Esta anécdota convierte al anillo de compromiso en un objeto más valioso, representa una deuda moral convertida en promesa.
Un muchacho entró con paso firme en una joyería y pidió que le mostraran el mejor anillo de compromiso que tuvieran.
El joyero le enseñó uno. El muchacho contempló el anillo y con una sonrisa lo aprobó. Preguntó luego el precio y se dispuso a pagarlo. “¿Se va usted a casar pronto?”, preguntó el dueño.
“No. Ni siquiera tengo novia”, contestó. La sorpresa del joyero divirtió al muchacho. “Es para mi madre. Cuando yo iba a nacer estuvo sola. Alguien le aconsejó que me matara antes de que naciera, pues así se evitaría problemas.
Pero ella se negó y me dio el don de la vida. Y tuvo muchos problemas, muchos. Fue padre y madre para mí, y fue amiga y hermana, y fue maestra.
Me hizo ser lo que soy. Ahora que puedo le compro este anillo de compromiso. Ella nunca tuvo uno. Yo se lo doy como promesa de que si ella hizo todo por mí, ahora yo haré todo por ella.
Quizás después entregue yo otro anillo de compromiso, pero será el segundo”. El joyero no dijo nada. Solamente ordenó a su cajera que le hiciera al muchacho el descuento aquel que se hacía solo a clientes especiales.
Moraleja
El verdadero compromiso no nace de las expectativas, sino de la gratitud. Quien valora el sacrificio ajeno, encuentra la manera más noble de corresponderlo.
Esto nos invita a reflexionar: ¿cuántas personas en nuestras vidas han hecho sacrificios invisibles? ¿Cómo podemos devolver, aunque sea simbólicamente, ese amor desinteresado?