Muchos han perdido el fuego, el celo espiritual y las ganas de predicar, se han enfriado al punto que las verdades del evangelio ya no les emocionan.
La falta de pasión sobre un púlpito se hace notar cuando el predicador carece de denuedo, o cuando la exageración por las formas y frases recurrentes y altisonantes intentan fingir que se tiene lo que no se tiene.
Predicar el mensaje glorioso del evangelio, sin gloria, sin entusiasmo, vacío de crear algún tipo de expectativa, sin de fe, incapaz de llevar a alguien hacia Dios, no es el la intensión que Dios tuvo como fin de la predicación. (1 Co 1:21)
Creo que muchos han perdido la pasión por predicar porque han dejado de creer lo que predican y las causas casi son siempre las mismas.
Cuando predicar se transforma en una carga: la falta de entusiasmo es una gran señal de que no vamos bien, es lo que las personas detectan más fácilmente, no importa lo que se diga, es el descuido de las formas, la falta de alegría, el deseo interior de que todo termine rápido.
Se ha descuidado mucho y por mucho tiempo de la lectura de la Palabra de Dios: La lectura de la Biblia y meditar en ella nos proporcionará frescura, inspiración y seremos los primeros en recibir aquello que Dios ha puesto en nuestro corazón para bendecir a otros.
Descuido o Abandono de la oración: Jesús dijo que nuestra oración en el lugar secreto determinaría nuestra recompensa en público. (Mateo 6:6). El desafío que persigue la predicación no puede ser alcanzado a través de ninguna de nuestras humanas habilidades.
Falta de denuedo en la Predicación: Cuando Pedro y Juan fueron llevados ante el concilio, fueron intimidados para que en ninguna manera hablasen o enseñasen en el nombre de Jesús (Hechos 4: 1:22). Pero una vez puestos en libertad vinieron a los suyos y alzaron la voz unánimes a Dios y pidieron “. . . concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra” (Hechos 4:23-31) Dios les concedió el denuedo para predicar y el poder para hacer milagros.
El mensaje del evangelio no puede comunicarse de cualquier manera, si deseamos que el mensaje trascienda y que las personas respondan con fe, debemos predicar con denuedo es decir, con esfuerzo, valor, intrepidez, poniendo todo el corazón en ello.
Falta de Expectativa: ¿Qué es lo que esperas que Dios haga cuando prediques?. Nuestra fe siempre será determinante, “Conforme a tu fe te será hecho”. Debemos saber que cuando predicamos suceden cosas extraordinarias, cambios asombrosos se producen en los corazones.
Frustración por metas no cumplidas: La fe puede llevarnos a ponernos metas o expectativas demasiadas altas y es muy fácil frustrarse cuando estas no se cumplen en el tiempo o en el modo esperado.
Vida personal insatisfecha: Lo que nos afecta en la casa, con los hijos, en el matrimonio con la salud o las finanzas, o lo que no se ha resuelto en casa nos afectará a la hora de predicar.
Difícilmente una persona que ha perdido la pasión no sepa que la ha perdido, solo con un poco de honestidad es suficiente.
Cuida el ritmo cardíaco de tu pasión
Es cierto que hay circunstancias que pueden golpearnos con una fuerza inusitada, desanimarnos y dejarnos con mucha tristeza, con heridas emocionales, socavando nuestra fe y nuestra efectividad en la predicación y en el ministerio.
Jonás predicó a Nínive cuando no quería predicar, advirtió cuando solo quería callar. Dios tuvo que tratar con su corazón antes y después.
Jeremías sufrió tal oposición en su tiempo, con los de su generación, que se propuso no hablar más, sin embargo se dio cuenta que el mensaje que predicaba lo poseía a él, y Dios lo hizo más duro y más fuerte que sus enemigos.
Nuestro instrumento principal para el servicio es y será siempre nuestro corazón, un corazón que lidia con sentimientos encontrados, pecados, críticas, frustraciones, tentaciones, indiferencias, oposiciones, etc.
Pero aún así debe recogernos el pensamiento de que hemos sido escogidos por Dios para esta sublime tarea y que deberemos dar cuentas por ello.
Un Predicador es un voceros de Dios en el mundo
Juan el Bautista dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto . . . (Juan 1:23)
Quienes predican el evangelio son una voz, no cualquier voz, es la voz que el Espíritu Santo inspira y que usa para guiar a las almas hacia Cristo y aunque el mundo siempre intentará silenciar, apagar, disminuir, aplacar, callar, etc, lo que es nacido de Dios siempre vencerá al mundo.