No te Dejes Dominar | Predicas Cristianas | Tony Hancock
Chuck Swindoll relata la historia de un hombre que se despertó muy de madrugada al oír un ruido estrepitoso en el techo. Parecía que alguien estaba disparando una metralleta. Salió corriendo de piyamas para ver quién hacía ese ridículo sonido, y descubrió que era un pájaro carpintero buscando inútilmente su desayuno en la antena del televisor.
Furioso, levantó una roca y la lanzó hacia el ave que había interrumpido su dulce sueño. Vio la roca levantarse sobre el techo y, casi al instante, oyó el sonido de un vidrio quebrado cuando la roca se estrelló contra el carro. Totalmente frustrado, le dio una patada a otra piedra que aún yacía en el suelo. Demasiado tarde, se acordó que andaba descalzo.
En realidad, la ira descontrolada puede producir muchos problemas. Sin embargo, solemos decir que nuestra ira es justificada. Usamos la frase “Me hicieron enojar”, como si la culpa no fuera de nosotros. Nos portamos como si el coraje fuera algo incontrolable. Nos justificamos por dejarnos dominar por el enojo. Decimos: Bueno, Jesús también se enojó cuando vio la injusticia.
El apóstol Santiago declara que la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere (Santiago 1:20 NVI). El problema que enfrentamos muchas veces es que nuestro enojo es egoísta. Jesús se enojó porque estaban deshonrando a su Padre en el templo, pero nosotros nos enojamos porque alguien nos habló mal, o porque nos bloquearon en el tráfico.
El enojo parece ser cada vez más frecuente en nuestra vida moderna, pero no deja de ser dañina. El enojo fácilmente nos llega a dominar y nos perjudica. En el sermón del monte, Jesús nos habla del enojo. Lea sus palabras en Mateo 5:21-26.
En estos versículos, él comienza a mostrarnos el verdadero sentido de la ley, la intención real de su autor. Al hacerlo, destruye nuestra interpretación convenenciera de la ley.
Todos conocemos el sexto mandamiento, No matarás. Si alguien le quita la vida injustamente a otro ser humano, queda expuesto al juicio de la corte. Se tendrá que enfrentar a las consecuencias de lo que ha hecho. Los que no hemos matado a nadie nos sentimos justificados. Por lo menos no soy homicida, decimos.
Pero Jesús va al corazón del asunto. Pero yo les digo… El Señor no está corrigiendo la ley, como si tuviera algún defecto. Tampoco le está dando simplemente una novedosa interpretación. Más bien, él muestra la intención verdadera del autor. ¿Cómo podría saber Jesús cuál es la intención verdadera del autor? Es Dios. La mente de Cristo es la mente del autor de la ley. ¿Quién mejor para mostrarnos lo que realmente significa?
Él dice que, si nos enojamos con nuestro hermano, si lo insultamos o lo maldecimos, ya nos hemos vuelto culpables. ¿Por qué dice Jesús esto? Porque la raíz del homicidio es el coraje. El homicidio es simplemente la expresión corporal de un corazón lleno de odio y de amargura contra otro.
El primer homicidio en la historia humana sucedió cuando Dios aceptó el sacrificio de Abel, pero no el de su hermano Caín. ¿Por qué prefirió Dios el sacrificio de Abel? Hebreos 11:4 nos da la respuesta: Por la fe Abel ofreció a Dios un sacrificio más aceptable que el de Caín, por lo cual recibió testimonio de ser justo, pues Dios aceptó su ofrenda. Abel dio su sacrificio en fe, mientras que Caín lo dio simplemente por cumplir.
Cuando Caín se dio cuenta de que Dios estaba complacido con el sacrificio de su hermano, y que había rechazado el sacrificio que Caín mismo le había dado, se puso furioso. No pensó: Hice mal. Debería pedirle perdón a Dios. ¡No! Más bien, se enojó con su hermano por haberse portado mejor que él y por haberle hecho quedar mal.
Un día, entonces, sacó a su hermano al campo bajo algún pretexto y lo mató. ¿De dónde surgió ese homicidio? ¿Cuál fue su raíz? El homicidio no nació de los diferentes sacrificios que ofrecieron los hermanos. No fue culpa de la piedra que Caín quizás usó para matar a Abel. El homicidio nació del corazón enojado y amargado de Caín. Matar a Abel fue simplemente llevar a la acción lo que ya traía en el corazón.
Por esto, Jesús nos dice que debemos tener cuidado con el enojo. No podemos dejar que nos domine. Cuando nace en nuestro corazón, tenemos que examinarnos a nosotros mismos y resolverlo pronto antes de que nos lleve a traspasar los límites.
Hay algo más que Jesús dice. El enojo es tan peligroso que también debemos apurarnos para arreglar las cosas cuando hemos hecho enojar a otra persona. No sólo tenemos que hacernos responsables de nuestro propio enojo, sino que también debemos hacernos responsables cuando hemos ofendido a otra persona.
Esto va completamente en contra de nuestra manera de pensar, y por eso nos metemos en tantos problemas. Por una parte, si nos enojamos, nos zafamos de nuestra responsabilidad diciendo Es que me hacen enojar. Por otra parte, si le fallamos a otra persona, decimos: Voy a darle tiempo para que se tranquilice. De un modo o del otro, ¡no nos hacemos responsables!
Pero Jesús dice, según el verso 23: si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano. Dios no se va a complacer con tu ofrenda si se la das sabiendo que has ofendido a tu hermano, que lo has hecho enojar, y no has remediado la situación.
Nos cuesta ir a pedir perdón. Recuerdo una ocasión en la que un hermano y yo llegamos a tener unas palabras. En realidad, la culpa fue de los dos, pero yo sentí que él había sido irrazonable. Al día siguiente, para su gran crédito, él vino a mi casa y me pidió disculpas. Aunque yo seguía enojado, después sentí vergüenza porque él fue más noble que yo en tratar de arreglar la situación.
¿A quién te hace falta pedir perdón? ¿A quién le has fallado? ¿A quién has hecho enojar? No te quedes con los brazos cruzados. No lo dejes para después. No pongas pretextos. Busca a la persona hoy para pedir perdón y arreglar las cosas. Dios no se va a complacer hasta que lo hagas.
Para hacer hincapié en la importancia de hacer las cosas ya, Jesús nos cuenta una parábola. Nos habla de una denuncia. Imagina que alguien te quiere llevar a corte por algo. ¿No te conviene llegar a un acuerdo con él antes de que las cosas lleguen a mayores? Si pueden llegar a un acuerdo, te saldrá mucho mejor que si fueras a corte. Allí te costará mucho más.
Así tiene que ser con el enojo. Nos conviene resolverlo ya, antes de que se convierta en algo más serio. Es cuando te comienzas a enojar que tienes que tomar acción, no cuando el enojo ya te ha cobrado mucho. Tenemos que aprender a conocer nuestro propio corazón y ponerle rienda. Tenemos que aprender a reconocer cuando nos estamos enojando, y saber qué hacer antes de que las cosas se pongan más serias.
Sobre todo, tenemos que resolver los asuntos que nos hacen enojar, en lugar de simplemente ignorarlos y permitir que la amargura crezca en nuestro corazón. ¿Cómo puede suceder esto? El apóstol Juan nos da la respuesta en 1 Juan 3:11-15.
Este es el mensaje que han oído desde el principio: que nos amemos los unos a los otros. 12 No seamos como Caín que, por ser del maligno, asesinó a su hermano. ¿Y por qué lo hizo? Porque sus propias obras eran malas, y las de su hermano justas. 13 Hermanos, no se extrañen si el mundo los odia. 14 Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte. 15 Todo el que odia a su hermano es un asesino, y ustedes saben que en ningún asesino permanece la vida eterna. (NVI)
Es sólo cuando aprendemos a vivir en el amor que viene por medio de la fe que podemos vencer el enojo. El enojo pronto se convierte en odio, al menos que se ahogue en amor. ¿De dónde viene el amor? Viene de Dios, quien nos amó tanto que envió a su Hijo a morir por nuestros pecados en la cruz.
Si Dios nos ha amado tanto, ¿cómo podemos nosotros persistir en guardar rencor contra nuestros hermanos? ¿Cómo podemos justificarnos en apartarnos de ellos por algo que sucedió en el pasado? Mis hermanos, esto no debe ser. El amor de Dios ha quitado nuestro pecado, y su amor nos llama a perdonar y a reconciliarnos con nuestros hermanos también.
Un club tenía dos miembros que se habían peleado por algo muchos años atrás, y ya no se hablaban. Se acercaba el año nuevo, y los demás miembros les imploraban que se reconciliaran para dar la bienvenida al año en armonía. Por fin, uno de ellos cruzó el cuarto y le habló a su enemigo. Te deseo un feliz año nuevo, le dijo, pero sólo uno.
En el mundo, ¡eso se llama reconciliación! Pero en la iglesia de Jesucristo, el amor tiene que ser mucho más profundo. En lugar de dejarnos dominar por el coraje y la amargura, Jesús nos llama a disfrutar su amor y extender ese mismo amor a los demás. ¿Con quién te está llamando Dios a reconciliarte hoy?