Principios para Perdonar y ser Perdonados | Predicación de Max Lucado
"Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores… porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas. "
"Trátame como trato a mi prójimo". ¿Tienes conciencia de que esto le estás diciendo a tu Padre? Dame lo que les doy. Concédeme la misma paz que concedo a otros. Déjame disfrutar la misma tolerancia que les doy. Dios te tratará de la misma manera que tratas a otros.
En toda comunidad cristiana hay dos grupos: los que son contagioso en su gozo y los amargados en la fe. Aceptaste a Cristo y le buscas, pero tu globo no tiene helio. Uno es agradecido, el otro es gruñón. Ambos son salvos. Los dos van al cielo. Pero uno mira al arco iris y el otro ve la tormenta.
¿Podría este principio explicar la diferencia? ¿Podría ser que están experimentando el mismo gozo que han otorgado a sus ofensores? Uno dice: "Te perdono" y se siente perdonado. El otro dice: "Estoy criticando" y vive criticando al mundo.
En otro lugar Jesús dijo:
No juzguéis a nadie, y Dios no os juzgará a vosotros. No condenéis a nadie, y Dios no os condenará. Dad a otros, y Dios os dará a vosotros. Llenará vuestra bolsa con una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Dios os medirá con la misma medida con que vosotros midáis a los demás. (Lucas 6:37,38, énfasis mío)
Es como si Dios te mandara al supermercado para comprar mercaderías para tu vecino y te dice: "Todo lo que tomes para tu vecino lleva también para ti. Porque todo lo que le des, eso recibirás".
El sistema es muy simple. No soy muy inteligente, pero puedo entenderlo. Como a mí me gustan las hamburguesas gruesas y jugosas, compro para mi vecino una hamburguesa gruesa y jugosa. Me encantan los helados de chocolate dobles, así que le compro a mi vecino un helado de chocolate doble.
Y cuando tomo leche, no quiero esa leche descremada que Denalyn me obliga tomar. Quiero leche decente, como Dios la creó. Entonces ¿qué compro para mi vecino? Leche decente como Dios la creó.
Avancemos un paso. Supongamos que la basura de tu vecino se diseminara por tu patio. Le avisas lo ocurrido, y él dice que la recogerá en algún momento dentro de la próxima semana.
Le informas que vendrán visitas, ¿No podría él salir de esa silla y trabajar un poco? Él te dice que no seas quisquilloso, que la basura va a fertilizar tu jardín.
Estás a punto de cruzar el patio para tener una charla con él cuando Dios te recuerda: Es tiempo de ir al supermercado a comprar las mercaderías de tu vecino.
De modo que vas a regañadientes hacia el supermercado y entonces se te ocurre: "Voy a ajustar cuentas con ese viejo ocioso". Y te vas derechito a la leche descremada, y derechito a las anchoas y sardinas.
Pasas de largo por los helados de chocolate dobles y te diriges al quimbombó y al arroz. Te detienes finalmente en la sección de pan viejo y tomas una barra de pan que tiene puntos verdes en la orilla.
Riendo entre dientes, regresas a casa y pones la bolsa en el regazo de ese vecino remolón, bueno para nada. "Que tengas una buena cena". Y te vas.
Todo ese brillante plan te ha dejado con hambre, así que vas al refrigerador a preparar un sándwich, pero adivina qué encuentras. Tu despensa está llena de lo que le diste a tu enemigo. Todo lo que tienes para comer es exactamente lo que acabas de comprar. Recibimos lo que damos.
Algunos de ustedes han estado comiendo sardinas por largo tiempo. La dieta no va a cambiar mientras no cambien. Miras a los demás cristianos. No están tan amargados como tú.
Disfrutan los manjares de Dios y tú estás atascado en el quimbombó, la anchoa y el pan mohoso. Constantemente te has preguntado por qué siempre están tan contentos y tú tan amargado. Quizás ahora lo sepas.
¿Sería que Dios te está dando exactamente lo que le estas dando a alguien?
¿Te gustaría cambiar el menú?
En una conferencia de hombres hablé sobre la ira. Un par de semanas después volví a casa y recibí esta carta de un hombre llamado Harold Staub.
Max:
"Gracias por hablar del perdón en cumplidores de promesas en Syracuse, Nueva York, el 7 y 8 de junio. Estaba allí. Quiero que sepa que cuando volví a casa, conversé con mi esposa, diversos temes en relación al perdón:Las mejores dos semanas de mi vida. Ella partió a estar con el Señor el 24 de junio, totalmente perdonada. ¡Qué maravilloso es el amor de Dios! Muchísimas gracias."
Cuando llamamos a Harold a fin de pedirle permiso para publicar su carta, nos contó los conmovedores detalles de los últimos días con su esposa. Él no sabía que ella estaba en el umbral de la muerte, tampoco ella.
Sin embargo, él sabía de algunos problemas no resueltos entre ellos. Al llegar a casa, la buscó, se puso de rodillas delante de ella y le pidió perdón por todo lo que le había hecho. El gesto abrió una compuerta de emociones y conversaron hasta bien avanzada la noche.
El esfuerzo inicial de reconciliación se extendió por dos semanas. El matrimonio conoció una profundidad hasta entonces desconocida. Cuando la esposa falleció repentinamente por una embolia, Harold se sintió abrumado, pero estaba preparado y ahora tiene paz.
¿Y tú? ¿Te gustaría tener paz? Entonces deja de darle problemas a tu vecino. ¿Quieres disfrutar de la generosidad de Dios? Deja que los demás gocen de la tuya. ¿Quieres tener la seguridad de que Dios te perdona? Creo que sabes lo que tienes que hacer.
Entonces, ¿qué vas a comer? ¿Helado de chocolate o quimbombó? De ti depende.
Autor: Max Lucado.
Tomado del Libro: La Gran Casa de Dios.
Editorial: Betania.