El viaje de regreso a las sierras se había convertido en una odisea para la misionera. No encontraba ningún medio disponible: largas colas frente a las boleterías de ómnibus y trenes indicaban que aquellas vacaciones de invierno habían sido aprovechadas por mucha gente.
Finalmente, consiguió trabar amistad ocasional con alguien que le indicó una compañía de turismo desconocida. Aunque con reticencia, sacó el pasaje, pues lo importante era viajar.
Con muy pocos pasajeros se inició el viaje; pronto descubrió la verdad: el ómnibus no era adecuado, frecuentes paradas para arreglos, hasta que les informaron que no podía andar más. El conductor les devolvió el importe del pasaje, quedando aun muchos kilómetros para llegar.
Buscaron un pequeño restaurante sobre la ruta, donde les informaron que cinco horas después pasaba un ómnibus que les podría llevar a su destino. ¿Qué hacer?
La misionera tomó su decisión: uno a uno fueron escuchando su testimonio personal, y recibiendo una porción bíblica. Su asombró creció cuando encontró un creciente interés en algunos de ellos, que querían escuchar más acerca de Jesucristo.
Fue tal el resultado que, una reemprendido el viaje, siguieron conversando hasta llegar a su destino, unas horas después.
La oportunidad se presentó, y aquella fiel sierva de Jesucristo aprendió una nueva experiencia acerca del evangelismo personal. Las oportunidades deben ser aprovechadas, para instar “a tiempo y fuera de tiempo”.