"No es a Dios al que no acepto, entiéndeme, es a este mundo de Dios, creado por Dios, lo que no acepto".
Así le dice Ivan Karamazov a su hermano, Alyosha, mientras almuerzan, en la obra maestra literaria Los hermanos Karamazov, de Dostoevskly. Ivan es un intelectual y un ateo autodeclarado, mientras que Alyosha es un devoto cristiano que se está preparando para ser monje.
Pero aunque Ivan ha dicho muchas veces que él no cree que Dios exista, reconoce ante su hermano que la maldad de la humanidad y la incapacidad de ésta de amar, son, en realidad, la causa de su duda. Ivan colecciona notas de prensa que detallan actos de crueldad (sufridos particularmente por niños).
En su famoso discurso sobre el sentimiento de culpa y la inocencia, el libre albedrío y el mal, Ivan se pregunta: Si Dios fuera tan bueno y tan justo como dice la fe cristiana, en la persona de Cristo, entonces ¿dónde está Él en medio de esta inconcebible crueldad que el hombre lleva a cabo?
Ivan está decepcionado y desilusionado con la idea de Dios, cuya supuesta creación lo consterna. Pero en el corazón de su duda hay una profunda creencia en la justicia.
No soy una atea, pero entiendo a Ivan Karamazov. Soy una seguidora de Cristo, como Alyosha, pero al igual que Ivan, lucho por entender el dolor del mundo y de cómo encaja esto con la bondad y la soberanía de Dios.
Es por esto que encuentro muy alentador que Jesús escogiera a un hombre no tan diferente de Ivan para que lo siguiera. Tomás, muchas veces recordado como "Tomás, el incrédulo", es más famoso por las palabras que expresó a los discípulos que decían haber visto al Cristo resucitado. "Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no creeré" (Jn. 20:25).
Sin embargo, no es que a Tomás le faltara precisamente fe. Todos los discípulos habían vivido el fin de semana más devastador de sus vidas, en el que sus más preciadas esperanzas habían quedado deshechas. Al igual que algunos de los otros, Tomás estaba demasiado herido para creer en el relato de las mujeres sobre la tumba vacía (Lc. 24:11).
Tomás no estaba entre aquellos cuya incredulidad se extendía a los milagros que habían sido hechos frente a sus ojos. Para tales personas, Jesús se negaba a saltar cuando le decían: "Salta". Por el contrario, la duda de Tomas era específica: surgía de su deseo de conocer la verdad, de ver la realidad. Él ya creía en Cristo. En realidad, era su profunda fe lo que agudizaba su angustia por la muerte de Jesús.
Ésa era exactamente la clase de duda que Jesús estaba dispuesto a atender.
¿Qué es el camino? ¿Qué es la verdad? ¿Qué es la vida?
Tomás era una persona realista. Los otros dos relatos con Jesús que han quedado registrados, revelan a un hombre que tenía una fe verdadera que no podía aceptar las cosas, sin antes someterlas a consideración.
En Juan 11, Jesús les dice a los discípulos que su próxima parada sería Betania. Todos estaban preocupados, porque sabían que los líderes religiosos de la cercana Jerusalén estaban buscando la oportunidad para matar a Jesús. Por eso Tomás razona con los discípulos. Si Jesús iba a morir, entonces ellos debían estar allí para morir con Él también. Dejar de seguir a Jesús no era ya una opción, a pesar de los riesgos.
Tomás estaba pensando en el peor de los escenarios; quería estar seguro de que todos habían pensado en cuál era el costo. Esto habla del valor de su decisión. Si este discípulo creía algo, lo hacía, no porque eso "lo hacía sentir bien" ni porque los demás lo hicieran. Tomás creía porque, después de sopesar la evidencia, estaba dispuesto a arriesgar su vida por esa evidencia.
Durante las últimas reuniones de enseñanza de Jesús con Sus amigos, les habló de un lugar increíble que prepararía para ellos; y les dijo que ellos conocían "el camino". Pero Tomás no dudó en expresar su confusión. "Señor", dijo, "no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?" Él no estaba satisfecho con pretender que había entendido; estaba más interesado en la verdad que en su imagen espiritual.
Su pregunta fue premiada con una de las declaraciones más trascendentales del ministerio de Jesús: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí". Quizás Tomás no conocía completamente a Jesús todavía. Pero el Señor estuvo dispuesto a aclararle y a tranquilizar a Su amigo con palabras que quedarían grabadas en las mentes de las personas por los 2.000 años siguientes.
Dudas y sufrimientos: cara a cara
Habría sido suficiente que el Jesús resucitado se le apareciera a Tomás ese día, quien habría podido negar esa realidad concreta que tenía frente a sus ojos. Pero eso no es lo que hace tan hermoso el encuentro que tuvieron.
Cuando Jesús le dijo: "Toca las cicatrices de los clavos en mis manos; pon tu mano en mi herida de la lanza que hay en mi costado", estaba reconociendo que Él sabía quién era Tomás (20:27, paráfrasis del autor). El Señor conocía los pensamientos más profundos de Su discípulo —su decepción, su dolor, su duda— y todas las palabras que había dicho.
Luego le dice: "No seas incrédulo, sino creyente" (v. 27). Obviamente, Tomás no podía dudar de la persona de carne y hueso, intacta, que estaba delante de él. Jesús estaba yendo más profundamente, hasta el núcleo de la fe de Tomás. Todo lo que éste había creído que Dios haría, para él había quedado hecho trizas. Sin duda alguna, quería que la noticia de la resurrección fuera cierta.
Todas las palabras que habían salido de los labios de Jesús eran verdad, y su extraña pero maravillosa obra armonizaba perfectamente con las palabras que Tomás recordaba. Pero la crucifixión parecía cuestionar todo esto. Si Jesús estaba muerto, ¿a qué nueva y terrible explicación tendrían que llegar los discípulos? Ésta era la herida viva y abierta que el Cristo vivo estaba a punto de sanar.
El peligro de la esperanza
Desilusionarse de Dios puede acabar con la fe, o revelar lo que ella es en realidad. Al igual que Tomás, las veces que me enojo con Dios tiene que ver con el hecho de que creo profundamente en Su poder y bondad. A final de cuentas, si el Señor no fuera tan bueno y tan poderoso, ¿tendría sentido esperar algo de Él?
La desilusión duele. La fe y la esperanza son riesgosas. Por eso es que muchas veces caemos en algo más seguro: la duda. La duda significa que uno no tiene que comprometerse con la fe ni con la falta de fe, hasta poder ver lo que sucede antes de lanzarse del precipicio y descubrir que no hay nada que nos va a atajar, después de todo la otra opción (es decir, creer y prepararse para sufrir una decepción) cuesta demasiado trabajo; no sólo queremos proteger nuestro corazón de la vulnerabilidad que permite que sea herido, sino que pensamos también que estamos protegiendo la imagen de nuestro Dios. Nadie quiere enojarse ni resentirse con Él.
Pero Jesús estaba bien consciente de que el otro lado de la duda de Tomás era su fe profunda y apasionada. Con palabras sencillas, el Señor desafió al discípulo a no renunciar a su fe en el poder de Dios, ni conformarse con esperanzas demasiado bajas para no corren con el riesgo de ser defraudado.
El Señor conocía el corazón de Tomás y la fe que había en el centro de su duda. Fue por eso que Cristo llevó voluntariamente Sus cicatrices, la prueba del sufrimiento que respondía la desilusión que tenía Tomás con el mundo. Las manos de Jesús, que habían sido atravesadas por los clavos, eran un testimonio de Su fidelidad y amor, aun en medio de un gran sufrimiento.
Si quedaba alguna duda de que la fe de Tomas fuera profunda, su respuesta a las penetrantes palabras de Cristo la despejan, "¡Señor mío, y Dios mío! "Mi Señor y mi Dios", clamó emocionado. Señor mío, y Dios mío. ¿Dónde está la duda aquí?
Las cicatrices de esos clavos dicen más que las típicas respuestas humanas que se nos dan. Jesús sigue dispuesto a encontrarse con nosotros bajo cualquier circunstancia, aun en medio de nuestras dudas y de lo decepcionados que estemos de Él, para hablar nuestro lenguaje con paciencia y misericordia.
Lo entenderemos, poco a poco, porque gracias a que —el Eterno, el Omnipotente, el Soberano— se humilló a sí mismo para caminar con nosotros, para abrirnos Su corazón a un costo asombroso, nosotros podemos también ocultar en Su amor nuestra vulnerabilidad.