Revelaciones en el Huerto | James Smith | Predicas Cristianas | Juan 18:1-11
Cada circunstancia en la que Jesucristo fue puesto, de uno u otro modo, vino a ser la ocasión de una adicional revelación de su maravilloso carácter. Allí donde él estuviera, él, con su singular personalidad, no podía ser ocultado.
En estos pocos versículos podemos ver algunos rayos de su gloria celestial resplandeciendo a través de la oscura nube de su debilidad eterna. Aquí tenemos una revelación de:
I. Su hábito de orar. «Judas… conocía aquel lugar, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos» (v. 2). Aunque Cristo poseía el espíritu de oración, creía también en un lugar de oración.
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Cuando uno se familiariza con sus alrededores, la mente queda más libre para comunicarse con el Invisible y Eterno. En la cuestión de la oración frecuente, así como en el sufrimiento, el inmaculado Hijo de Dios nos ha dejado un ejemplo.
II. Su conocimiento del futuro. «Pero Jesús, sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó» (v. 4). Él sabía que «se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre», porque las Escrituras tienen que ser cumplidas (Lc. 18:31).
Nuestro conocimiento del futuro tiene que derivarse de las Escrituras. Si tuviéramos la fe de Cristo basada en estas palabras pronunciadas por hombres llenos del Espíritu Santo, estaríamos entre los sabios que disciernen las señales de los tiempos.
III. Su confesión acerca de Sí mismo. «Yo soy» (v. 5). Ellos declararon que estaban buscando a Jesús de Nazaret. Él les confesó que él era el Nazareno. Con este nombre había asociado un reproche, y él lo acepta bien dispuesto, y lo lleva. Es como si hubieran dicho:
«¿Dónde está el Despreciado y Rechazado?» él respondió: «Yo soy».
Este solemne «YO SOY» del Hijo de Dios puede ser considerado como su respuesta para todos los que le buscan, bien sea por amor y por misericordia, o con odio y ridículo. Es con él que todos tenemos que ver.
IV. Su poder sobre sus enemigos. «Cuando les dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron en tierra» (v. 6). Fue bueno para ellos tener una tierra sobre la que caer. El mismo poder que los hizo caer atrás hubiera podido fácilmente mandarlos al infierno.
Esta manifestación de su poder fue su última prueba convincente de que, aparte de su propia voluntad, no tenían poder alguno en contra de él. «Nadie me la quita [mi vida], sino que yo la pongo de mí mismo» (Jn. 10:18).
V. Su amor para los suyos. «Pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos» (v. 8). Estas palabras están llenas de un significado solemne, por cuanto revelan la actitud de Cristo hacia los poderes de las tinieblas y hacia las ovejas bajo su cuidado.
Él no era un asalariado que fuera a huir al llegar el lobo. Lo que él dijo aquí a sus enemigos lo podía decir con un significado aún más profundo a aquella «muerte y maldición» que iba a venir sobre él. «Pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos.»
Como nuestro Sustituto y Seguridad, su principal deseo era la salvación de su pueblo. Cristo es el fin de la ley para justicia a todo el que cree.
VI. Su sumisión a la voluntad de su Padre. «La copa que el Padre me ha dado, ¿acaso no la he de beber?» (v. 11). Él conocía demasiado bien el amor del Padre para rehusar aún aquella terrible copa de sufrimiento que ahora le era puesta en sus manos.
Él estaba tan perfectamente en armonía con los propósitos de su Padre que su comida era hacer su voluntad y acabar su obra. Como las armas de su milicia no fueron carnales, tampoco lo son las nuestras, pero son poderosas, por obediencia a Dios, para derribar fortalezas.
Mediante su entrega y obediencia hasta la muerte, triunfó en poder de resurrección. Él nos ha dejado ejemplo, para que sigamos sus pisadas.