Desprevenidos para la Batalla. Bosquejos Biblicos para Predicar Deuteronomio 20:1-8
«Oh Señor, Que no sea que yo en tu Iglesia sea Estéril como la higuera junto al camino Para siempre inútil. ¡Qué castigo!Señor, que tal sobre mi no venga, Mas en ti injertado, la Vid viviente, que me des que cada día fruto mucho lleve.» «El pensamiento de no ser apto para el trabajo va a quebrantarle el corazón». Esto dijo una mujer hace poco al hablar de su envejecido padre.
¡Sería una bendición si la perspectiva de la inutilidad para la obra del Señor creara esta angustia en el alma! ¿Y por qué no debiera ser así? Si alguien tiene una mano seca y no puede trabajar, nos da lástima y damos nuestra ayuda, pero si tiene un alma seca y es incapaz de servir a Cristo, ¡qué pocos que se preocupan!
Aprendamos de este pasaje que:
I. Hay una batalla que librar. «No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Ef. 6:12). Consideremos:
1 EL PODER DEL ENEMIGO. «Caballos y carros, y un pueblo más grande que tú» (v. 1). Las fuerzas del mal son a la vez numerosas y formidables, y forman en tres grandes divisiones: el mundo, la carne y el diablo. En el pasado habíamos luchado bajo las banderas del príncipe de las tinieblas (Ef. 2:2).
2 EL SECRETO DEL PODER. «Está contigo Jehová tu Dios» (vv. 1, 4). En esta batalla nada podemos hacer sin la presencia del Cristo viviente. La batalla no es vuestra, sino del Señor en vosotros. Mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo (1 Jn. 4:4). Algunos confían en los carros y caballos de sus propias fuerzas y energías, mas nosotros recordaremos el Nombre del Señor (Sal. 20:7; véase Is. 31:1).
3 LA PALABRA ALENTADORA. «No desmaye vuestro corazón, no temáis, ni os azoréis, ni tampoco os desalentéis» (vv. 3, 4). «No temas, porque Yo estoy contigo; no desmayes, porque Yo soy tu Dios» (Is. 41:10). «En estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Ro. 8:37). «Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera» (Jn. 12:31). «Tened ánimo, Yo he vencido al mundo.»
II. Hay algunos que no son aptos para la batalla. ¿Quiénes son?
1 AQUELLOS CUYA OBRA DE DEDICACIÓN NO HA QUEDADO COMPLETADA. «¿Quién ha edificado casa nueva, y no la ha estrenado? Vaya, y vuélvase a su casa»
(v. 5). El Señor sabía que aunque los tales fueran reclutados forzosamente a luchar, sus corazones estarían en sus casas. Cada cosa no dedicada en la que se pone el corazón hace inapto para el servicio de todo corazón que Él demanda.
La consagración de todas nuestras posesiones a Dios es la manera de librarnos de toda ansiedad acerca de ellas, de modo que de ninguna manera nos estorben de llevar a cabo la obra del Señor.
2 LOS QUE NO HAN GUSTADO DEL FRUTO DE SU TRABAJO. «¿Y quién ha plantado viña, y no ha disfrutado de ella? Vaya, y vuélvase a su casa.» El hombre que todavía no había obtenido ningún fruto de su labor quedaba también descalificado. Para nosotros esta es una severa prueba. Los cristianos cuyas vidas no hayan dado fruto en el hogar no es probable que sean fructíferos fuera de él. Los misioneros que han recibido mayor bendición en el campo extranjero son los que también han tenido más éxitos en su propio país.
Si como predicadores no hemos cosechado de lo plantado en nuestras propias viñas, no podemos esperar cosecha cuando sembremos en los viñedos de otros. El camino para ser apto para la gran y agresiva obra de Dios es comenzar en casa. Que vuelva a su casa y coma allí del fruto de su trabajo, y después que libre las batallas del Señor fuera de ella.
3 LOS QUE TIENEN OBLIGACIONES INCUMPLIDAS PARA CON OTROS. «¿Quién se ha desposado con mujer, y no la ha tomado? Vaya, y vuélvase a su casa» (v. 7). El hombre cuyos afectos están puestos en alguien, en tanto que puede estar en el servicio de Cristo en lo externo, es igual de culpable que el hombre que dijo: «Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir» (Lc. 14:20): su corazón está ausente.
Toda promesa incumplida, hecha a un semejante, o cualquier sentimiento poco caritativo, descalifican para el servicio. Una deuda, por pequeña que sea, puede actuar como una mosca en el perfume. Primero reconcíliate con tu hermano, y luego ven, y ofrece tu don de servicio (Mt. 5:23, 24).
4 LOS ATEMORIZADOS Y PUSILÁNIMES. «¿Quién es hombre medroso y pusilánime? Vaya, y vuélvase a su casa» (v. 8). En cada caso, el lenguaje es muy claro, «vaya, y vuélvase». Será mejor tanto para él como para la causa. Los cobardes y los pusilánimes en la gran obra de Dios son muy numerosos. Es ahora como fue en los días de Gedeón (Jue. 7:3).
Pero la causa de Cristo no sufre porque se vayan. La purificación de las filas las fortalece. Trescientas almas consagradas son de más valor en esta batalla que veintinueve mil setecientos dubitativos pretenciosos. La batalla es del Señor, y solo los que son de Él y por Él pueden librarla.