Salmo 76 – El Dios de la Victoria y del Juicio

El Salmo 76, el Dios de la victoria y del juicio, es un canto de guerra donde Dios es exaltado entre las naciones.

Aquí canta la fe los triunfos conseguidos. El Salmo presente es un canto de guerra jubiloso, un trofeo para el Rey de reyes, el himno de una nación teocrática a su divino Soberano. No tenemos necesidad de marcar divisiones en un cántico en que la unidad está tan bien preservada.

Versículo 1. Dios es conocido en Judá; en Israel es grande su nombre.

Afuera el mundo está en la oscuridad, pero dentro del círculo favorecido Jehová se ha revelado y los que le contemplan le adoran. El mundo no le conoce y, por tanto, blasfema de El, pero su iglesia está llena de ardor al proclamar su fama hasta los extremos de la tierra. C. H. S.

Allí es conocido en su iglesia como Rey en sus atrios, por la gloria y hermosura que manifiesta; como Maestro en su escuela, por la sabiduría y conocimiento que imparte; como Residente en su casa, por las órdenes sagradas que establece y el gobierno misericordioso que mantiene en las almas de sus siervos; y como Esposo en su banquete, por los manjares espirituales que ofrece, revelando su amor, su presencia y los consuelos que brinda a sus amigos e invitados espirituales. Alexander Grosse

Versículo 4. Glorioso eres Tú, y majestuoso desde los montes de caza.

¿Qué son los honores de la guerra sino jactancias de asesinatos? ¿Qué es la fama de los conquistadores sino el hedor de la matanza? Pero el Señor se glorifica en su santidad, y ejecuta sus terribles hechos con justicia para defender a los débiles y liberar a los esclavizados. El mero poder puede ser glorioso, pero no es excelente; cuando contemplamos los actos poderosos del Señor vemos una mezcla perfecta de las dos cualidades. C. H. S.

Versículo 5. Los fuertes de corazón fueron despojados.

Los hombres osados, que nada temen, se debilitan y tiemblan como azogados cuando su corazón fuerte les es arrebatado. Entonces, en lugar de infundir temor a otros, huyen incluso de una sombra. Su valor desaparece; no pueden mirar con confianza ni a un niño, mucho menos enfrentar a un enemigo. Joseph Caryl

Versículo 5, 6.

El ángel de la muerte, extendiendo sus alas,
Sopló su ráfaga en la faz del enemigo al paso;
Y los ojos ardientes se volvieron helados,
Los pechos palpitantes, ¡inmóviles quedaron!

El corcel yace en tierra, las narices abiertas,
Mas no pasa por ellas, del orgullo, el aliento;
Y la espuma de su boca emblanquece la hierba
Fría como la de las crestas de las olas del mar.

Y el jinete tumbado, desencajado y pálido;
En su frente rocío, y herrumbre en la cota de malla;
Las tiendas en silencio, los estandartes rotos,
Las lanzas esparcidas, las trompetas silentes.
—Lord Byron

Versículo 7. Tú, temible eres Tú.

Ni Senaqurib ni Misroc son su Dios, sino sólo Jehová, cuya reprensión silenciosa marchita las huestes del monarca.

Temedle a Él, oh santos, y entonces No
tenéis que temer ya nada más.

El temor del hombre es una trampa, pero el temor de Dios es una gran virtud y tiene un gran poder para el bien en la mente humana. Dios ha de ser temido profundamente, continuamente, y sólo hay que temerle a El. C. H. S.

¿Y quién podrá estar de pie? ¿Quién? ¿Los ángeles? No son sino rayos refractados; si Dios escondiera su faz cesarían de brillar. ¿El hombre? Su gloria y su pompa, como los colores del arco iris, se desvanecen cuando Dios muestra en ira el resplandor de su rostro. ¿Los demonios? Si El dice una palabra se derrumban y precipitan del cielo como un rayo. John Cragge

Versículo 8. Desde los cielos hiciste oír juicio.

Una derrota tan completa evidentemente fue un juicio del cielo; los que no lo vieron, oyeron las noticias y dijeron: «Este es el dedo de Dios.» El hombre no quiere oír la voz de Dios si puede evitarlo, pero cuando Dios quiere, la ha de oír. Los ecos de este juicio ejecutado sobre el altivo asirio se oyen todavía, y resonarán por todas las edades, para alabanza de la justicia divina. C. H. S.

Versículo 10. Ciertamente el furor del hombre te reporta alabanza.

No solo derrotarán al hombre, sino que harán de este hecho una contribución a tu gloria. El hombre, que respira amenazas, será barrido por la trompeta de la fama eterna del Señor. Los vientos furiosos con frecuencia llevan a los barcos más rápidamente al puerto. El diablo sopla el fuego y derrite el hierro, y entonces el Señor le da forma según sus propósitos. Que el hombre y los demonios rujan furiosos cuanto quieran; no pueden hacer otra cosa que servir, en el fondo, los propósitos divinos. C. H. S.

La Septuaginta dice: «El furor del hombre hará un día santo para Ti, va a aumentar el festival para Ti.» Dios, muchas veces, en el mundo parece encaramarse sobre los hombros de Satanás. Thomas Manton

¡Qué poco valor da el Espíritu de Dios en la Escritura al hombre y su poder! «Desiste del hombre, cuyo aliento está en sus narices; porque, ¿qué importancia tiene darle?» La ira del hombre, cuando alcanza su límite, solo puede matar el cuerpo, es decir, romper la cubierta de arcilla que alberga al alma, y después no puede hacer nada más. Ebenezer Erskine

Te ceñirás de él como un ornamento. La malicia está atada y no puede romper sus amarras. El fuego que no puede ser usado será apagado. «Te ceñirás», como si el Señor se ciñera la ira del hombre como una espada para usarla en la mano de Dios para herir a los otros. El versículo nos enseña claramente que incluso el mal más virulento está bajo el control del Señor, y será reducido y transformado por El para su alabanza. C. H. S.

Pero ¿qué se hará de la ira que queda? Dios «reprimirá» la ira. La palabra significa «ceñirse». Sin embargo, Dios puede decidir aflojar la brida de su providencia y permitir que el malvado desate su ira y enemistad, siempre que esto contribuya a su gloria. Aun así, Dios restringirá cualquier exceso de ira que no glorifique su nombre ni beneficie a su pueblo, impidiendo que se utilice.

Si la ira del hombre va más allá de lo que pueda traer beneficios en forma de alabanza a Dios, El la restringirá, la reducirá como las aguas en un molino. Ebenezer Erskine

Versículo 11. Todos los que están alrededor de Él, traigan ofrendas al temible.

El que merece ser alabado, como lo merece nuestro Dios, no debe tener mero homenaje verbal sino tributo sustancial. ¡Soberano temido, he aquí me entrego a Ti!

Versículo 12. Cortará Él el aliento de los príncipes.

Su calor, destreza y vida se hallan en sus manos, y El puede quitarlos como un jardinero corta el tallo de una flor. Ninguno es grande en su mano. Los césares y los napoleones caen bajo su poder como las ramas del árbol bajo el hacha del leñador. C. H. S.

El Señor corta el espíritu de los príncipes. ¡Cuánta incertidumbre han hallado muchos llamados grandes, en su miserable experiencia, en su gloria externa y su felicidad mundana! ¡Qué cambio ha tenido lugar en un breve tiempo en todos sus honores, riquezas y deleites!

El gran emperador Enrique IV, victorioso en numerosísimas batallas en las que luchó personalmente, acabó en la pobreza antes de morir, y se vio obligado a pedir una prebenda a la iglesia de Spier para sostenerse en su ancianidad.

Y Procopio nos cuenta del rey Gillimer, que era un poderoso monarca de los vándalos, que llegó a una miseria tal que tuvo que rogar a un amigo que le enviara una esponja, un pan y un arpa; la esponja para secarse las lágrimas, el pan para sobrevivir, y el arpa como solaz en su desgracia.

Philip de Comines informa de un duque de Exeter que, a pesar de que se había casado con la hermana de Eduardo IV, se vio en los Países Bajos mendigando, en harapos y descalzo. Belisario, el hombre más importante de su tiempo, después de que le arrancaron los ojos, se vio en la miseria total y tuvo que pedir: «Una limosna para Belisario.» Jeremiah Burroughs

Temible es a los reyes de la tierra. En tanto que ellos son temibles para otros, Dios es temible para ellos. Si ellos se oponen a su pueblo, El va a dar cuenta de ellos rápidamente; van a perecer ante el terror de su brazo, «porque Jehová es un hombre de guerra, Jehová es su nombre». Regocijaos delante de El todos los que adoráis al Dios de Jacob. C. H. S.

Charles Spurgeon