Para los cristianos, todos los días de la semana deben ser santos.
El Domingo de Resurrección es un día en el que, con toda seguridad, habrán pocos asientos disponibles en las iglesias debido a la asistencia de personas que no las frecuentan. Incluso los fieles que asisten con regularidad actúan de manera diferente en este día; nos comportamos lo mejor posible, y somos más conscientes de nuestra fe. Pero la vida de santidad a la que Dios nos llama exige que le prestemos atención a los asuntos espirituales todos los días del año, no solamente en los especiales como el Domingo de Resurrección y la Navidad.
Es bueno dar más atención a los días santos, pero si esa es la única vez que nos esforzamos por vivir de la manera que Dios quiere, ¿qué dice eso acerca de nuestra fe? La santidad es más que un buen comportamiento. Si bien incluye hacer lo correcto a los ojos del Señor, es solo una parte de la descripción. La vida de santidad se refiere a la experiencia de tener una vida abundante en Cristo, y esa debe ser una búsqueda diaria. Tal vez el problema es que no entendemos lo que significa la santidad.
Aclaremos este tema examinando lo que dice la Biblia. La palabra santo trasmite la idea de separación del pecado y consagración a Dios. También puede traducirse como santificado (de la misma raíz de santo). Cuando el apóstol Pablo escribió sus cartas a las iglesias en varias ciudades, las iniciaba por lo general dirigiéndose a los destinatarios como santos (Ef 1.1). ¡Si usted ha aceptado a Jesucristo como su Salvador, esa palabra se aplica a usted también!
La santidad describe nuestra nueva posición con el Señor. Él nos escogió para que fuésemos “santos y sin mancha delante de él” (Ef 1.4). Nuestros cuerpos son el templo de su Espíritu, y cualquier parte en la que Él habite la convierte en santa. Sin embargo, nuestra conducta no armoniza algunas veces con esta verdad. Somos declarados justos, pero no siempre actuamos como tales.
El problema es que muchos cristianos no se ven como Dios los ve. Dicen: “No soy realmente un santo, pero tampoco soy tan pecador”. Por tanto, se colocan en algún punto intermedio. Pero, en realidad, no hay nada en medio de la santidad y el pecado. Usted es, o bien una cosa o bien otra.
La Biblia describe a la santificación como un proceso (Ro 6.19). En Efesios 4.1, Pablo lo asemeja a una caminata que se realiza durante toda la vida. Después de exhortarnos con las palabras “que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados”, habla del dramático contraste entre la manera en que solíamos comportarnos antes de ser salvos, y la manera en que somos llamados a vivir ahora (vv. 17-24). Este estilo de vida no ocurre de un momento para otro; hay que escogerlo intencionalmente para practicarlo a medida que crecemos en la fe.
Busque la verdad. Dado que nuestras acciones fluyen de nuestros pensamientos, necesitamos mentes llenas de la verdad de Dios (v. 23). No podemos vivir de manera santa si seguimos pensando como lo hacíamos antes de ser salvos. Según Pablo, los no creyentes andan “en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos” (vv. 17, 18).
Puesto que estamos rodeados de esta clase de mentalidad mundana, ésta ejercerá su influencia en nosotros a menos que renovemos nuestras mentes con la Palabra de Dios. Si nos aferramos a los principios bíblicos y los aplicamos, seremos fortalecidos para no volver a los viejos caminos.
Escuche al Espíritu Santo. Él es quien nos alerta y nos declara culpables cuando lo que hacemos no corresponde con Cristo. Antes de ser salvos podíamos “jugar en el barro” y no sentirnos mal por ello, pero ahora el pecado nos incomoda, gracias a que la santidad de Cristo y la pecaminosidad del hombre no pueden vivir en el mismo cuerpo.
Sin embargo, si ignoramos o resistimos una y otra vez los avisos del Espíritu, nuestros corazones se endurecerán (vv. 18, 19). Hay personas que me han dicho: “Sabe, yo solía escuchar a Dios hablando a mi espíritu cuando oraba y leía la Biblia, pero ahora no lo escucho”. Si eso le está sucediendo, esa es una señal de advertencia de que está en una posición peligrosa. Usted no perderá su salvación, pero si su comunión con el Señor disminuye, las cosas de este mundo le alejarán de Él.
No podemos permitirnos jugar con el pecado justificándolo. He oído con mucha frecuencia a personas que defienden su desobediencia diciendo: “Nadie es perfecto”. La santidad no significa que seamos perfectos, sino que estamos apartados para Dios, y que debemos vivir de acuerdo con sus designios. En vez de excusar nuestros pecados, debemos confesarlos, arrepentirnos y decidir obedecer al Señor.
Deje a un lado su antiguo yo. Desde el momento en que usted aceptó a Cristo, se convirtió en una nueva criatura (2 Co 5.17). Sin embargo, sus viejos esquemas siguen todavía con usted, que es la razón por la que a veces peca. Dado que esas tendencias arraigadas no pueden ser reformadas o mejoradas, la única manera de vencerlas es con una política de “cero tolerancia”. Pablo dice que hay que dejar a un lado la antigua manera de vivir porque está “corrompida por los deseos engañosos” (Ef 4.22 NVI).
Si usted comienza a escuchar las mentiras de su vieja vida en cuanto a los placeres del pecado, quedará atrapado. Pronto descubrirá que la satisfacción que se obtiene de las búsquedas mundanas es fugaz, y que su deseo solo aumenta. El resultado final de este camino descendente se ve en la descripción que hace Pablo de los incrédulos que “se han entregado a la inmoralidad, y no sacian de cometer toda clase de actos indecentes” (v. 19). Cualquier cosa a la que usted se dé —que no sea Cristo— le destruirá.
En vez de ceder a nuestros deseos pecaminosos, necesitamos rendirnos a Cristo, y dejar que Él gobierne nuestras vidas. ¿Por qué queremos conservar las ropas sucias y podridas de nuestro antiguo estilo de vida cuando se nos ha dado el manto de la justicia de Cristo? Tal vez es hora de hacer un cambio de vestimenta —de “ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” (v. 24). Si nos revestimos de Cristo, nuestras acciones corresponderán con nuestra identidad.
Tome una decisión. Quiero dejarle algo muy claro hoy: Si usted ha creído en Cristo, entonces, usted es un santo. En vez de verse a sí mismo como un pecador salvado por la gracia, reconozca que es un santo que ha sido creado en la justicia y la santidad de Cristo. Es hora de que actúe como tal —cada día de su vida.
Dios le ha dado todo lo que necesita para vivir en santidad (2 Pedro 1:3). Si camina rectamente, la gente notará algo diferente en usted, y serán atraídas al Salvador. Aunque la Pascua Florida no debe ser la única vez que usted decida vivir en santidad, no hay mejor ocasión que el Domingo de Resurrección para comenzar a andar cada día en novedad de vida.