Salmos 114 – Las Maravillas del Éxodo

El Salmo 114, las maravillas del Éxodo, muestran el poder de Dios al liberar a Israel, transformando la naturaleza y guiado a su pueblo.

Este sublime «Cántico del Éxodo» es uno e indivisible. La verdadera poesía alcanza aquí su cumbre; no hay mente humana que haya podido igualar, y mucho menos exceder, la grandeza de este Salmo. En él se habla de Dios como dirigiendo a su pueblo desde Egipto a Canaán y haciendo que toda la tierra sea conmovida a su venida.

Se presentan las cosas inanimadas como imitando las acciones de criaturas vivas cuando pasa el Señor. Se les habla e interroga con una fuerza de lenguaje extraordinaria, de modo que uno parece ver la escena. El Dios de Jacob es exaltado como teniendo poder sobre río, mar y monte, y haciendo que toda la naturaleza preste homenaje y tributo ante su gloriosa majestad. C. H. S.

Versículo 1. Cuando salió Israel de Egipto.

El Salmo empieza bruscamente, como si el impulso poético no pudiera ser retenido, sino que se desbordara. El alma elevada y llena de un sentimiento de gloria divina no puede esperar a formar un prefacio, sino que entra de un salto en su tema. Eran como un solo hombre en su voluntad de abandonar Gosén; aunque eran muchos, ni un solo individuo se quedó atrás.

La unanimidad es una muestra agradable de la presencia divina y uno de sus frutos más dulces. El lenguaje de los capataces extranjeros nunca es musical en los oídos del exiliado. ¡Qué dulce es para el cristiano que se ha visto o negado a escuchar la conversación profana de los inicuos cuando al fin puede salir de en medio de ellos y residir con su propio pueblo! C. H. S.

Versículo 2. Judá vino a ser su santuario, e Israel su dominio.

La palabra «su» viene donde habríamos esperado el nombre de Dios; pero el poeta está tan lleno en su pensamiento de Dios que se le olvida mencionar el nombre, como la esposa del Cántico, que empieza: «Que me bese», o Magdalena cuando exclama: «Dime dónde le has puesto.» Todos se hallaban en el santuario de la Deidad, y su campamento era un gran templo.

¡Qué cambio para los fieles al dejar las idolatrías y blasfemias egipcias y vivir bajo las justas órdenes y la adoración santa del gran Rey en Jerusalén! Vivían en un mundo de maravillas, donde Dios se hacía presente en el pan, el agua y la solemne adoración en su lugar santo.

Cuando el Señor se manifiesta en una iglesia y su voluntad misericordiosa se reconoce con obediencia, ¡qué era dorada ha llegado y qué honrosos privilegios disfruta el pueblo! ¡Ojalá fuera así entre nosotros! C. H. S.

Lector, no dejes de notar que cuando Israel salió de Egipto, el Señor estableció su tabernáculo entre ellos y les manifestó su presencia. Y ¿qué ocurre ahora cuando el Señor Jesús saca a su pueblo de Egipto del mundo? ¿No cumple la dulce promesa: «He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta, el fin del mundo»? ¿No es un privilegio de su pueblo el vivir para El, el vivir con El, y el vivir de El? ¿No declara en cada acto: «Diré: Es mi pueblo; y ellos dirán: El Señor es mi Dios»? (Mateo 28:20; Zacarías 13:9). Robert Hawker

Versículo 3. El Jordán se volvió atrás.

Esta fue la obra de Dios; el poeta no canta sobre la suspensión de las leyes naturales ni de un fenómeno singular difícil de explicar. Para él, la presencia de Dios entre su pueblo lo es todo, y en su elevado cántico nos dice que el río se detuvo porque el Señor estaba allí.

En este caso, la poesía refleja un hecho literal, mientras que la ficción reside en los críticos ateos que buscan explicar el milagro antes que admitir que el Señor mostró su poder ante todo su pueblo. La división del mar y el secado del río ocurren en un intervalo de cuarenta años, siendo las escenas inicial y final de un gran suceso.

Así, podemos unir por la fe nuestro nuevo nacimiento y nuestra partida del mundo hacia la herencia prometida, porque el Dios que nos sacó del Egipto de nuestra servidumbre al pecado también nos hará atravesar el Jordán de la muerte en nuestro peregrinaje por el desierto de esta vida cambiante y atribulada.

Es todo ello una misma liberación, y el comienzo asegura su término. C. H. S.

Y ahora había llegado el día glorioso en que, por un milagro portentoso, Jehová había determinado mostrar que podía quitar todo obstáculo en el camino de su pueblo y someter a todo enemigo delante de su faz. Por orden suya, el pueblo, que llegaría a unos dos millones y medio de personas (aproximadamente el número de los que habían cruzado el Mar Rojo a pie) habían llegado a las orillas del río tres días antes, y ahora esperaban la señal para cruzar la corriente.

El paso del río por una multitud tan numerosa, con mujeres, niños, rebaños y bagajes, habría presentado dificultades formidables en todo tiempo. Sin embargo, el cauce estaba lleno y crecido como un torrente impetuoso, con las orillas rebosando, probablemente extendiéndose hasta una milla de anchura. Además, las huestes cananeas podrían aparecer en cualquier momento para exterminar a la multitud antes de que alcanzara la otra orilla. No obstante, estas dificultades no contaban ante El, el Omnipotente, y solo resaltaron el asombroso milagro que iba a ocurrir.

A la orden de Jehová, los sacerdotes con el arca del pacto, símbolo de la presencia divina, pasaron más de media milla por delante del pueblo, al que se le prohibió acercarse. Esto demostró que Jehová no necesitaba protección de Israel, sino que era su guarda y guía, ya que los sacerdotes no iban armados, y no temían separarse del ejército israelita y aventurarse con el arca en el río a la vista de los enemigos.

El Dr. Hales señala que el paso de este río, en la estación más desfavorable, fue aún más milagroso que el del Mar Rojo, ya que no se utilizó ningún elemento natural como el viento o el reflujo de la marea, como se mencionó para minimizar la importancia del milagro en el Mar Rojo.

Parece que este milagro fue designado providencialmente para responder a objeciones respecto al anterior. Ocurrió al mediodía, bajo la luz del sol, y en presencia de los habitantes circundantes, lo que aterrorizó a los reyes cananeos y amoritas al oeste del río. Philip Henry Gosse

Las aguas reconocen a su Amo; el Jordán, que fluía a rebosar cuando Cristo fue bautizado, ahora se aparta cuando el mismo Dios debe atravesarlo en el arca. Entonces, el agua era útil; ahora, lo es la arena. No se menciona que se golpeara el agua con una vara; la presencia del arca del Señor Dios, Señor de todo el mundo, es señal suficiente para que estas aguas retrocedan, sin atreverse a mojar ni los pies de los sacerdotes que la llevaban.

¡Qué obedientes son todas las criaturas ante el Dios que las ha hecho! ¡Qué glorioso es el Dios a quien servimos; a quien los poderes de los cielos y los elementos se someten de buen grado, y alegremente aceptan el carácter y la naturaleza que Él les da! Abraham Wright

Versículo 4-6. Cuando Cristo desciende al alma en la obra de conversión, ¡qué fuerza despliega. Las fortalezas del pecado son expugnadas; todo lo que se exalta a sí mismo contra el conocimiento de Cristo es puesto en cautividad a la obediencia de su cetro (2 Corintios 10:4, 5). Se echa a los demonios de las posesiones que habían retenido durante años sin la menos interrupción.

Lo mismo hace Cristo en la conversión de un pecador. El Jordán retrocede, todo el curso del alma se altera, las montañas saltan como carneros. Hay muchas montañas en el alma de un pecador, como el orgullo, la incredulidad, el engreimiento, el ateísmo, la liviandad, etc. Estas montañas son arrancadas de cuajo en el momento en que Cristo empieza la obra de la conversión. Ralph Robinson

Versículo 5. ¿Qué te pasó oh mar que huiste? ¿Estabas asustado? ¿Por qué falló tu fuerza ‘Se secó tu propio corazón? «¿Qué mal tenías tú, oh mar, que huiste?» Tú estabas cerca del poder de Faraón, pero no temías a sus huestes; el viento tempestuoso nunca prevaleció contra ti para dividirte en dos; pero cuando el Señor pasó a través de tus muchas aguas, te asustaste y huiste delante de Él. C. H. S.

Versículo 6. Oh montes ¿por qué saltasteis como corderos, y vosotros, collados, como corderitos?

¿Qué os dolía que os movíais así?

Sólo hay una respuesta: la majestad de Dios os hacía saltar. Una mente de gracia va a reprobar a la naturaleza humana por esta extraña insensibilidad, cuando el mar y el río, los montes y los collados son tan sensibles a la presencia de Dios

El hombre está dotado de razón e inteligencia, y, con todo, se queda inconmovible ante lo que la creación material contempla con temor. Dios ha llegado más cerca de nosotros de lo que llegó nunca en Sinaí, o en el Jordán, porque ha asumido nuestra naturaleza, y, sin embargo, la masa de la humanidad no retrocede de sus pecados ni avanza por los caminos de la obediencia. C. H. S.

Versículo 7. A la presencia de Jehová tiembla la tierra. «Está en dolores», como una mujer de parto; porque si el dar la ley produce estos terribles efectos, ¿cuál será el resultado de quebrantarla? John Trapp

Versículo 8. La peña en estanque de aguas.

La salida de Israel de Egipto y la victoria de nuestro Señor sobre los poderes de la muerte y el infierno tipifican vívidamente nuestra liberación del yugo del pecado. Por lo tanto, los corazones cristianos deberían recordar sinceramente el Éxodo.

¿No habló Moisés a nuestro Señor, en el Monte de la Transfiguración, de «su salida» que El había de llevar a cabo al poco a Jerusalén; y no está escrito de las huestes celestiales que cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios y del Cordero? ¿No esperamos nosotros otra venida del Señor, cuando a la vista de su rostro los cielos y la tierra huirán y no habrá más mar?

Nos unimos a los cantores alrededor de la mesa de Pascua y pronunciamos nuestra Hallel, pues el Señor nos ha liberado del yugo de servidumbre y nos ha llevado como un rebaño a través del desierto, donde Él suplió nuestras necesidades con maná celestial y agua de la Roca de los siglos. Alabado sea el Señor. C. H. S.

La notable peña en el Sinaí, que la tradición dice que fue golpeada por Moisés, ha sido al menos bien escogida según su situación, sin importar la opinión que tengamos sobre la veracidad de esta tradición. Parecen ser los viajeros más recientes quienes le otorgan mayor respeto que los anteriores.

Es una masa de granito aislada, de casi veinte pies de largo y alto, con su base hundida en la tierra, sin saber hasta qué profundidad. En su cara anterior hay grietas horizontales a distintas alturas, algunas cerca de la parte superior y otras cerca del suelo.

Un viajero norteamericano dice: «El color y la apariencia de la roca son tales que, si se viera en otro lugar, sin tradición, nadie dudaría que las grietas fueron causadas por el agua saliendo de ellas». Creo que sería en extremo difícil la formación de una grieta así artificialmente.

No es menos difícil creer que una fuente natural manara a la altura de doce pies desde la superficie de una roca aislada.

Creyendo que el agua salió de una roca de esta montaña, como creo yo, no encuentro nada increíble en la opinión de que esta es la roca precisa, y que estas grietas y otras apariencias deben considerarse como evidencias del hecho. C. H. S.

Si la peña cambió en estanque de aguas y en manantial de aguas la roca, ¿no se humedecerán por lo menos nuestros ojos, si no brota de ellos una fuente de lágrimas, al considerar nuestra propia miseria y las misericordias inefables de Dios al librarnos del mal? Oh Señor, toca Tú los montes y que humeen; toca nuestros labios con una brasa de tu altar, y de nuestra boca brotará tu alabanza.

Golpea, Señor, nuestros corazones duros como pedernal, con el martillo de tu Palabra, y ablándalos con las gotas de tu misericordia y el rocío de tu Espíritu; hazlos humildes, tiernos, de carne, circuncidados, blandos, obedientes, nuevos, limpios, quebrantados, y luego «un corazón contrito y humillado no despreciarás Tú, oh Dios». John Boys

Mientras describía el viaje de Israel al salir de Egipto y destacaba la presencia divina entre ellos, percibí una hermosura en este Salmo que antes desconocía y que estaba a punto de perder. Noté que el poeta oculta deliberadamente la presencia de Dios al principio, usando un vocablo posesivo en lugar de un sustantivo para sugerirla sin mencionarla directamente. Escribe: «Judá fue su santuario, e Israel su dominio», o reino.

Ahora veo claramente la razón y la necesidad de este enfoque. Si el poeta hubiera mencionado a Dios desde el principio, los lectores no se habrían asombrado al ver los montes saltar y el mar retroceder. Para presentar con sorpresa esta convulsión de la naturaleza, él evita mencionar a Dios hasta después y, con un giro brillante del pensamiento, lo introduce de repente con toda su majestad. Isaac Watts

Charles Spurgeon