David y Absalón. Bosquejos bíblicos para Predicar 2 Samuel 13–18
Busca ser placentero y atrayente, La brusquedad y la acritud del pecado parientes son; Busca dar luz allí a donde vas, Ten más fe que en un empujón en una palabra de paz. Busca por nada en ansiedad estar, Recibiendo sereno lo que a tu parte toque; Sigue buscando mostrar que Él tus heridas sana, Que las pruebas gozo traen como la noche estrellas da» GROSART
La terrible caída de David por el pecado pudo tener mucho que ver en la potenciación de la soberbia y de la confianza de Absalón en sí mismo. Nadie vive para él mismo. El fruto de la iniquidad de los padres puede tener una resurrección y un juicio en la descendencia de ellos.
La historia de Absalón es la historia de un pródigo pereciendo en la provincia apartada. Es un faro de advertencia a todos los jóvenes en peligro de dejarse seducir a la ruina por la concupiscencia de los ojos y por la soberbia de la vida. Hagamos un examen de la carrera de este joven, y observemos:
I. Sus ventajas naturales. Eran sumamente grandes y favorables. No solo era hijo de un rey, sino que en su presencia personal no había en todo Israel ninguno tan alabado por su hermosura como Absalón; desde la planta de su pie hasta su coronilla no había en él defecto.
Pero, ¡qué terrible contraste tenemos con su naturaleza espiritual y moral!: Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana (Is. 1:6). Las ventajas o desventajas hereditarias no son suficientes en sí mismas ni para hacer ni deshacer la verdadera nobleza de carácter, pero un comienzo favorable puede contar mucho en la carrera de la vida.
Absalón tuvo una ancha puerta con gloriosas oportunidades que le eran ofrecidas por cuanto podía atraer los afectos de los israelitas. Pero la apariencia externa no cuenta para nada delante de Dios (1 S. 16:7).
II. Su espíritu vengativo. El asesinato a sangre fría por parte de Absalón de su hermano Amnón pasados dos años después de haber tenido lugar la vil y cruel acción de Amnón revela un espíritu resuelto y carente de escrúpulos.
El tiempo y las circunstancias no podían enfriar el fuego de su talante implacable. Sus palabras eran como miel y mantequilla, pero dentro de su corazón se agazapaba el engaño. La belleza externa y la deformidad interior son siempre características de los «sepulcros blanqueados» que son los hipócritas. Véase el proceso de blanqueado que se describe en Romanos 10:3.
III. Su nueva oportunidad. Absalón huyó a Gesur para escapar de la ira de su padre, y fue después de varios años restaurado al favor del rey por medio de la influencia de su primo Joab (14:33). En la providencia de Dios tiene otra oportunidad de hacer un nuevo comienzo honroso en la vida.
¡Qué trascendentes son las consecuencias que brotan de este día renovado de la gracia! ¿Escogerá él el camino estrecho que conduce a la vida, o la anchurosa senda hecha por uno mismo que conduce a la destrucción? ¿No hay acaso muchos jóvenes en nuestros pueblos y ciudades que se toman a la ligera un privilegio repetido que está pesadamente cargado de cuestiones eternas? «He aquí ahora el tiempo favorable» (2 Co. 6:2).
IV. Su autoengrandecimiento. «Aconteció después de esto, que Absalón se hizo con carros y caballos, y cincuenta hombres que corriesen delante de él» (15:1-6). La gracia perdonadora del padre, en lugar de ablandar su corazón y llevarlo a una sumisión agradecida, parece que solo le dio mayor licencia a su voluntad rebelde y a su presunción.
Un pecador irregenerado convertirá la gracia de Dios en disolución tomando todo el favor y la bendición que Dios le dé para hacer que ello ministre a su propia soberbia y gloria. Años después Adonías jugó el mismo juego orgulloso y ruinoso (1 R. 1:5). El que a sí mismo se exalta será abatido (2 Co. 10:18).
V. Su rebelión abierta. «Diréis: Absalón reina» (15:10). Echa de sí la máscara de hipocresía, y quedan revelados los propósitos secretos de su corazón. Se declara enemigo del gobierno de su padre David, y aspirante a la posición y autoridad del rey. Es de lo más sugerente que los doscientos hombres a los que llamó, y que fueron en su sencillez, no sabían nada (cf. 15:11).
La rebelión abierta contra la voluntad y los caminos de Dios es el fruto maduro de una vida secreta egocéntrica. Mientras los impíos puedan conseguir algunas ventajas mundanas mediante sus falsas pretensiones se retendrán de manifestar su verdadero disgusto interno con el gobierno de Dios. Pero llega el día en que toda cosa oculta será revelada.
VI. Su muerte antes de tiempo. He aquí que he visto a Absalón colgado de una encina. Al cabalgar hacia la espesura para escapar de los veteranos de David fue directo a las fauces de la muerte, porque aquella cabeza de soberbia y belleza quedó atrapada entre dos ramas de una encina, y el mulo en que confiaba pasó adelante.
Los que luchan contra Dios tienen que enfrentarse con fuerzas que no conocen; su mulo, cualquiera que sea, se irá un día pasando adelante y dejándolos impotentes entre el cielo y la tierra, como igualmente inaptos para el uno y la otra.
El hombre que edificó su casa sobre la arena descubrió también que la base en que había confiado le era quitada. Es muy diferente con los redimidos del Señor (Sal. 40:2). El tratamiento de Joab del infortunado pretendiente fue cruel y sanguinario. Mía es la venganza, dice el Señor, Yo daré el pago. Ciertamente, el triunfo de los malvados es pasajero.
VII. Su irónico monumento. «Absalón había tomado y erigido una columna y llamó aquella columna por su nombre» (18:18). Él había establecido esta columna quizá para que señalara su última morada, pero en lugar de ello «le echaron en un gran hoyo en el bosque, y levantaron sobre él un montón grande de piedras» (18:17).
Su total rechazo de la autoridad paterna y divina le prepararon una sepultura de un perro. Su columna, como el pilar de sal en la llanura de Sodoma, se convirtió en un monumento del juicio de Dios contra la desobediencia. Fue otra torre de Babel a escala reducida. En Lc. 18:11 vemos a otro hombre ocupado en levantar su columna, pero el nombre de ellos es legión (Ro. 10:3).
VIII. Su dolorido padre. ¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!» (18:33). El único que parecía poder derramar lágrimas por Absalón fue el que había sido más gravemente ultrajado por él.
¡Qué revelación tenemos aquí de la hondura de la ternura de aquel amor contra el que se pecó! Indudablemente hubo varios elementos que añadieron aguijón al dolor de David, como su propia caída en pecado, las penosas circunstancias de la muerte, y la desobediencia de Joab a las órdenes del rey (v. 5).
Pero ¿qué diremos del amor de Dios que, cuando éramos aún pecadores, rebeldes, envió a su unigénito Hijo a morir por nosotros? Aquí hay amor, un amor que no desea la muerte de nadie, un amor que ha derramado llanto sobre los errantes (Lc. 19:41).
Un amor que está dispuesto a perdonar. Un amor que ha sufrido ya los agudos dolores de la muerte por nosotros; pero ¡ay¡ un amor que es tan menospreciado por muchos hoy como lo fue el de David por parte de Absalón.