Pero esto te confieso, que según el Camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas; teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos.
Y por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.
HECHOS 24:14-16
Hermanos, continuamos reflexionando con el tema del ministro y su relación con la verdad.
Hemos ya comentado sobre la necesidad de tener un encuentro con la verdad, la necesidad de hacer de nuestra vida una manifestación de la verdad y de hacer valer la palabra dada. Pero existe otro tema importante acerca de la verdad. Alguien podría reunir los elementos mencionados y, aún así, no haber alcanzado aquello que está a la base de todo ello. Este tema importante es el de la verdad que debemos tener para con nosotros mismos.
Nosotros debemos manifestar la verdad no solo a otros sino que también debemos usarla con nosotros mismos. Que en nuestras conciencias pueda estar la verdad arraigada de tal manera que envuelva nuestros corazones, nuestras mentes y nuestras convicciones más profundas. La verdad trae consigo rectitud, honestidad e integridad, elementos que son cualidades que todo ministro cristiano debería poseer. Por ese motivo es tan importante que podamos tener la verdad para con nosotros mismos.
Una persona puede manifestar la verdad hacia otros o puede mantener la palabra dicha y todavía así no haber alcanzado la verdad para sí mismo. De este tema es que pablo estaba hablando aquí mientras testificaba ante Félix: “ Esto te confieso (abriéndole su corazón), que según el camino que ellos llaman herejía, así sirvo al Dios de mis padres.” Esa era la convicción de pablo, en primer lugar, que servía a Dios; en segundo lugar, le dice: “ Creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas. ” El está declarando su convicción de que las escrituras eran la palabra de Dios. Tercero, en el versículo quince: “teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de muertos, así de justos como de injustos.” En estos tres puntos lo que pablo ha hecho es sintetizar todo su mensaje; pero, al mismo tiempo, la verdad que él tenía para consigo mismo.
Pablo siempre fue un hombre independiente en el sentido que él vivía sus propias convicciones sin importar lo que otras personas pudieran pensar. Cuando escribe a los romanos, él dice: “En cuanto a mí, pronto estoy a anunciaros el evangelio también a vosotros.” (Romanos 1:15) “Lo que puedan pensar otras personas como Cefas o Apolos, pues no sé, pero en cuanto a mí...” El tenía convicciones personales.
Cuando él iba camino a Jerusalén el espíritu le anunciaba en todas las ciudades las cadenas que le esperaban y los hermanos, en amor, trataban de disuadirlo. Pero pablo les respondía: “¿ Que hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Por que yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del señor Jesús.” (Hechos 21:13). Su resolución era tal que los hermanos terminaban diciendo: “Hágase la voluntad del señor.” (Hechos 21:14).
Pablo conocía una verdad y esa verdad no hallaba un choque, una contradicción, una colisión con su conciencia; de manera que podía decir, en el versículo dieciséis: “Procuro tener siempre una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres.” Pablo no tenía nada que lo acusara pues procuraba hacer todas las cosas con integridad.
Para darme a entender de mejor manera quizá debí haber comenzado hablando un poco acerca de la conciencia. Lo más probable es que todos tenemos una idea de lo que es la conciencia aunque definirla es una cosa difícil. Es más fácil explicar los efectos que la conciencia produce que tratar de definirla en sí misma. La conciencia es una sensibilidad natural que Dios ha colocado en los seres humanos. De alguna manera se relaciona con el espíritu del hombre. El libro de proverbios dice: “Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón. (Proverbios 20:27)
Las lámparas se utilizan para iluminar y la conciencia es una forma de iluminación. Las personas pueden llamarle la voz interna, el ángel interno y otras ocurrencias. Pero, en todo ello hay una verdad y es que de acuerdo a la palabra de Dios la conciencia es una impresión interna que en algún momento todos hemos experimentado. El Apóstol Juan dice: “si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios. (1 Juan 3:20-21)
Pero, ¿ cómo se podría explicar la conciencia ? O ¿ cómo entender esa sensación ? La explicación se vuelve compleja por que se trata de un elemento que entra en el campo de lo inmaterial, de lo espiritual. Las relaciones entre la parte inmaterial y la material del hombre son siempre complejas. Ambas naturalezas están unidas en nosotros y no podemos divorciar la una de la otra.
Cuando una persona hace lo malo o tiene la intención de hacerlo, inmediatamente siente que su conciencia lo reprende. Sabe que el asunto es indebido. La persona, entonces, puede hacer dos cosas a partir de ese momento: o sigue adelante sin hacer caso de lo que su conciencia le indica o se detiene y permite que la conciencia pueda guiarlo a lo que verdaderamente es la voluntad de Dios.
A eso se refería Pablo cuando decía que él trataba de “tener una conciencia sin ofensa ante Dios y ante los hombres”. En otras palabras, que no hubiera algo que lo redarguyera. El tenía tal cuidado que cuando sentía que la conciencia lo reprendía por hacer algo indebido o incorrecto, se detenía. En ese detenerse es exactamente donde se encuentra la verdad a si mismo. Vive conforme a sus convicciones y no la contradice con pensamientos, con obras, con omisiones ni con ninguna otra manera que pudiera llevarle a un choque con su conciencia.
Debemos aplicarnos la verdad de tal manera que nos resulte imposible en cualquier momento hacer lo malo. No podremos vencer a los enemigos de nuestra alma de la noche a la mañana. David no comenzó matando gigantes o peleando grandes batallas; él comenzó garroteando leones y osos. Con su vara de pastor, con pedradas y con hondazos defendía a las ovejas de su padre. Esa fue su escuela. Tales recuerdos lo dotaron de la valentía y la fé necesaria para derrotar a Goliat. Todo eso le tomó varios años. De igual manera, no podremos llegar a tener la victoria de la integridad si no comenzamos a cultivar el respeto hacia nuestra conciencia en las mínimas cosas.
El éxito que obtuvo José sobre las provocaciones de la esposa de Potifar no fue una cuestión de la noche a la mañana. José también había pasado toda una escuela. Su juventud dedicada a cultivar la integridad fue lo que le permitió poder decir en el momento justo: No. Sin esa escuela él hubiera su*****bido a la tentación.
Daniel pudo continuar orando aún cuando el decreto real decía: “cualquiera que en el espacio de treinta días demande petición de cualquier dios u hombre fuera de ti, oh rey, sea echado en el foso de los leones .” (Daniel 6:7). Daniel solía orar tres veces al día; dejar de orar era algo que iba en contra de su conciencia. Por ello, a pesar del decreto, continuó orando abiertas las ventas en dirección a Jerusalén. El ser arrojado al foso de los leones no doblegó la verdad que había en él.
Pero, de la misma manera que las grandes victorias se construyen con el tiempo a travéz de una vida disciplinada, también las grandes derrotas y los grandes fracasos se van fraguando con el tiempo en la medida que se permiten ciertas cosas que atacan la conciencia sin que a uno le importe.
Todo puede comenzar con cosas que parecen insignificantes. Por ejemplo, una infracción a las leyes de tránsito; una cosa pequeña pero que es incorrecta. Tal vez usted le ha hablado a sus hijos sobre que hay que ser respetuosos de la ley, pero, luego le ven irrespetando la ley. Aparte que le hace daño a sus hijos tal acto es un atentado contra su conciencia, porque no es acorde con la verdad. Eso no es integridad, no es acorde con la verdad. Eso no es integridad, no es honestidad, no es pureza.
Lo mismo puede ocurrir cuando hay otros aspectos en las cuales las cosas no se hacen bien y se miente. En ese momento, cuando se produce un choque en la conciencia es vital mostrarnos sensibles. Si no tenemos la verdad para nosotros mismos puede ocurrirnos lo que Pablo advertía cuando escribió: “ manteniendo la fe y buena conciencia, desechando la cual naufragaron en cuanto a la fe algunos, de los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar.” (1 Timoteo 1:19-20). Los nombres de estos hombres quedaran consignados para siempre en las escrituras por que no supieron guardar su conciencia con limpieza.
Nuestra verdadera fortaleza es interna y solamente los de espíritu recto pueden perseverar. Usted podrá levantar la frente en alto solamente cuando tenga una limpia conciencia, cuando su corazón esté en paz. Entonces su espíritu será fortalecido, su carácter tomará consistencia por que es alguien que no permite que su conciencia sea lastimada con algo que ofende a Dios o a los hombres.
La Biblia también habla de cómo la conciencia se puede cicatrizar. Una herida abierta es muy sensible pero cuando cicatriza pierde su extrema sensibilidad. La conciencia puede también llegar a cicatrizar si un apersona se da el lujo de permitir ciertos elementos que le hacen sentir mal, a pesar de todas las justificaciones o racionalizaciones que se pretendan argüir.
Le pregunté a un predicador que actualmente vive en pecado cómo podía utilizar el púlpito para predicar en contra del pecado cuando él mismo se encuentra en pecado.
-¿cómo le hace?- Le pregunté.
-No pienso en eso- me respondió –yo predico lo que la Biblia dice y no pienso en nada más-
pero en la tragedia de esta persona tenemos una cuestión más de fondo y es: ¿dónde está su conciencia? Cuando se poseen convicciones y valores una persona honrada simplemente no podría hacerlo. No sería un sinvergüenza ni un hipócrita. No mancharía el púlpito con tanta deshonra, no denigraría a la novia de Cristo.
No debemos pecar. Como Juan lo decía: “estas cosas os escribo para que no pequéis.” (1 Juan 2:1). Esa es la voluntad de Dios: que no pequemos. Pero si por desgracia algún día llegáramos a fallar, lo más justo que podríamos hacer es no seguir adelante. El pecado nos descalificaría para seguir adelante. Será una mancha que siempre nos perseguirá. Siempre habrá alguien que con justa razón saque a mención nuestro pecado. Muchos podrán llegar a escucharnos; pero, los más, lo harán por curiosidad. La curiosidad de saber cómo predica un farsante . la curiosidad de escuchar hasta donde puede llegar la hipocresía de un predicador.
Mientras tanto, el señor hipócrita continuará mintiéndose a sí mismo, negándose a su conciencia. ¡Que desgracia! Por eso, hermanos, debemos ser muy sensibles al espíritu de Dios, a su palabra y a los dictados de la conciencia que nos muestran, de alguna manera, cuando algo no está bien o no es correcto. Ante ella es muy importante ser sinceros hasta llegar al punto de decirnos la verdad a nosotros mismos. Hasta el punto de tener la humildad necesaria para reconocer cuando nos equivocamos y cuándo cometimos un error.
El ideal de nuestra vida no debe ser el aparentar ser superhombres que no se equivocan jamás; las equivocaciones vendrán pues todos cometemos errores. La diferencia la hace lo que hacemos cuando nos damos cuenta que hemos errado.
Si comenzamos a inventar justificaciones y todo tipo de explicaciones estamos alejándonos de la sinceridad. Pero si estamos resueltos a decirnos la verdad a nosotros mismos debemos reconocer cuándo nos encontramos en malas condiciones, cuándo hemos descuidado la vida devocional. Al reconocer esa realidad no nos será difícil solicitar dos o tres semanas de receso para buscar a Dios. Aceptando el hecho que no se puede continuar fingiendo lo que en realidad no se tiene.
Cuando nos apropiamos de la verdad para nosotros mismos no podremos hacer más las cosas que serán para la destrucción de nuestras almas. Eso fue lo que impulsó a Daniel a no dejar de orar. El tuvo la opción de dejar de orar, pero él sabía que eso lo dañaría. Lo mismo ocurrió en el caso de José, le respondió a la mujer seductora: “¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:9). Esa respuesta obedecía a una convicción.
Una persona puede volverse indulgente con el pecado confiando en que Dios es misericordioso y que podrá reconciliarse con él. Una vez reconciliado comenzar con sus malabares mentales luchando por convencerse que el pecado ya quedó atrás y que Dios lo ha olvidado. Pero aún cuando ese arrepentimiento sea sincero allí algo ocurrió, se perdió algo, se echó a perder la integridad, la rectitud. Esas pérdidas dañan fatalmente la espiritualidad de cualquier persona produciendo un deterioro progresivo. Normalmente cuando una persona se permite una falta, luego vendrá otra. La segunda vez será más fácil y la tercera aún más fácil.
Por la operación del misterio de iniquidad puede ocurrir que un predicador piense: “desde que estoy en pecado veo que logro más conversiones, estoy predicando mejor que nunca ¡Qué grande es la gracia de Dios!”
Pero, en realidad esa persona ha tomado un sendero en el cual se está mintiendo a sí misma una y otra vez. Y no hay peor engaño que el que una persona se causa a sí misma. Pudiera ser que alguien nos engañara y nos mintiera. Podríamos ser ingenuos, tal vez bobos, tal vez tontos y ser engañados. Pero en todos esos casos siempre es otra la persona que nos engaña. El problemas es cuando somos nosotros mismos los que tratamos de engañarnos. Cuando tratamos de convencernos que nuestra falta de rectitud no es ningún problema. Cuando tratamos de ver la inmoralidad sexual como una mera función natural de los cuerpos que no toca el alma. “Es la amante perfecta por que ha sabido guardar el secreto, es discreta no ha dicho una palabra.” Pero el daño ya está allí.
Dentro de usted hay una delicada cadena que se llama integridad y que puede romperse con facilidad y una vez rota no se puede reconstruir. Nadie puede recuperar la inocencia. Cuando la inocencia se pierde, se pierde para siempre. Es como un invicto que alguien pierde: una vez perdido ya no se puede recuperar sin importar cuantos años se conservó; no importa. Una vez perdió ya no es un invicto.
¿continuamos invictos sobre el pecado?
¿Invictos sobre la falsedad, la mentira, la hipocresía y sobre aquellas cosas que sabemos no son correctas? Nadie puede hacernos daño, nadie. Solamente nosotros mismos. Podemos ser nuestra propia ||ruina, nuestra propia perdición, si no nos presentamos la verdad a nosotros mismos y mucho menos si no nos la apropiamos y no la vivimos.
Pablo dijo: “ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos.” Dios juzgará todas las cosas. No solamente las cosas que los hombres hicieron sino también las motivaciones de cada uno. “por esto procuro tener siempre una conciencia sin ofensa”. Una conciencia sin ofensa significa que no haya nada que atente contra nuestra integridad. Una conciencia sin ofensa también significa que no haya una espina que tengamos que llevar todo el tiempo y que cuando menos se espere nos lo echarán en cara.
Ante tal confrontación usted podrá enojarse y actuar malcriadamente y callar con sus gritos a la otra persona o puede reaccionar de manera tranquila y esforzarse por dar una explicación, pero, después de eso siempre cargará con su espina. Siempre tendrá que llevar el dolor de haber perdido la integridad. Por que cuando una persona deja de ser irreprensible, deja de serlo para siempre. Ya posee un antecedente. Si la persona se arrepiente sinceramente, el señor le perdona y le restaura; pero, su antecedente no se puede remediar. Ya es parte de su historia y ha quedado grabado en el corazón de los hombres.
Entre la integridad y la hipocresía solamente existe una delgada línea de separación y es tan fácil pasar de un lado al otro. Pero cuando pasamos de la integridad a la hipocresía ya no se puede regresar. Satanás hará todo lo que esté a su alcance a fin que crucemos la línea; pero, si manejamos la verdad para nosotros mismos el diablo podrá ofrecer lo que desee ofrecer y nuestra respuesta siempre será: No, no y no.
La tentación puede parecer atractiva, que vale la pena. Pero, en el momento que usted acceda se sentirá el ser más desdichado que pueda existir en la tierra. Pero, entonces, ¿cómo regresar? No se puede. Ante esto es fácil que cualquiera piense que la vida es cruel; pero, no, la vida es hermosa porque Jesús dijo: “yo soy la vida.” (Juan 14:6). Y Jesús es hermoso, el arruinado es usted; la vida no es cruel, usted es cruel consigo mismo al irrespetar su conciencia y sus principios.
Cuando Lutero tuvo que ir a la dieta de Worms él sabía que no tendría la oportunidad de una justa defensa y, en realidad, no la tuvo. Ni siquiera quisieron oírlo. Solamente le dieron un día para que se retractara. Él sabía que si no se retractaba lo matarían. Toda esa noche pasó pensando en que respuesta dar. Luego resolvió lo que habría de responder y al día siguiente lo dijo muy claro ante las autoridades católicas: “Mi conciencia es cautiva de la palabra de Dios. No puedo retractarme y no me retractaré de nada, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro. No retrocederé. No puedo hacer otra cosa. Dios me ayude. Amén.” (Bainton, Roland H. “Lutero.” Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1955. Página 204.)
Después de eso le permitieron volver a su casa pero todos sabían que no lograría llegar a su casa jamás: en el camino le esperarían para matarlo. Pero uno de los príncipes intervino y lo condujo ocultamente hasta el castillo de Wartburgo. Durante varios años permaneció oculto en el anonimato del castillo y allí fue donde tradujo la Biblia al Alemán. Pero lo que deseo señalar es que él estuvo dispuesto a ofrecer su vida. El dijo: “no puedo retractarme y no me retractaré de nada, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro.” La pregunta que debemos respondernos es si nuestras convicciones alcanzan hasta ese punto o si nos venderemos yendo en contra de nuestra conciencia.
Después de pecar contra Dios será inútil preguntar: ¿y usted no sabía que eso era malo? Claro que sí sabía que era malo. Entonces tendremos que preguntar: ¿por que lo hizo? No, no es necesario preguntarlo. La respuesta es que no fue verdadero consigo mismo. Si hemos de tomar la verdad debe ser de manera total y debe comenzar desde nuestro interior. A partir de allí debemos comenzar a vivir en la sinceridad de lo que es correcto hasta en las cosas más pequeñas: evitar la mentira, los rencores, todo aquello que usted sabe que lo reprende. Conflictos no resueltos, faltas no perdonadas o situaciones en las cuales somos nosotros los que debemos pedir perdón.
La verdad implica alcanzar una humildad que nos permita reconocer nuestros errores. No estamos tratando de demostrar que somos perfectos sino que lo único que queremos es la verdad. Si no estoy en la verdad, pido perdón y me arrepiento. Pero al hacer eso crezco y continúo conociendo cada vez más y más verdad. Porque no quiero mentirme. No reconocer un error es no abrazar la verdad, es no decirnos la verdad a nosotros mismos y si no podemos ser sinceros ni con nosotros mismos entonces no lo seremos con nadie.
Como lo dije la primera noche: decidamos qué queremos ser. Si queremos ser hombres de Dios debemos procurar la integridad, la rectitud, la honestidad. Debemos evitar la mentira, el fingir, inflar datos. Tales son los hombres de Dios. Ahora si a usted lo que le atrae son otras cosas como ir a jugar boliche, ir a comer, ir a pasear, ir por la zona rosa allá por las ocho de la noche del día viernes entonces podría decirse que usted es un hombre de mundo, quizá un Play Boy, un vago o algo parecido. Si esas son las cosas que le gustan está en todo el derecho que le gusten y no hay problema; pero lo que no es correcto es vernos en una contradicción delante de la Biblia, delante de Dios o delante de nosotros mismos.
Tomado del Libro: “Reflexiones sobre la verdad”