Cambiar el mundo comienza en uno mismo: Muchas veces queremos transformar lo externo —la sociedad, la política, nuestras relaciones— sin darnos cuenta de que la verdadera transformación nace desde dentro.
Cuando era joven y mi imaginación no tenía límites, soñaba con cambiar el mundo. Según fui haciéndome mayor, pensé que no había modo de cambiar el mundo, así que me propuse un objetivo más modesto e intenté cambiar solo mi país.
Pero con el tiempo me pareció también imposible. Cuando llegué a la vejez, me conformé con intentar cambiar a mi familia, a los más cercanos a mí. Pero tampoco conseguí casi nada.
Ahora, en mi lecho de muerte, de repente he comprendido una cosa: Si hubiera empezado por intentar cambiarme a mí mismo, tal vez mi familia habría seguido mi ejemplo y habría cambiado, y con su inspiración y aliento quizá habría sido capaz de cambiar mi país y —quién sabe— tal vez incluso hubiera podido cambiar el mundo.
(Encontrada en la lápida de un obispo anglicano en la Abadía de Westminster).
Moraleja:
“El cambio empieza por cambiarte a ti mismo.” La verdadera influencia no se ejerce desde la imposición, sino desde el ejemplo. Cuando nos convertimos en la mejor versión de nosotros mismos, inspiramos a quienes nos rodean, y así, poco a poco, el cambio se expande.