Ya comenzó la búsqueda del árbol de Navidad. Las familias están visitando carpas y patrullando las aceras. Levantan ramas y examinan las agujas de pino. Miden. Cavilan. Consideran. Hacen trueques.
El árbol no puede ser demasiado alto ni muy bajito. Necesita ajustarse al espacio y al presupuesto. Tiene que ser frondoso, pero no denso; maduro, pero no reseco. Para algunos, es un abeto noble. Para otros, un pino Oregón o Virginia. Las preferencias son distintas, pero el deseo es el mismo. Queremos un árbol de Navidad perfecto.
¡Y qué momento tan especial cuando lo encontramos! Cuando lo amarramos al auto. Lo arrastramos a la casa y lo paramos en su base.
Nos deleitamos en este momento. Solo unas pocas personas han ganado el Abierto de Tenis de Estados Unidos, terminado un triatlón Ironman, o cualificado para recibir la beca Rhodes. Y muchas menos han colocado el árbol de Navidad en su base sin que se incline hacia un lado.
Nos preparamos durante todo el año. Leemos artículos, asistimos a seminarios, intercambiamos ideas y compartimos secretos. Estamos vinculados por el deseo de evitar la tragedia de la temporada navideña: un árbol inclinado.
Hubo un año que por poco no escapo. Denalyn y yo colocamos el árbol en la base, retrocedimos y suspiramos ante lo que vimos. La temida inclinación. Gateé debajo de las ramas y comencé a ajustar los tornillos hasta que el árbol quedó tan derecho como un tallo de trigo. Dimos varios pasos atrás y admiramos mis destrezas de ingeniería. Denalyn colocó su brazo sobre el mío, y yo ahogué mis lágrimas de alegría. Mis hijas me llamaron bendecido.
Los ángeles comenzaron a cantar. El sonido de las trompetas retumbó en el jardín, donde los vecinos se habían reunido. La Casa Blanca llamó para felicitarme. Pusimos las luces y colgamos los adornos. Fue una noche maravillosa.
Entonces ocurrió la catástrofe. El árbol comenzó a inclinarse otra vez. Las decoraciones se movieron, las luces se desplazaron. Denalyn gritó, y yo corrí al rescate.
En esta ocasión, puse el árbol a un lado, removí la base y encontré la raíz del problema. A unos quince centímetros por encima de la línea de corte había una curvatura hacia la derecha. ¡Nuestro árbol estaba torcido! Hacía algún tiempo, en un bosque, este árbol había crecido inclinado. Y ahora estaba aquí, en nuestra casa, a plena luz del día y frente a nuestras hijas… ¡inclinado otra vez!
¿Qué se hace en estos casos? Mientras buscaba un serrucho en el garaje, se me ocurrió algo: no soy el primer padre que tiene que lidiar con un asunto como este. Dios se enfrenta a esta situación continuamente. ¿Acaso no tenemos todos nuestras curvaturas poco atractivas? Sé que yo las tengo. Tomemos solamente los pasados tres días:
• Evité devolverle una llamada a un miembro de la congregación porque la mayoría de las veces las conversaciones con él generan más quejidos que un bebé con cólicos. Vi su número en mi teléfono y refunfuñé: «No estoy para escuchar ahora una sarta de penas». ¡Y soy pastor! ¡Uno de sus pastores! Se supone que ame a las ovejas, alimente a las ovejas y cuide de las ovejas. Y esquivé a esta oveja. (Finalmente lo llamé. Quería felicitarme por un sermón).
• Ayer me levanté a las 2:30 de la mañana, reviviendo el resultado de una reunión. No estuve de acuerdo con una decisión en particular. Cuando votamos, quedé en la minoría. Aquello me molestó. Entre las 2:30 a.m. y 3:30 a.m., acusé a cada uno de los otros miembros del equipo de estupidez e insensibilidad. Mi manera de pensar era tóxica.
• Y entonces está el asunto de los plazos de entrega. ¿Podré cumplirlos? ¿Por qué los acepté? ¿Por qué la editorial los exige? ¿Acaso no saben que un alma frágil como la mía necesita espacio para crear?
Me encantaría permanecer tan erguido como una secuoya, pero no es así. Y como no es así, encuentro un alma gemela en el árbol de Navidad. Y creo que te pasará igual. Lo que haces por un árbol, Dios lo hace por ti.
Él te escogió.
¿Compras el primer árbol que ves? ¡Por supuesto que no! Buscas el correcto. Caminas por los pasillos. Levantas varios de ellos y luego los dejas a un lado. Los examinas desde todos los ángulos hasta que decides: Este está perfecto. Tienes en mente el lugar donde lo vas a poner. No cualquier árbol servirá para ese propósito.
Dios hace lo mismo. Él sabe exactamente dónde te va a poner. Él tiene una sala vacía que necesita desesperadamente alegría y calidez. Una esquina en el mundo que necesita algo de color. Y él te escogió a ti con ese lugar en mente.
Como escribió el rey David: «Porque tú formaste mis entrañas; me hiciste en el seno de mi madre. Te alabaré, porque asombrosa y maravillosamente he sido hecho; maravillosas son tus obras […] en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos» (Salmos 139.13–14, 16 lbla).
Dios te hizo a propósito con un propósito. Él entretejió calendario y carácter, circunstancia y personalidad para crear a la persona adecuada para la esquina adecuada en el mundo, y luego pagó el precio para llevarte a casa.
Él te compró.
No le pedimos al dueño del lote de árboles que nos dé el árbol gratis. El muchacho que coloca el árbol en el auto no afloja el efectivo; lo hacemos nosotros. Pagamos el precio necesario.
Dios hizo lo mismo. «Dios los compró a un alto precio» (1 Corintios 6.20 ntv).
Rick Warren nos cuenta acerca de una ocasión en que estaba esperando en un estacionamiento. Su hijita de tres años estaba en su silla de seguridad en el asiento trasero. Mientras esperaban a que su esposa regresara de la tienda, su hija comenzó a inquietarse. Y como Rick anticipaba una espera corta, no quería sacarla de su silla. La niñita sacó su cabeza por la ventana y gritó: «¡Por favor, Dios! ¡Sácame de esta!».
En algún momento en la vida, ¿acaso no nos hemos sentido como la hija de Rick? Estamos atrapados. No atrapados en un asiento trasero, sino atrapados en un cuerpo que está muriendo, con malos hábitos, sufriendo las consecuencias de malas decisiones en un mundo rebelde. Necesitamos ayuda.
Así que compramos hasta más no poder, bebemos hasta que no podemos pensar, trabajamos hasta que no podemos parar. Hacemos cualquier cosa posible para alejar de la mente nuestro lío, solo para levantarnos, pasar la borrachera, o sentarnos y darnos cuenta de que todavía estamos atrapados.
Así que tomamos píldoras, tomamos vacaciones, tomamos el consejo de terapeutas, cantineros y hermanos mayores. Compramos bolsos o autos nuevos. Cambiamos de color de pelo, amantes y la forma de nuestro estómago. Sin embargo, terminamos enfrentando el mismo lío.
Necesitamos a alguien que nos salve de la falta de sentido y la maldad. Estamos perdidos, y necesitamos que nos encuentren y nos lleven de vuelta a casa. Necesitamos un Salvador. La promesa de Navidad es esta: tenemos un Salvador y su nombre es Jesús.
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La promesa de Navidad es esta: tenemos un Salvador y su nombre es Jesús.
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Su tiempo en la Tierra fue una misión de búsqueda y rescate. Él rescató a una mujer que se escondía en Samaria. Cinco maridos la habían abandonado como a la basura de la mañana. El sexto no quería casarse con ella. Era la comidilla del pueblo. Ella llenaba su cántaro de agua en el momento más caliente del día para eludir las miradas de la gente. Cristo se desvió de su ruta para ayudarla.2
Él rescató a un endemoniado que vivía entre las cuevas. Los espíritus malignos lo habían llevado a mutilarse y a cortarse con piedras. Una palabra de Cristo detuvo el dolor.3
Él vio al pequeñín de Zaqueo en Jericó. El colector de impuestos había timado a suficientes personas como para amasar su fondo de jubilación. Sin embargo, él lo habría dado todo por una conciencia limpia y un buen amigo. Tuvo un almuerzo con Jesús y encontró las dos cosas.
Así transcurrió el ministerio de Jesús durante tres años. Transformó a una persona tras otra; nadie sabía cómo responder ante este carpintero que daba órdenes a los muertos. Sus manos sanadoras tenían callos; su voz divina tenía un acento. Solía dormirse en barcas y le daba hambre cuando estaba de viaje. Sin embargo, él espantó a los demonios del poseído y dio esperanza al desposeído. Y justo cuando parecía estar preparado para una corona, él murió en una cruz.
No sabemos por qué con frecuencia se le llama madero a la cruz de Cristo. Tal vez las cruces antiguas eran realmente árboles. O, como las cruces se hacen de árboles, quizás conservaron la referencia. Pero cualquiera que sea la razón, los escritores del primer siglo con frecuencia se refirieron a la cruz como un madero. Pedro lo hizo cuando declaró: «[Jesús] llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero» (1 Pedro 2.24).
En algún punto en la cronología entre el árbol del conocimiento en el huerto y el árbol de la vida en el cielo, está el árbol del sacrificio cerca de Jerusalén. Y, si los árboles de Navidad se distinguen por su belleza y regalos, entonces, ¿quién puede negar que el árbol de Navidad más extraordinario fue uno rugoso en la cima de un monte? «Dios […] nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados» (1 Juan 4.10 nvi). Jesús tomó nuestros pecados. Quedó cubierto por la rebelión que nos separaba de Dios. Él soportó lo que se suponía que soportáramos nosotros. Él pagó el precio para salvarnos.
Cuando éramos totalmente incapaces de salvarnos, Cristo […] murió por nosotros, pecadores. (Romanos 5.6 ntv)
Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios. (1 Pedro 3.18)
En el pesebre, Dios te ama; por medio de la cruz, Dios te salva. Pero ¿te ha llevado ya a casa? Todavía no. Él tiene una tarea para ti. Él quiere que el mundo vea lo que Dios puede hacer con las posesiones que ha comprado.
Por lo tanto… te poda.
Le da un hachazo a tus prejuicios y corta tu autocompasión, y cuando hay una inclinación en tu carácter que necesita ser removida, se le conoce por sacar su viejo serrucho Black & Decker. Jesús dijo: «Mi Padre es el labrador […] toda rama que da fruto la poda para que dé más fruto todavía» (Juan 15.1–2 nvi).
Una vez que él nos estabiliza, entonces comienza la decoración. Nos decora con el fruto del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Él nos corona. Mucha gente corona sus árboles de Navidad con un ángel o con una estrella. Dios usa ambos. Envía sus ángeles para protegernos y su Palabra como una estrella para guiarnos.
Luego nos rodea con su gracia. Nos convertimos en su almacén; el punto de distribución de los regalos de Dios. Él no quiere que nadie se aleje de nuestra presencia con las manos vacías. Algunas personas pueden encontrar el regalo de la salvación. Para otros, los regalos son más pequeños: una palabra de aliento, una buena acción. Pero todos los regalos vienen de Dios.
Nuestra tarea es mantenernos erguidos en su amor, seguros en nuestro lugar, destellando amabilidad, rodeados por su bondad, dando abundantemente a todo el que se nos acerque.
Tú, yo y el árbol de Navidad. Escogidos, comprados y podados. Confía en la obra de Dios.
Vas a lucir mucho mejor sin las curvaturas.