La Verdadera Grandeza
Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor. MATEO 20.25–26
Una y otra vez, Jesús enfatizó esta verdad: Si usted quiere ser grande en el reino, tendrá que ser el siervo de todos. Es admirable cuán poco penetró esta verdad en la conciencia de los discípulos, aun después de haber estado tres años con Jesús.
Una y otra vez, Jesús enfatizó esta verdad: Si usted quiere ser grande en el reino, tendrá que ser el siervo de todos...
Y en la última noche de su ministerio terrenal, ninguno de ellos tuvo la humildad de tomar la toalla y una palangana, y llevar a cabo la función de sirviente (Juan 13.1–17). Así es que Jesús mismo lo hizo.
Finalmente, Juan aprendió lo que es el equilibrio entre la ambición y la humildad. De hecho, la humildad es una de las grandes virtudes que se destaca en sus escritos.
A través del Evangelio de Juan, por ejemplo, él no menciona ni una sola vez su nombre. En lugar de escribir su nombre, lo que haría que la atención se centre en él, se refiere a sí mismo como «uno de sus discípulos, al cual Jesús amaba» (Juan 13.23; 20.2; 21.7, 20), dando gloria a Jesús por haber amado a este hombre.
La humildad de Juan también se advierte en la forma gentil en que se dirige a sus lectores en cada una de sus epístolas. Los llama «hijitos», «amados», y se incluye a sí mismo como un hermano e hijo de Dios (cp. 1 Juan 3.2).
Hay una ternura y compasión en estas expresiones que muestran su humildad. Su última contribución al canon fue el libro del Apocalipsis, donde se describe como «vuestro hermano, y copartícipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo» (Apocalipsis 1.9). Aun cuando él fue el último de los apóstoles vivo, y el patriarca de la iglesia, nunca lo encontramos enseñoreándose sobre los demás.