Piense en cómo se sentía usted durante su infancia el 24 de diciembre. Casi no podía esperar que llegara el día siguiente, y la ansiosa espera le hacía difícil conciliar el sueño.
Bien, había unos pastores que se sintieron así en la primera Nochebuena, pero su emoción no fue solamente por lo que iba a venir; estaban emocionados por lo que ya habían visto y escuchado. Al considerar que Dios había permanecido en silencio durante siglos, el mensaje de los ángeles fue un anuncio sorprendente hecho a unos destinatarios inesperados.
¿Se ha preguntado por qué razón Dios quiso anunciar el nacimiento de su Hijo a humildes pastores, en vez de a líderes mundiales, o por qué permitió que su Hijo naciera en un establo?
Puesto que el Señor nunca hace nada sin un propósito, ambas decisiones son significativas. Era apropiado que estos hombres fueran los primeros en escuchar la noticia acerca de Jesús, el Buen Pastor que “da su vida por las ovejas” (Jn 10.11). Y quizás no había una cuna más adecuada para “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, que un cobertizo construido para el ganado (1.29).
Para entender lo sorprendente que fue este encuentro, piense en lo que usted haría si un ángel se apareciera en su iglesia, y anunciara que Jesús regresará mañana. ¿Cómo se sentiría? ¿Le daría poca importancia, o haría lo mismo que los pastores que buscaron de inmediato al Mesías, y contaron a todos lo que habían visto?
Estas eran, en verdad, “nuevas de gran gozo . . . para todo el pueblo” (Lc 2.10). El ángel estaba proclamando que Dios daría salvación a la humanidad por medio de un pequeño bebé acostado en un pesebre. Lo interesante es que euangelion, la palabra griega que significa “buenas nuevas”, también se traduce como “evangelio” en otras partes del Nuevo Testamento. En esencia, toda la vida de Cristo —su concepción por el Espíritu Santo, su nacimiento de la virgen María, su muerte en una cruz por nuestros pecados, la resurrección de entre los muertos, y la ascensión al Padre, así como su promesa de venir de nuevo— puede resumirse en esa sola palabra.
Navidad es Buenas nuevas de gran gozo
Cristo es la fuente de nuestro gozo.
La mayoría de las buenas noticias traen inmediata felicidad, pero con el tiempo se desvanecen sin cambiar nada en nosotros. En cambio, cuando creemos la buena nueva de Cristo y lo aceptamos como nuestro Salvador, el gozo permanece y nos transforma. Podemos tener contentamiento porque su Espíritu Santo está siempre con nosotros. Y mientras permanecemos en Él como una rama en la vid, su vida fluye a través de nosotros, y el Espíritu produce fruto (Jn 15. 4, 11; Gá 5.22, 23).
El Nuevo Testamento nos da muchas razones para celebrar.
Juan habló de la felicidad que sentimos al estar entre otros creyentes (2 Jn 1.12). Tito se emocionó por la obediencia de los corintios, y las iglesias de Macedonia descubrieron la satisfacción de dar sacrificialmente (2 Co 7.13; 8.1, 2). El Señor Jesús habló de la plenitud de gozo que proviene de escuchar su Palabra, y de recibir respuestas a las oraciones hechas en su nombre (Jn 17.13;16.24).
Podemos, incluso, regocijarnos en el sufrimiento.
El Señor Jesús dijo que nos gocemos y alegremos cuando seamos insultados y perseguidos por su causa, porque nuestra recompensa es grande en los cielos (Mt 5.11, 12). Pablo aconsejó gloriarnos en la tribulación, ya que ella produce perseverancia, entereza de carácter y esperanza (Ro 5. 3, 4 NVI). Y Pedro dice que ella pone a prueba nuestra fe, y que resultará en alabanza y gloria cuando Cristo regrese (1 P 1. 6-8.).
Como puede ver, el gozo que Cristo nos da es único.
No se trata de estar contentos por las cosas malas que nos ocurren, sino de gozarnos por los buenos propósitos de Dios al permitirlas. Nuestro deleite está en Cristo —en lo que Él ha hecho por nosotros, en cómo está obrando en nosotros, y en lo que promete en la eternidad.
Buenas nuevas de gran gozo
Él es la fuente de nuestra fortaleza.
Cuando los pastores escucharon la noticia en cuanto al Mesías, su júbilo los impulsó a la acción. No pudieron quedarse con la noticia para sí mismos. Es que el gozo de Cristo es grandioso. Y así como sucedió con los pastores, ese gozo debe transformarnos también a nosotros y motivarnos a servirle.
Una vida de gozo es el testimonio más atrayente que usted y yo podremos mostrar en la vida a un mundo que está perdido y que sufre. Las personas están buscando el gozo en los lugares incorrectos. Por tanto, cuando nos ven experimentando dolor, problemas y conflictos con paz interior, la puerta se nos abre para que les anunciemos el mensaje de un Salvador que vino a darnos una vida nueva.
Al celebrar la Navidad, recuerde las palabras de Nehemías al pueblo de Israel: “El gozo del Señor es vuestra fuerza” (Neh 8.10). Cuando escucharon las Sagradas Escrituras que les eran leídas, lloraron y se entristecieron por su pecado. Pero Nehemías les dijo que no lloraran, sino que celebraran, se enviaran regalos, y se regocijaran porque era un día santo.
Esto suena mucho a la Navidad, ¿no le parece? Este es nuestro día santo —un día para regocijarnos en el Señor con gran celebración, regalos y compañerismo con nuestros seres queridos. Dios quiere que disfrutemos este día honrando a Cristo y celebrando unos con otros.
Aun cuando sus circunstancias no sean perfectas en esta Navidad, no pierda su gozo. Es un don precioso de Cristo, y Él quiere que usted lo tenga al máximo en este día y todos los días del año. La Navidad es solo un anticipo de lo que nos espera en el cielo —un deleite ininterrumpido y sin reservas en la presencia del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y eso solo ya es razón para celebrar.