En la ciudad de Paraiba del norte, existía antes una inmensa gamalleira, un árbol frondoso que ofrecía fresca sombra a los campesinos cuando éstos llevaban al pueblo los frutos del campo.
Dicho árbol era muy antiguo, y había resistido vientos de gran impetuosidad. Conservaba en su tronco añoso las señales de haber sido herido más de una vez por las chispas eléctricas, sin que éstas hubiesen podido abatirlo.
Hace años ese árbol se secó. Cuando vino un perito de la secretaría de Agricultura a examinarlo, descubrió que se había muerto a consecuencia de una pequeña hormiga blanca, conocida en Brasil por cumpim, que había hecho un nido en las raíces de la vieja gamalleira.
Hoy apenas existe de aquel gigantesco árbol el nombre de la “Rúa de Gamalleira”, o sea, la calle donde él antes prestaba su fresca sombra.
Pudo aquel árbol resistir a los vientos fuertes y hasta burlarse de los rayos; sin embargo, cedió ante la invasión de un pequeño e insignificante insecto.
Otro tanto ha ocurrido a miles de personas que por no dar importancia a “pequeñeces”, han sido víctimas de esas mismas cosas insignificantes.