El Visitante Divino. Bosquejos Bíblicos Para Predicar Apocalipsis 3:20
«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo» (Ap. 3:20).
Cristo llamando a la puerta es una prueba de que ha llegado muy cerca, y ello para bendecirnos. También implica su buena disposición a entrar, y la mala disposición del corazón a dejarle entrar.
La naturaleza del hombre es como una casa con muchas estancias. El Señor llama a la puerta de cada apartamento para poder tener acceso a toda la casa del Alma Humana.
I. Llama como Redentor para salvar. Para salvar a la dormida conciencia de dormir el sueño de la muerte. Como Aquel que pagó la redención del alma, llama para poder entrar en posesión de la propiedad que él compró con su sangre, para salvarla de las destructoras manos del enemigo. «Si algún pecador abre la puerta, entraré» (cf. Ap. 3:20).
II. Llama como Médico para sanar. Sabe que todos los moradores de esta casa del Alma Humana están enfermos, y que necesitan su toque sanador. Toda la cabeza está enferma, el corazón, débil, y las manos y las rodillas, débiles. De hecho, nada hay que esté sano; toda la vida interior ha sido polucionada con el veneno del pecado. He aquí, tu Sanador está a la puerta. «Si algún enfermo abre la puerta, entraré a él» (cf. Ap. 3:20).
III. Llama como Maestro para dar instrucción. Él es el gran Maestro venido de parte de Dios, que puede ungir los ojos de sus discípulos con el celestial colirio, para que vean y comprendan cosas celestiales.
Las mentes, cegadas por Satanás, pueden quedar hermosamente iluminadas por Aquel que es la Sabiduría de Dios. «Si alguno carente de instrucción abre la puerta, entraré a él» (cf. Ap. 3:20).
IV. Llama como Rey para reinar. Una vida egocéntrica es una vida arruinada. Como Señor, él llama para poder entrar de tal manera en aquella vida que él ha redimido mediante su vida que pueda llegar a gobernarla y a controlarla para el propio bien de ella y para su gloria.
Hasta que el Rey esté entronizado dentro, el alma está bajo la servidumbre y la tiranía del yo insensato y presuntuoso. Desea que el gobierno de tu vida esté sobre sus hombros, para que no haya mal gobierno en los asuntos del alma. Aunque él es «Rey de nuestras vidas», no obliga, sino que llama. «Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él» (Ap. 3:20).
V. Llama como un Mercader para enriquecer. Él conoce la pobreza de aquellos que se dicen ricos y que piensan que nada necesitan. Las riquezas inescrutables están en Él, y la infinita misericordia y el infinito amor le han traído a la misma puerta de tu empobrecida vida, para que seas lleno de su plenitud.
«Te aconsejo que de Mí compres oro refinado por fuego, para que seas rico» (Ap. 3:18). Comprarás sin dinero cuando dejes entrar a este Mercader. «Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él» (Ap. 3:20).
VI. Llama como un novio, para cortejar. Su deseo no es únicamente salvar, sanar, enseñar y enriquecer, sino tener la comunión de todos aquellos a los que ha bendecido. Llama a la puerta del corazón porque busca admisión al afecto.
Tres veces oyó Pedro esta llamada: «¿Me amas?» (Jn. 21:15). Debido a que nos ama tanto, es muy celoso de nuestro afecto. Si tú lo has admitido como Salvador y Rey, de seguro que le darás con tu adhesión el amor de tu corazón y la comunión de tu vida.
Su amor le constriñe a llamar para que nuestro amor nos constriña a abrir, para que toda barrera entre el alma y Cristo pueda quedar eliminada, y podamos gozar de una comunión ininterrumpida. «Si alguno oye mi voz, y abre la puerta, entraré» (Ap. 3:20).