¿QUÉ HIZO JESÚS POR NOSOTROS?. Predicaciones Cristianas de Billy Graham
El Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. LUCAS 19.10
BARRABÁS! ¡DESPIERTA, BARRABÁS! ¡Tu gran día llegó!»
Cuando la puerta oxidada de su celda se abrió con un chirrido ruidoso, Barrabás protegió sus ojos de la luz. Sabía por qué los soldados romanos estaban ahí. Hacía tiempo que había temido ese día, el día en que lo ejecutarían por sus crímenes.
Por lo menos está brillando el sol, pensó. Eso es mejor que morir bajo la lluvia.
Pero ¿qué ocurre? Algo está mal. Los guardias lo miraban con una sonrisa extraña.
—¿Qué es esto, otra broma de locos?—preguntó.
—Barrabás, eres un hombre afortunado.
—¿Por qué? ¿Porque por lo menos dejaré de estar en este hoyo inmundo?
—No—contestó un guardia—, ¡porque tenemos órdenes de dejarte en libertad! El gobernador Pilato te ha indultado y ha ordenado que Jesús de Nazaret muera en tu lugar.
Los guardias le quitaron las cadenas y, boquiabierto por la sorpresa, Barrabás salió a tropezones de la prisión hacia las atestadas calles de Jerusalén.
Él era culpable, lo sabía. ¡Pero estaba libre! Absuelto de todas las cargas, según ellos. Un hombre llamado Jesús lo había salvado de la muerte.
Barrabás, anonadado por lo que había pasado, debe haber caído de rodillas en el suelo pedregoso. Lo único que pudo haber pensado es: ¿Por qué Jesús tiene que morir en mi lugar?
Jesús voluntariamente vino del cielo a la tierra para salvar a las personas pecaminosas como usted y como yo. Vino a aplacar la ira de nuestro Dios santo, que estaba muy ofendido por nuestros pecados. Y solo había una manera en que Jesús podía hacerlo.
Desde que Jesús nació de una virgen, la sombra de la cruz oscureció su sendero. Desde la cuna hasta la cruz tuvo un propósito, una misión: morir por usted y por mí.
ABANDONADOS Y PERDONADOS
La santidad de Dios demanda un sacrificio por nuestros pecados. Ese sacrificio requiere la muerte del pecador o de un sustituto.¡Cristo fue nuestro sustituto!
No fueron los crueles clavos los que sostuvieron a Cristo en la cruz. Las cuerdas irrompibles del amor de Dios fueron las que lo ataron. ¡Por usted! ¡Por mí! Llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz.
Pero el sufrimiento físico de Jesucristo no fue la peor parte de su sufrimiento. El sufrimiento más profundo de Jesucristo fue espiritual. Sintió el último golpe del pecado y se hundió en la tristeza más profunda cuando clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» La maravillosa verdad es que Dios lo desamparó para poder perdonarnos.
Él llevó mis pecados en su cuerpo sobre la cruz. Lo colgaron allí donde debía haber estado yo. Los dolores del infierno que debían haber sido míos los echaron sobre Él. La sustitución se realizó. El sacrificio fue completo.
Ahora que la base de la redención se ha establecido, tenemos la llave que abre la puerta a la paz con Dios. Nosotros, como pecadores, debemos creer en el Hijo de Dios como nuestro Sustituto, nuestro Salvador, nuestro Redentor. Debemos aceptar la increíble gracia de Dios: «Porque de tal manera amó Dios al mundo [¡a nosotros!], que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3.16).
¡NOTICIAS GLORIOSAS!
Pero Cristo no permaneció colgado en una cruz sangrando por sus manos, costado y pies. El viernes por la tarde, después de su muerte, lo bajaron y con mucho cuidado lo colocaron en una tumba prestada. Una piedra enorme sellaba la entrada de la tumba. Y varios soldados la protegían.
Temprano en la mañana del domingo, el primer Domingo de Resurrección, tres de las seguidoras de Jesús llamadas María, María Magdalena y Salomé se dirigieron hacia la tumba para ungir el cuerpo muerto de Jesús con especias de entierro. Pero cuando llegaron se sorprendieron al encontrar que habían removido la piedra. ¡Y que la tumba estaba vacía!
Un ángel con brillantes vestiduras blancas estaba sentado sobre la piedra. Y dijo a las mujeres: «No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado» (Mateo 28.5).
Y entonces el ángel les dio la noticia más gloriosa que oídos humanos habían escuchado: «¡No está aquí, pues ha resucitado!» (Mateo 28.6).
EL HECHO DE LA RESURRECCIÓN
Sobre ese gran hecho se apoya todo el plan de Dios de redención. Sin la resurrección no podríamos tener salvación.
En realidad hay más evidencia de testigos de que Jesús resucitó de entre los muertos que de que Julio César vivió o de que Alejandro Magno murió a la edad de treinta y tres años. La resurrección de Jesús es un hecho. Es innegable. Es históricamente precisa. Y esto es lo que su resurrección significa para nosotros:
1. la Resurrección demuestra que Cristo era innegablemente Dios. Él era lo que afirmaba ser: Dios encarnado.
2. la Resurrección demuestra que Dios había aceptado el sacrificio de Cristo en la cruz, el cual era necesario para nuestra salvación. «[Jesús] fue entregado por nuestras transgresiones, y resucitado para nuestra justificación» (Romanos 4.25).
3. la Resurrección demuestra que Dios nos reconcilia, nos perdona y nos da paz para siempre. «Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida» (Romanos 5.18).
4. la Resurrección demuestra que nuestros cuerpos también resucitarán, y al final serán nuevos. «Mas ahora Cristo ha resucitado de los muertos; primicias de los que durmieron es hecho» (1 Corintios 15.20). Cristo promete: «Porque yo vivo, vosotros también viviréis» (Juan 14.19).
5. la Resurrección marca la abolición de la muerte para siempre, y nos asegura que estaremos con Dios en el cielo durante toda la eternidad. Se quebrantó y desapareció el temor de la muerte para todo el que cree.
Ahora podemos decir con el salmista: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento» (Salmo 23.4).