En este versículo hallamos el primer rastro de sangre. Es indudable que Dios no podía vestir de pieles de animales a Adán y a Eva a menos que se hubiera derramado sangre. Aquí, pues, tenemos a inocentes que sufren por los pecadores, la doctrina de la substitución en el jardín del Edén.
Dios trató a Adán por medio de la gracia antes de tratarle respecto al juicio. La muerte vino por el pecado. Adán había pecado y el Señor descendió para darle un camino de escape. Dios fue a él como un amigo, no para echarle del paraíso. Adán podía haber dicho a Eva: «Aunque el Señor nos ha echado del jardín del Edén nos ama», porque esta túnica es una muestra de su amor.
Dios puso la lámpara de una promesa en la mano de Adán antes de echarle, porque le dijo: «La simiente de la mujer herirá la cabeza a la serpiente.» ¿Has pensado alguna vez en el terrible estado de cosas que habría resultado si se le hubiera permitido al hombree vivir para siempre en su estado perdido y de ruina? Fue por amor al mismo Adán que Dios le echó del Edén para que no viviera para siempre.
Dios puso el querubín allí, con una espada encendida. Pero ahora Cristo ha tomado la espada en su mano y ha abierto la puerta de par en par, para que nosotros podamos entrar y comer. Adán podría haber vivido en el Edén diez mil años y finalmente acabar siendo extraviado por Satán, pero ahora «nuestra vida está escondida con Cristo en Dios». El hombre está más seguro con el segundo Adán fuera del Edén que con el primer Adán en el Edén.
Vayamos ahora a Génesis 4:4: «Y Abel trajo también de los primogénitos de las ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con agrado a Abel y su ofrenda.» Caín y Abel fueron criados fuera del Edén y tenían los mismos padres y los dos recibieron la misma instrucción en cuanto a la forma en que tenían que acercarse a Dios, pero
Caín se acercó a su propia manera
en tanto que Abel lo hizo en la forma que Dios había ordenado. Caín se dijo: «No voy a traer ningún cordero sanguinolento. Aquí hay el grano y el fruto de la tierra, hermosos, conseguidos por mi esfuerzo, estoy seguro que es mejor que la sangre; yo no voy a llevar sangre.» Ahora bien, no es que hubiera alguna diferencia entre estos dos hombres, sino que la ofrenda que traían era diferente. El uno fue a Dios por el camino que Dios había señalado y el otro por su propio camino. Hay también muchos que piensan de esta manera en el día de hoy Prefieren lo que es agradable a los ojos, como Caín prefirió su trigo y su fruto, y a éstos no les gusta la doctrina de
la expiación por la sangre
Pero toda religión que desprecia la sangre es la obra del diablo, por más que un ángel del cielo descendiera para predicar la salvación por otros medios.
~ Indudablemente al comienzo de la creación Dios señaló el camino por el que el hombre podía acercarse a Él y Abel anduvo por este camino y Caín por el suyo propio. Quizá Caín no podía tolerar la vista de la sangre derramada, por lo que tomó lo que Dios había maldecido y lo puso sobre el altar.
Hay muchos cainitas en la Iglesia
incluso ahora, y algunos se hallan en el púlpito y predican contra la doctrina de la sangre y que podemos llegar al cielo sin la sangre. Desde el tiempo del Edén ha habido abelitas y cainitas. Los abelitas pasan por el camino de la sangre, el camino que Dios ha señalado. Los cainitas siguen su propio camino. Repudian la doctrina de la sangre y dicen que no expía el pecado. Pero es mejor aceptar la palabra de Dios que la opinión del hombre.
Volvamos de nuevo al Génesis, al capítulo 8:20: «Y edificó Noé un altar a Jehová y tomó de todo animal limpio y de toda ave limpia y ofreció holocausto en el altar.» Hemos ya pasado los dos primeros mil años y nos hallamos en la segunda dispensación. La idea que quiero hacer resaltar es ésta: lo primero que hizo Noé al salir del arca fue edificar un altar y matar animales, poniendo de esta forma sangre entre él y su pecado. La segunda dispensación se basa en la sangre y estos animales habían pasado el diluvio en el arca, para que pudieran ilustrar la indispensable necesidad de derramar sangre.
Abraham ofreció a Isaac
De nuevo, en Génesis 22:13 está escrito: «Entonces alzó Abraham sus ojos y miró y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por los cuernos, y fue Abraham y tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.» El camero era típico y fue ofrecido en lugar del hijo de Abraham. Dios amaba tanto a Abraham que eximió a su hijo, pero amó tanto al mundo que no eximió a su propio hijo, sino que lo ofreció gratuitamente por todos nosotros.
Es posible que desde la cima del monte Abraham viera una visión gloriosa. Que viera la cima del monte rociada con sangre; que viera que los sacrificios iban a proseguir hasta que el verdadero Isaac hiciera su aparición y se ofreciera por todos nosotros. Abraham había edificado el altar y se le mandó que tomara a su propio hijo, lo atara y lo inmolara; había atado al hijo y todo estaba dispuesto. Había tomado el cuchillo e iba a inmolarse, porque ésta era la orden y la voluntad de Dios. Él no comprendía aquello, pero obedecía.
Ojalá que hubiera muchos hombres así ahora, dispuestos a obedecer a Dios a ciegas sin preguntar las razones tras los actos ordenados. El anciano tomó a su hijo y le explicó el secreto que le había escondido durante todo el trayecto hasta allí: que Dios le había ordenado que le ofreciera como sacrificio. Y ató al muchacho de pies y manos y lo colocó sobre el altar, y estaba a punto de poner su mano sobre él cuando oyó una voz que decía: «Abraham, Abraham, no extiendas tu mano sobre el muchacho.» Dios fue más clemente y misericordioso para el hijo de Abraham que para el suyo propio, porque El lo dio gratuitamente por nosotros.
Descorrió un poco la cortina del tiempo y le mostró a Cristo que venía luego, en el futuro, y Abraham vio sus pecados sobre Cristo y se sintió gozoso.
La Pascua
En Éxodo 12:13 leemos: «Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis y veré la sangre y pasaré de largo en cuanto a vosotros y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto.» Dios no dijo: Cuando vea vuestras buenas obras, cuando vea que habéis orado, llorado y ayunado. No, sino «cuando vea la sangre pasaré de largo. La sangre será por señal». ¿Qué fue lo que salvó a los israelitas? Fueron las buenas resoluciones o quizá sus obras? Fue la sangre. «Cuando vea la sangre pasaré de largo.»
Es muy probable que cuando alguno de los señores y grandes hombres de Egipto cabalgaran de paso por Gosén y vieran los israelitas rociando los postes de sus casas se dijeran que nunca habían visto una necedad semejante; el ensuciar la propia casa. Estaban rociando los postes y el dintel de las casas con la sangre, pero no el umbral. Dios no quería la sangre pisoteada y esto es lo que está haciendo el mundo hoy.
Algunos predicadores no hablan de la muerte de Cristo, sino de su vida, porque esto es más agradable al oído natural, pero aunque se predique la vida de Cristo para siempre no va a salvar a nadie si se pone a un lado su muerte. Un cordero vivo no podía preservar de la muerte las casas de Gosén. Dios no dijo que quería un cordero vivo en cada puerta, sino que los dinteles y postes de las casas fueran rociadas con la sangre del cordero.
La gente a veces dice: «Si yo fuera tan bueno como este ministro que ha predicado el evangelio durante cincuenta años», 0 «si yo fuera tan bueno como esta madre, que ha hecho tanto por sus hijos», pero si estamos detrás de la sangre del Hijo de Dios estamos tan seguros como el mayor cristiano que ha andado sobre la faz de la tierra.
No es una larga vida de servicio lo que hace a los hombres y a las mujeres aceptables a Dios. Hemos de trabajar por Cristo, pero obtenemos la salvación como un don y después empezamos a trabajar porque no podemos por menos que hacerlo. Toda la obra que una persona hace antes de convertirse no sirve para nada.
El primogénito en Gosén, protegido por la sangre del Cordero, se hallaba tan seguro como Josué o como cualquier hombre entre la población. El ángel de la muerte pasó de largo cuando vio la sangre. La mosca minúscula estaba tan segura en el arca con Noé como el buey. Era el arca que salvaba a la mosca, lo mismo que al buey, y es
la sangre la que salva
tanto al más fuerte como al más débil. Cuando la muerte hizo acto de presencia aquella noche, al filo de la espada, entró en el palacio del príncipe y en las casas de los grandes y poderosos y todos ellos pagaron su tributo a la muerte, porque todo primogénito de Egipto pereció aquella noche. Lo único que impidió entrar a la muerte fue la misma muerte.
Yo he pecado y debo morir; o alguien ha de morir por mí. La gran pregunta es: «¿Tenemos nosotros la señal salvadera?» si la muerte viene a buscar a alguno esta noche, ¿estará protegido tras la sangre? Esto es lo importante. Es la muerte la que expía. No mis buenas resoluciones u oraciones 0 mi posición en la sociedad o lo que he hecho, sino lo que ha sido hecho por otro. Dios busca la señal
Pongamos otra ilustración. Supongamos que un hombre quiere ir de Londres a Liverpool y entra en el coche del tren; pronto va a oír la voz del revisor que pasa por el pasillo y va pidiendo los billetes. Una persona puede ser rica o pobre, blanca o negra, puede ser sabia o ignorante, esto no es lo que el revisor desea averiguar; lo que quiere son los billetes, porque el billete es la señal de que se puede viajar al destino deseado.
No hubo muerte donde había la sangre
Los egipcios miraban a los israelitas cuando mataban el cordero y rociaban con la sangre los postes y el dintel como una serie de actos incomprensibles, pero no escapó de recibir visita del ángel ninguna casa de la ciudad sobre la que no había la señal de la sangre; no importó si fuera una casa rica o pobre; aquella noche esto no hizo diferencia alguna. Hubo un prolongado gemido en cada casa, desde el palacio a la choza en que no había sangre rociada, pero donde la había la muerte no entró. Esto mostró claramente la verdad de que sin el derramamiento de sangre no hay remisión. Que ninguno se burle de esta doctrina, porque «la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado».
En el versículo once de este mismo capítulo leemos: «Y lo comeréis así; ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies y vuestro bordón en vuestra mano, y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová.» Si no tenemos más poder es porque no nos alimentamos del Cordero y es por esto que hay tantos cristianos débiles. El Cordero no sólo expía nuestros pecados, sino que hemos de alimentarnos del Cordero.
Tenemos un largo trayecto por el desierto delante, como los hijos de Israel. Después de haber sido salvos tenemos que ser alimentados de Cristo; Él es el verdadero pan del cielo. Si no alimento mi alma del verdadero pan del cielo estoy enfermizo y débil; no tengo poder para salir y trabajar por Cristo, y ésta es la razón, creo, de que hay tan pocos en la Iglesia que tengan poder. Algunos creen que con dar una mirada a Cristo ya basta. Algunos piensan mucho en lo que comen; ¿por qué los hijos de Dios no han de pensar mucho en su alimento espiritual?
No deberíamos pensar que una comida espiritual nos va a durar para diez años, como no pensamos que pueda durarnos la comida corporal. Hay muchas personas que viven de maná pasado y rancio. Un irlandés dijo a su hijo: «Quiero que comas dos almuerzos. ¿Sabes por qué?» El muchacho entendió que uno era para su cuerpo y el otro para su alma. Todos los cristianos deberían tomar dos almuerzos también para el alma y para el cuerpo.
La Pascua tenía que ser para los judíos el comienzo del recuento de los meses del año. «Este mes os será principio de los meses; para vosotros será éste el primero en los meses del año» (Éxodo 12:2@ Los 400 años que habían estado en servidumbre no contaban para nada porque éste fue el primer mes del año para ellos. Y de la misma manera todo el trabajo que hemos hecho durante los años que hemos servido al diablo que hemos estado en servidumbre en Egipto, por bueno que sea lo hecho no cuenta para nada.
Todo empieza a contarse a partir de la noche de la Pascua, el momento en que fue puesta la sangre en los postes de las puertas. Todo el tiempo que servimos al mundo no cuenta. Si no acudes al Calvario todo es tiempo perdido por lo que se refiere a la salvación. Todo lo que está en el lado que antecede a la cruz no cuenta; lo primero para ser salvo es la fe en Cristo y entonces empieza el peregrinaje al cielo. En nuestro viaje al cielo no empezamos, como suponen algunos, en la cuna. Empezamos en la cruz. Tenemos una naturaleza caída que nos arrastra a la condenación. Hemos de nacer del Espíritu y
Estar protegidos por la sangre
Si hemos de llagar a ser peregrinos para el cielo. Cada uno tenía que tener dispuesto un cordero para su casa «mas si su familia fuera tan pequeña que no baste para comer el cordero entonces él y su vecino inmediato a su casa tomarán uno según el número de las personas; conforme al comer de cada hombre haréis la cuenta sobre el cordero.» El cordero no era demasiado pequeño para la casa, pero la casa podía ser demasiado pequeña para el cordero. Cristo es bastante para cada casa, más que suficiente, y debemos orar para que esta salvación alcance a cada uno de los miembros de la casa.
Vayamos ahora a Éxodo 29:16: «Y matarás el carnero y con la sangre rociarás sobre el altar alrededor.» Incluso Aarón no podía presentarse ante Dios hasta que había rociado con sangre todo el altar, y, cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santísimo tenía que llevar sangre consigo. Desde el tiempo en que Adán cayó no ha habido otro medio por el cual el hombre pueda acercarse a Dios que la sangre. No puedes ser recibido por Dios hasta que acudes en la forma prescrita. Ha sido así desde hace 6.000 años. Cuando Adán cayó en Edén se rompió la cadena de oro que enlazaba a la humanidad con el trono de Dios, pero Cristo vino e hizo expiación de esta caída.
Observemos de nuevo en Levítico 8:23: «Y lo degolló y tomó Moisés de la sangre y la puso sobre el lóbulo de la oreja derecha de Aarón, sobre el dedo pulgar de su mano derecha y sobre el dedo pulgar de su pie derecho.» Antes yo leía un pasaje así y me parecía absurdo. Creo que ahora lo entiendo. La sangre sobre el lóbulo de la oreja significa que hemos de escuchar la voz de Dios. El hombre no convertido no entiende la voz de Dios y se nos dice que cuando el incircunciso oía la voz de Dios pensaba que eran truenos. No entendían la diferencia entre la voz de Dios y el trueno. Sin la sangre no podemos escuchar la voz de Dios y entenderla. El hombre debe estar protegido tras la sangre antes de que pueda escuchar la voz de Dios.
La sangre en la mano significa que el hombre ha de trabajar para Dios
No puedes trabajar para Dios hasta que estás protegido tras la sangre, y hasta que estás protegido por la sangre nada de lo que haces tiene valor. Puedes construir iglesias, dotar escuelas, sostener pastores y misioneros, pero todo ello es inútil hasta que estás resguardado tras la sangre. No dejes que nadie te engañe a este respecto. No le dejes a Satán que te engañe diciéndote que puedes ir al cielo por algún otro medio. Le preguntaron a Cristo: «¿Qué hemos de hacer para hacer las obras de Dios?» Quizá los que se lo preguntaron tenían la bolsa llena y estaban dispuestos a construir iglesias. Cristo les dijo que la obra de Dios era que debían creer en su Hijo. Pero ellos no estaban dispuestos a hacer algo tan pequeño; preferían hacer algo importante, pero esto era todo lo requerido. No puedes hacer nada que agrade a Dios hasta que creas.
«He aquí el obedecer es mejor que los sacrificios.» La gente pueden hacer obras día y noche y trabajar hasta agotarse, pero nunca harán nada aceptable hasta que hagan lo que Dios requiere de ellos.
La sangre del dedo del pie derecho muestra que Aarón tenía que andar con Dios. Cuando Adán cayó su comunión con Dios quedó interrumpida. Antes Adán andaba con Dios, pero en el momento que pecó perdió la comunión con p 1 y a partir de entonces hasta ahora
Dios ha procurado conseguir que el hombre entre de nuevo en comunión con Dios es un Dios de verdad y de justicia. Su justicia debe ser cumplida y una vez ha sido cumplida está satisfecho. Dios no había vuelto a andar con el hombre hasta que le hubo puesto tras la sangre, en Gosén. ¿Qué podía oponerse a ellos entonces? Pasaron el mar Rojo y Dios dijo a Josué: «Conquista este país y nadie va a poder oponerse a ti en todos los días de tu vida.» En los días de Josué había gigantes en la tierra que ellos tenían que alcanzar, pero un mozuelo de las huestes del Señor derrotó al gigante de Gat. Si Dios es con nosotros los gigantes son como saltamonte, pero si Dios no está con nosotros la cosa es diferente. Más bien quisiera tener a diez hombres apartados del mundo que a diez mil cristianos nominales que van a la reunión de oración esta noche y mañana al baile.
En Levítico 16:14 se nos dice: «Tomará luego de la sangre del becerro y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental; hacia el propiciatorio esparcirá con su dedo siete veces de aquella sangre.» Parece como si Dios hubiera dado originalmente a Adán una vida que le permitiera tener comunión con Él, pero en el día en que quebrantó el mandamiento perdió esta comunión. Y a partir de entonces Dios ha procurado conseguir que el hombre vuelva a tener comunión con Él. Pero ¿cómo podía Dios ser a la vez justo Y justificar a los pecadores? Esto lo hizo por medio de la sangre de Cristo. «La vida de la carne está en la sangre.» Dios requiere sangre para la expiación del pecado.
La vida del hombre estaba destruida y tenía que morir o satisfacer la paga del pecado: la muerte. No podía pagar y vivir, así que necesitaba un substituto.
Todo hombre ha pecado y nadie podía ser un substituto de su prójimo, pero Cristo estaba sin pecado y podía ser el substituto del hombre y Él pasó a ser este substituto, porque murió en lugar del hombre para satisfacer la ley. Así que la pregunta que cada uno ha de responder es si va a amar y servir a Aquel que murió para redimirnos con su preciosa sangre.
En Levítico 17:11 leemos: «Porque la vida de la carne en la sangre está y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas, y la misma sangre hará expiación de la persona.» Puede haber algunos que digan: «Porque pide sangre Dios.» Algunos me han dicho: «Yo detesto a vuestro Dios; requiere sangre. No puedo creer en un Dios así, porque mi Dios es misericordioso para todos.» Yo quiero decirte que mi Dios está lleno de misericordia. Pero no seas tan ciego como para creer que Dios no es justo y que no tiene en su mano el gobierno.
Supongamos que la reina Victoria no quisiera que ningún hombre se viera privado de su libertad y abriera todas las prisiones y fuera tan misericordioso que no pudiera consentir que ninguno sufriera, aunque fuera por su culpa. ¿Cuánto tiempo duraría en el trono? ¿Cuánto tiempo seguiría rigiendo este imperio? Ni veinticuatro horas. Los mismos que claman diciendo que Dios ha de ser misericordioso dirían: «No queremos una reina así.»
Dios es justo
Dios es misericordioso, pero Él no va a aceptar ningún pecador no redimido en el cielo. Si lo hiciera los redimidos enarbolarían una bandera de protesta indignada contra el trono y habría una revuelta en el cielo. Dios dijo a Adán: El día que pecares ciertamente morirás. El pecado entró y con él la muerte en el mundo. La palabra de Dios tiene que ser mantenida. Yo debo morir o que alguien muera por mí, y en la plenitud de los tiempos Cristo vino para morir por el pecador.
Él era sin pecado, pero si Él hubiera cometido algún pecado habría tenido que morir por su propio pecado. La vida de la carne está en la sangre y no es la sangre la que Él exige realmente; es la vida y la vida está perdida. Todos hemos pecado y ha de venir la muerte o la justicia ha de seguir su curso. Gloria a Dios en lo alto porque Él envió a su Hijo, nacido de mujer, para tomar nuestra naturaleza y morir en nuestro lugar, sufriendo la muerte por los hombres. Si quitas la sangre de mi cuerpo desaparece la vida.
Dios exige sangre
Él exige la vida. El hombre ha pecado, por tanto, ha perdido su vida y tiene que morir o hay que hallar a alguien que muera en su lugar. Amigos míos, sólo he tocado este tema. Si leéis cuidadosamente hallaréis que este hilo escarlata discurre a lo largo de toda ella. Comienza en el Edén y fluye hasta el Apocalipsis. No puedo hallar nada que me enseñe el camino al cielo
Excepto la sangre
No valdría la pena que nos lleváramos a casa este libro, la Biblia, si quitáramos de ella el hilo escarlata de la sangre, y no nos enseña nada más, porque la sangre empieza en el Génesis y sigue hasta el Apocalipsis. Es para esto que ha sido escrito. Nos cuenta su propia historia y si alguien viene y predica otro evangelio no le creáis. Si un ángel bajara del cielo y predicara algo distinto no le creáis. No juguéis con el tema de la sangre. A la hora de la muerte daríais más para estar resguardados por esta sangre que ninguna otra cosa en la tierra o en el Cielo.