“Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:4).
Una promesa de Dios en Su Palabra es como tener un cheque firmado por Él mismo. En 1990 le estaba pidiendo dirección al Señor sobre la manera cómo debía llevar a cabo el ministerio.
El Señor corrió el velo y me dio una de las mayores revelaciones, que no sólo sacudió nuestras vidas y las de nuestros discípulos, sino que dio dirección al ministerio. Dios me hizo una pregunta: “¿Cuántas personas discípulo Jesús?” En mi mente empecé a recorrer los momentos en que Jesús era asediado por las multitudes.
Entendí que un día estaba con un grupo y al siguiente con un grupo diferente, mas con Su equipo de doce mantuvo contacto permanente; su voz habló a mi corazón diciendo: “Si tú discípulas doce personas y ellas hacen lo mismo, cada uno con otras doce y luego cada una de ellas hace lo mismo con otras doce, el crecimiento será exponencial"
Crecimiento de la iglesia exponencial
Aquel día un velo cayó de mis ojos y pude ver el gran crecimiento que el Señor quería darme. Así nació lo que hoy se conoce como G12. G, de Gobierno, ya que el número 12 significa Gobierno.
Aunque Jesús pudo haber vertido su vida en las multitudes no lo hizo, sino que prefirió trabajar hábilmente en la formación del carácter de doce personas completamente diferentes las unas de las otras.
Al igual que el alfarero con el barro, por tres años y medio le dio forma al carácter de cada uno de ellos, pudiendo expresar como lo hizo Job: “tus manos me hicieron y me formaron”.
Antes de ascender al cielo, el Señor reunió a Sus discípulos y observó que faltaba algo para culminar la obra en ellos: el soplo divino para que pudieran hacer el trabajo evangelístico en las diferentes naciones de la tierra, y por eso les dijo: “….Paz a vosotros. Como me envió el Padre, así también yo os envío. Y habiendo dicho esto, sopló y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:21·22).
¿Cómo pudo lograr el Señor Jesús que doce personas sin cultura, sin educación, sin riquezas ni posición social, llegaran a convertirse en los pilares del cristianismo? La respuesta es sencilla: estas personas estuvieron dispuestas a dejarse moldear por Él.
Lo que me sucedió en 1991, cuando el Señor corrió el velo de mi mente permitiéndome entender en profundidad el significado de los doce, empecé a preguntarme: “¿Por qué el Señor capacitó a doce y no a once o trece? ¿No era mejor capacitar un grupo grande al mismo tiempo? Contando con un número mayor de personas, el trabajo se haría mucho más rápido, ¿por qué solo invirtió sus fuerzas en doce?, ¿cuál es el secreto que hay en los doce?”
Dios usó estos interrogantes para traer claridad a mi vida sobre el modelo de los doce. Pude oír en lo profundo de mi corazón la voz del Espíritu Santo que decía: “Si entrenas doce personas y logras reproducir en ellas el carácter de Cristo que ya hay en ti, si cada una de ellas hace lo mismo con otras doce y si éstas a su vez, hacen lo mismo con otras doce transmitiendo el mismo sentir entre unos y otros, tú y tu iglesia experimentarán un crecimiento sin precedentes”.
Pude ver en mi mente toda la proyección del desarrollo ministerial que llegaríamos a tener en poco tiempo. Luego Dios me mostró en visión la multiplicación que quería darnos y cómo en un año creceríamos a un ritmo excepcional; ante aquella visión lo único que atiné a decir fue: “¡Dios mío, esto es extraordinario!” No me hubiera imaginado nunca el crecimiento obtenido, y lo que aún falta, sin la existencia de este modelo.