-Ya no sirvo para nada--- Decía una anciana a su pastor. El Señor me alarga la vida; pero no sé para qué, ya no puedo hacer ningún bien.
-Usted está haciendo mucho bien ----dijo el ministro del Evangelio----
Pues me ayuda cada domingo a predicar el sermón.
-¿Cómo? Interrumpió la ancianita.
En primer lugar ---declaró este--- usted está siempre la primera en su asiento de la iglesia, y esto me ayuda.
En segundo lugar, está muy atenta mirándome a en la cara; y ello me ayuda también. En tercer lugar, veo a menudo lágrimas deslizarse por sus mejillas, y esto me ayuda más que todo.