EL INCRÉDULO TOMÁS. Bosquejos Bíblicos para Predicar Juan 20:24-29
Aquel atardecer del primer día de la primera semana de resurrección fue para siempre memorable. Los corazones de los discípulos estaban llenos de temor y asombro ante las cosas que habían sucedido (v. 18). Se habían reunido en un aposento con puertas cerradas y atrancadas, por miedo a sus enemigos, para reconsiderar toda la situación.
Pero Aquel que había muerto para salvarlos eliminó todas sus dudas y temores al aparecer repentinamente entre ellos, pronunciando la paz y soplando sobre ellos una anticipación del poder y de la bendición pentecostal. Todos los actos de Cristo aquí están llenos de significado. 1) Les anunció la «Paz» a ellos; 2) se reveló a Sí mismo como el Crucificado (v. 20); 3) los comisionó (v. 21); 4) los dotó (v. 22); 5) les prometió éxito en sus empresas (v. 23). Y, ¿qué sucede ahora con Tomás? Si Pedro fue impetuoso con la lengua, Tomás era lento en su mente (14:5). Observemos:
I. Su oportunidad perdida. «Pero Tomás… no estaba con ellos cuando vino Jesús» (v. 24). No se da la razón de por qué no estaba, pero al menos se indica que él estaba ausente. Tiene que haber sabido acerca de la reunión, pero al no creer la resurrección de Cristo, es probable que hubiera abandonado todas las esperanzas, sintiéndose absolutamente aturdido y avergonzado. Al rehusar reunirse con sus compañeros de apostolado, solo fortaleció su incredulidad, y se perdió la comunión del Señor, tan fortalecedora de la fe. Los que están fuera de comunión con el cuerpo de creyentes no pueden esperar gozar de la comunión de Cristo.
II. Su negación enfática. Cuando los discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor», les dijo: «Si no veo… no creeré» (v. 25). Fue incrédulo (v. 27). Su corazón estaba endurecido contra la verdad de «la resurrección ». Su «no creeré» revela el desesperado antagonismo que estaba en su naturaleza. Estaba dispuesto a caminar por vista, y no por fe. Es poco menos que locura mantenerse uno en contra del testimonio unido de los discípulos de Jesucristo. El imperioso «no creeré» de la mente arrogante y llena de prejuicios nunca puede anular la fe de Dios. «Cree, y verás.»
III. Una reprensión humillante. Tomás no ganó nada sino tristeza y separación a causa de su actitud independiente. Pero no se perdió la siguiente reunión de los discípulos, «ocho días después», porque estaba «con ellos Tomás». Una vez más se apareció Jesús, y le dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo… y no seas incrédulo, sino creyente» (v. 27).
Ahora tuvo, en la gracia del Señor Jesucristo, una oportunidad de «palpar el Verbo de vida», pero tan pronto como tiene esta oportunidad, la mano de incredulidad se queda paralizada. Lo que los discípulos no consiguieron en una semana de razonamientos, Jesucristo lo hizo en un momento con su Palabra. La incredulidad es de lo más vergonzoso cuando se ve al mismo Cristo.
¡Cómo tuvo que haberse arrepentido Tomás después del trato dado al testimonio de sus amigos creyentes. ¿No perdemos nosotros mucha bendición precisamente ahora por la misma razón, rehusando creer a quienes han experimentado una plenitud de bendición a la que nosotros, por nuestra incredulidad, somos totalmente ajenos? Que él se revele a nosotros de tal manera que cada duda se avergüence delante de él.
IV. Su confesión de fe. «Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío!» Había visto, y había creído, pero la bendición del hombre que no ha visto pero que ha creído nunca podría ser suya (v. 29). Sin embargo, él ha creído, y ello con todo su corazón. Sus palabras fueron pocas, pero profundas, y provinieron de las más grandes profundidades de su alma. Hubo en ellas una confesión:
1 De su DEIDAD. «Dios mío».
2 De su AUTORIDAD sobre él. «Señor mío».
3 De su RENDICIÓN PERSONAL a él. «Señor mío y Dios mío».