Ninguna empresa es más importante que cultivar una familia consagrada. Christiaa n Barnard cuenta su triste historia en su libro One Life(Una vida):
Fue una brillante mañana de abril cuando salí de Minneapolis. Parecía un siglo desde que había llegado allá, un tiempo más largo que todos los años anteriores.
En Nueva York puse el carro en un barco y tomé un avión para Cape Town. Un viento del noroeste soplaba cuando llegamos por sobre el mar con las olas por debajo.
Mi esposa estaba allí con los hijos. Yo no había escrito mucho en los últimos dos meses, sin embargo no estaba preparado para su saludo. “¿Por qué volviste?” Ya no había sonrisa en sus ojos. Ay, Dios, pensé, he cometido la más terrible equivocación de mi vida. “No te sorprendas,” dijo ella.
“Ya nos habíamos dado por vencidos en cuanto a ti. Decidimos que no ibas a volver.” Yo respondí: “Fue sólo una pequeña demora. Escribí al respecto.”
“No, tú escribiste diciendo que no venías a casa.” “Estábamos fabricando válvulas, válvulas de la aorta,” él respondió.
“No; estabas construyendo una familia. Eso es, hasta que la echaste sobre mis faldas,” respondió ella con amargura. “Hemos dejado de existir para ti.”
Yo quería decir que volvía porque quería a mis hijos, y que pensaba que la quería a ella. Lo quería porque lo sentía, pero qué podría decir ahora para que no sonara sin sentido.
—Christiaan Barnard, One Life