La tarea del Espíritu Santo es extraer esta verdad de las páginas de las Escrituras y escribirlas en nuestro corazón para que cobren vida. Eso significa experimentar lo sobrenatural.
¿Por qué, entonces, no experimentamos más lo sobrenatural, en nuestras iglesias, en nuestras familias y en nuestra vida personal? ¿Por qué más de nosotros no estamos viendo la invasión sobrenatural de Dios, más de su viento, más de su fuego?
En las páginas de este libro buscaremos con detenimiento en la Palabra de Dios y en nuestra vida la respuesta a esa pregunta. Por ahora, baste con decir que si algún cristiano está derrotado y sin poder, no se debe a que tenga que ser así.
Sino a que o bien está desinformado o ha decidido estar sin poder. Porque la provisión y la presencia del Espíritu Santo es la infalible promesa de Dios, derramada sobre nosotros para conectarnos a la misma realidad del propio Dios.
Veamos este ejemplo: Una persona necesita comprar un refrigerador nuevo. Va al comercio donde los venden y elige un equipo de los más modernos, con anaqueles que se deslizan de manera automática hacia afuera, apenas abre la puerta. Cierra la compra y le prometen que ese mismo día le llevarán el refrigerador a su casa.
Sale de ese negocio y va al supermercado donde compra muchos comestibles. Llega a su casa justo cuando le traen el nuevo refrigerador. Lo ubican en el lugar indicado y usted de inmediato lo llena con todos los comestibles que ha comprado. Esa noche se queda dormido pensando en las deliciosas comidas que le esperan.
A la mañana siguiente se encamina entusiasmado a la cocina y abre la puerta del refrigerador. Sin embargo los anaqueles no se deslizan automáticamente; se quedan allí.
El helado se ha derretido, los vegetales cambiaron de color y descubre que la leche está agria. Se da cuenta de que su refrigerador de marca mayor no está funcionando como le hicieron creer que lo haría.
Toma el teléfono, llama a la tienda de electrodomésticos y pide que lo comuniquen con la persona que le vendió la mercancía. Cuando responde le dice:
Mire, usted me vendió un equipo defectuoso. Toda la mercadería está arruinada. El vendedor se queda estupefacto.
Bueno –dice con mucha seriedad–, ¿quisiera ir al refrigerador y abrir de nuevo la puerta y decirme si la luz se enciende?
Va hasta allí y la abre. Ninguna luz.
Pues bien, hágame un favor –continúa el vendedor–, ¿podría poner el oído allá abajo donde está el motor y decirme si escucha un zumbido?
Se inclina y escucha. Ningún zumbido.
Entonces ahora –dice el vendedor–, si no le importa, ¿tendría la amabilidad de mirar por la parte de atrás del refrigerador y revisar si el cordón está bien enchufado?
Va y mira detrás del refrigerador. El extremo del cordón yace allí, suelto en el piso.
Regresa al teléfono –Ya revisé... el cordón no está enchufado. Sin embargo por el precio que me cobraron eso no debería importar. ¡El equipo debería trabajar por principio general!
Allí es cuando el vendedor le aclara algo con amabilidad. Los electrodomésticos, están diseñados de una manera muy elaborada a fin de que tengan sorprendentes funciones. Esto, sin embargo, son dependientes por naturaleza.
Aunque tengan todos los componentes necesarios a fin de realizar todas las cosas para las cuales el fabricante creó cada electrodoméstico, no son capaces de lograrlo por su propia cuenta. Necesitan primero facultarlos por el fuego que brinda la electricidad. Solo entonces pueden las partes hacer la función para las que se crearon.
Cuando usted y yo entregamos nuestra vida a Jesucristo, Él nos dio partes nuevas. Nos dio una nueva mente, un nuevo corazón, una nueva conciencia y una nueva disposición. Nos garantizó toda una nueva naturaleza dentro de nuestro cuerpo existente.
Fue como unos nuevos residentes que se instalan dentro de una antigua casa. Con todo, a veces parece que esta nueva cosa no funciona. A veces parece que venir a Cristo es como comprar un equipo defectuoso; simplemente no funciona como le hicieron creer que lo haría.
Es por eso que usted y yo debemos comprender con claridad que somos dependientes por naturaleza. Nunca nos recrearon en Cristo para funcionar por nuestra propia cuenta.
Necesitamos el poder, necesitamos aparejarnos a otra fuente que prenda la llama para el adecuado funcionamiento de la nueva naturaleza que nos ha provisto Dios.
El Espíritu Santo cambia la ecuación del poder en nuestra vida. Cambia la ecuación de capacidad, pues provee vida sobrenatural del mismo Cristo, y así nos equipa y faculta de manera tan completa que nunca más podemos decir que nos falta la capacidad de realizar lo que Él nos llamó a hacer.
“El Espíritu Santo es la persona de la trinidad que está de manera más activa con nosotros”.
Este artículo ha sido tomado del libro:
El fuego que enciende
por Tony Evans
Editorial Unilit