
3. Haga uso de su libertad solo entre los que la disfrutan como usted. Recuerde: lo que otros no saben no puede herirlos. Eso no es engaño, sino una restricción necesaria y sabia. No es motivado por hipocresía sino por amor.
Cuando nuestros hijos empezaron a crecer, aumentamos sus privilegios. Uno de los primeros privilegios de que disfrutó nuestro hijo mayor fue el de no tener que dormir la siesta y no tener que irse a la cama temprano. El problema era que sus tres hermanos no tenían edad suficiente para disfrutar de los mismos privilegios.
De modo que él debía ser maduro en el manejo de su nueva libertad. Si él hubiera hecho alarde, se hubiera producido el caos. En otras palabras, no podía pasar junto a la puerta del dormitorio y provocarlos gritando: "Ja, ja, ja. Yo no duermo siesta... ". O bien: "Ja, ja, ustedes se van a dormir temprano; yo no.
¡Tengo libertad para quedarme hasta bieeeen tarde!" Le aconsejamos que se mantuviera callado y manejara su libertad con sabiduría. Pablo nos advierte a usted y a mí que hagamos lo mismo.
4. Defina dónde está ubicado, y niéguese a hacer el papel de Dios en la vida de cualquier otra persona. Eso puede parecer simple y fácil, pero es más difícil de lo que parece. Asegúrese de estar en lo cierto y siga adelante, sin flaquear.
Al permitirle a los demás ser lo que son, usted adquiere libertad para concentrarse en prestar toda la atención a lo que Dios trata de hacer en usted. No tiene ni el tiempo ni la energía necesarias para controlar a los demás. Amar a los demás significa otorgarles libertad.
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Tomado del libro: El despertar de la gracia, de Charles R. Swindoll, Editorial Betania.