Romanos 8:1-14
INTRODUCCIÓN: Ante la impotencia humana y frente a lo que fue el mensaje anterior surge una pregunta: ¿Estamos condenados los creyente a pasar toda su vida frustrado por las sucesivas derrotas debido al pecado que mora en nosotros? (7:21–25) ¿Será que no hay poder a nuestra disposición para lograr la victoria?
Esto lo mencionamos porque las leyes de las que hablamos la semana pasada, y que hacen de nuestro ser interior un campo de batalla, la ley del pecado pareciera ser la que más domina y nos esclaviza. El asunto es que Pablo nos dejó con una sensación de derrota cuando habló que con su mente le servía a la ley del Señor pero con la carne a “la ley del pecado”.
Pero la verdad es que nuestra frustración sería mayor si Pablo pasara a otro tema confinados al dominio del mal si no nos presentara el poder que aparece en el capítulo ocho. El mismo versículo uno nos da ya una descanso acerca de lo que el enemigo siempre usa para hacernos sentir mal y hasta condenados, al decirnos: “Ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…” v. 1. Lo que va a desarrollar a partir de acá será una auténtica declaración de victoria a través de la obra del Espíritu a la que él va a llamar “la ley del Espíritu”.
Un estudio de este riquísimo pasaje nos mostrará la obra del Espíritu de tal manera que si el otro capítulo nos mostró una sensación de derrota en este encontramos una proclama de victoria. Pablo menciona en estos versículos un total de diez veces al Espíritu Santo. Si bien es cierto que hay una “ley del pecado”, más cierto es que hay “la ley del Espíritu”. Entonces, ¿por qué el creyente debe vivir bajo la ley del Espíritu?
I. ES LA ÚNICA QUE PUEDE LIBRARNOS DE LA LEY DEL PECADO
1. Ninguna condenación hay para el creyente v. 1. El pecado hace un trabajo de dominio total. Él es el encargado de producir en nosotros todo tipo de codicia mejor conocida como la concupiscencia. Por cuanto es una ley que está en nuestros miembros pretende constituirse en nuestro dueño haciéndonos creer que jamás podremos salir de su dominio. Pero la verdad es otra.
Cuando alguien está en Cristo al final será él y no el pecado el que triunfará en nuestras vidas. Así, pues, cuando se nos dice que no hay ninguna condenación par el creyente es porque no la hay. Esta es la gran verdad que surge de la experiencia de nuestra salvación con Jesucristo. Juan categóricamente nos dice que el que cree en él no es condenado (Jn. 3:18).
También nos dice que cuando creemos en Cristo tenemos vida eterna y ya no hay condenación (Jn. 5:24). La palabra de Dios nos adelante que ya hemos sido justificados, lavados y santificados (1 Cor. 6:11). La obra del Espíritu Santo sella totalmente al creyente con su poder y presencia de modo que este puede tener seguridad de su salvación eterna. La garantía de la ley del Espíritu es por que ya hemos conocido a Cristo el salvador.
2. Una ley que libra de otra ley v. 2. Cuando Pablo dio su grito de angustia en el capítulo anterior, refiriéndose a quien le libraría de su “cuerpo de muerte”, dio por sentado la necesidad que alguien superior a él mismo y a las leyes que combatían en su ser pudiera librarle de semejante esclavitud. Y esto es lo que ahora está sucediendo.
Como si se tratara de su declaración de fe y de victoria ahora nos dice que hay una ley superior a la del pecado, la encargada de emancipar al apóstol de lo que parecía imposible que sucediera. Tenía que venir otra ley, muy distinta a las anteriores, que pusiera en libertad al hombre de Dios que estaba cautivo.
Así nos dice: “ Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” v. 2. Note que el texto no dice me librará sino “me ha librado”. Esta es una acción pasada. Este es un asunto concluido. Es verdad que hay batallas que se libran en nuestra naturaleza irredenta todavía. Nuestra carne está activa hasta el día que sea reemplazada por un cuerpo nuevo. Sin embargo el creyente ha sido salvado e irá de triunfo en triunfo por medio de “la ley del Espíritu” que le ha sido dada.
II. ES LA ÚNICA QUE PUEDE DOBLEGAR EL DOMINIO DE LA CARNE
1. Lo que era débil por la carne v. 3. Pablo ha dejado claro que era imposible ser libertado del pecado por la ley mosaica. Lo que ella hacía era condenarnos siempre. Se nos dice que ella era muy débil para hacerle frente a un poder tan grande como el pecado. ¿Qué sucedió entonces? Pues que Cristo vino en semejanza de carne de pecado y por causa del pecado, pero no en la semejanza nuestra que está contaminada, sino en el poder de Dios para acabar con el poder del pecado. Esta es una expresión notable y significativa. Cristo se hizo carne como nosotros, eso explica que él fue un hombre sujeto a nuestros padecimientos, pero sólo a semejanza de nuestra condición pecaminosa.
Él tomó nuestra naturaleza tal como está en nosotros, rodeada de enfermedades, sin nada que le distinguiese como hombre de entre los hombres pecadores, salvo el que era sin pecado. La ley del Espíritu ha tomado en cuenta la obra de Cristo por su naturaleza sin pecado para combatir en nosotros el dominio de la carne. Y Pablo da una respuesta a esto diciendo que solo así se podrá cumplir toda justicia, y la razón es porque ya no andamos según la carne sino según el Espíritu v. 4.
2. Los designios de la carne son enemigos de Dios v. 7. El presente texto nos presenta una poderosa razón para que la ley del Espíritu sea la que nos gobierne. La carne es enemiga de Dios. Romanos 5:10 nos habla del tiempo cuando todos éramos enemigos de Dios, pero que al conocer a Cristo fuimos reconciliados con él a través de su sacrificio en la cruz. Y esto es algo que necesitamos saber siempre.
Ahora somos amigos de Dios por medio de la obra en la cruz que hizo su Hijo. Pero debemos recordar que cada vez que dejamos que la carne tome control de nosotros, en ese momento volvemos a ser enemigos de Dios. ¿Cuál es la razón para esto? Porque de acuerdo al texto la carne jamás se sujeta a la ley de Dios ni a la ley del Espíritu.
Los designios de la carne no son buenos. Simplemente haga un ejercicio mental de esto y piense qué es lo que le agrada a la carne y verá que siempre choca con los designios de Dios. La carne querrá llevarle en otra dirección que no sea sino su propia satisfacción. Piense cómo trabaja la carne en su relación con Dios. Sabe usted cuánto cuesta mantener una comunión con Dios por la actuación de la carne. El versículo 8 y 13 nos advierten sobre esto.
III. ES LA ÚNICA QUE CAMBIA NUESTRA MANERA DE OBRAR
1. Pensar en la carne o pensar en el Espíritu v. 5. Ahora Pablo comienza a definir al auténtico hombre de Dios. Si bien es cierto que nuestras batallas siguen hasta el día que muramos, la otra parte es que nuestra vida con sus pensamientos al ponerlos bajo el señorío de Cristo y bajo la ley del Espíritu, irán siendo más espirituales que carnales. Las preguntas que nos vienen siempre tienen que ver con este asunto precisamente.
¿Cómo puedo andar en el Espíritu y no en la carne? ¿Cómo puedo saturar mi mente con pensamientos del Espíritu y no de la carne? Una de las palabras que Pablo va a usar en este pasaje es precisamente la de “andar”. En el primer versículo hace referencia a no “andar” en la carne sino en el Espíritu.
En el v. 4 otra vez dice que ya no andamos en la carne sino en el Espíritu. Y las otras dos palabras que son parecidas al andar, son “vivir” y ser “guiados” por el Espíritu. Todo esto para decirnos que nuestra vida diaria debe distinguirse por su andar satisfaciendo a los anhelos del Espíritu y no los de la carne. Lo que pensamos eso somos (Pr. 23:7).
2. Ocuparse en la carne o en el Espíritu v. 6. Pablo advierte que cuando nos ocupamos de la carne tendremos como fruto la muerte. Sí, la muerte de los de nuestros más grandes sueños, metas y propósitos. Pero sobre todo, la muerte en relación a las cosas buenas y agradables que nos da el Señor. Sin embargo, vea la diferencia al ocuparse del Espíritu. Lo primero que vemos es que él produce en nosotros “vida y paz”. Mis amados yo no podría pensar en algo mejor que esto para la felicidad cristiana.
La ley del Espíritu produce en mi ser interno la real vida que no me da la carne y la paz que solo viene del cielo. Tenemos que reconocer que si algo no produce la carne es paz. Es más, muchos de nuestros constantes conflictos se deben a que los designios de la carne producen los deseos insanos que al dominar nuestra voluntad nos llevan cautivos al dominio del pecado. Y cada vez que se consuma el pecado la vida queda desprovista de la paz que nos da el Espíritu. Para lograr esto Pablo nos recomienda ocuparnos en el Espíritu. Hay muchas ocupaciones diarias que nos distraen de este propósito. Esperamos que la más importante sea la del Espíritu. En ella tenemos vida y tenemos paz.
IV. ES LA ÚNICA QUE LE DA VIDA A NUESTRO CUERPO MORTAL
1. El Espíritu de poder vive en nosotros v. 11. ¿Por qué debemos dejar que sea la ley del Espíritu la que gobierne nuestro cuerpo mortal? La respuesta la tenemos en este versículo 11. Hay dos asuntos supremos y sublimes acerca del Espíritu Santo y Jesucristo. Uno fue el nacimiento virginal de Cristo. La Biblia nos dice que eso fue la obra del Espíritu Santo y no del hombre.
De esta manera la sangre y vida que Jesús tuvo vino por la acción del Espíritu. Pero la otra acción del Espíritu Santo en relación con Cristo fue el de levantar a Jesús dentro de los muertos. Esto significa un extraordinario poder, pues se trata de traer al Hijo de Dios desde las profundidades de la tierra donde estuvo durante tres días. Esto es muy alentador porque Pablo nos va a decir que de la misma manera que el Espíritu Santo trajo a Cristo a la vida, de igual manera nos dará a nosotros vida.
La única condición para que esto suceda es que el Espíritu Santo more en nosotros. Este texto debemos digerirlo y aplicarlo. El apóstol habla aquí mismo de la garantía de la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas de acuerdo a los versículos 9 y 16. Ese poder vivifica nuestro cuerpo mortal.
2. El Espíritu trae vida v. 13. En la medida que Pablo va desarrollando este extraordinario capítulo toca elementos que nos van dando mucha seguridad en lo que ahora somos en Cristo. Previamente nos ha dicho que ahora todos somos deudores no a la carne (v. 12) sino al Espíritu por toda la obra a favor de nuestra salvación. Por lo tanto debemos dejar de luchar la vida cristiana en nuestras propias fuerzas.
La clase de vida que produce la carne es muerte. (8:12–13a). Así que en lugar de lo anterior expuesto, debemos permitir al Espíritu de Dios que elimine las obras de la carne y produzca Su fruto en nosotros (8:13b). Esta nueva forma de vivir sólo se manifiesta en quienes han encontrado la salvación.
El nuevo desafío para un hijo de Dios es no seguir viviendo en la carne sino bajo la obra del Espíritu. Esta es la nueva vida que nos trae el estar dominados por la ley del Espíritu. Al fin de todo esto Pablo nos recuerda que la razón por la que debemos vivir conforme al Espíritu en lugar de la carne, es porque el ser guiados por el Espíritu Santo es una señal que somos hijos de Dios. Amen.
CONCLUSIÓN: No sé si usted se ha dado cuenta que uno de los mejores inventos que tenemos en este tiempo es el llamado GPS (Sistema de Posicionamiento Global). Es un sistema de navegación por satélite. Se dice que hay por los menos 24 satélites integrados y puestos en órbita en toda la tierra de donde viene todo un sistema para ser guiados en la tierra. Todos sabemos de su gran utilidad y nos ayuda para evitar el congestionamiento del tráfico, los peajes, sitios de interés en la vía, nos dicen si vamos a exceso de velocidad, si hay peligros en la vía y hasta si hay un policía por allí listo para medir la velocidad. Algunos dicen que el GPS “les salvó la vida”.
Ahora hay algo interesante en esto, este sistema viene desde el cielo para guiarnos en la tierra, pero como es un invento humano, no siempre es perfecto. Algunas veces el sentido común nos dice otra cosa y no le hacemos caso si sabemos que podemos ir por una ruta distinta. Bueno, mis amados nosotros tenemos a alguien mejor que el GPS para guiarnos en la tierra. Él jamás se equivoca. Su ruta está mejor delineada que este invento humano. Él nos guía desde el cielo para vivir en la tierra, pero su meta final es llevarnos de regreso Dios. Esto es lo que Pablo dice finalmente en los vv. 16, 17.