ELÍAS Y CRISTO. Bosquejos Biblicos para Predicar 2 Reyes 2:1-15
Levántate, todo el curso de la vida cristiana es una gran ascensión fuera de las tinieblas a su luz maravillosa: fuera de la vida del egoísta yo a la vida de Dios; un olvido de las cosas que quedan detrás y un lanzarse adelante y arriba hacia las cosas de arriba. Una vida resucitada implica afectos resucitados.
La forma de la partida de Elías nos recuerda poderosamente a nuestro Señor Jesucristo, y nos conduce a pensar en algunos otros puntos de semejanza entre ambos. Él fue semejante a Cristo:
I. En el carácter de su ministerio. Como nuestro Salvador, Elías estuvo muy solo en el cumplimiento de su misión. Ambos tenían un mensaje concreto de parte de Dios, ambos tenían poder para cerrar o abrir el cielo. Elías, como nuestro Señor, fue contado como enemigo por aquellos a los que vino especialmente a ayudar. Ambos fueron menospreciados a la vez que temidos. El ministerio de Elías, como el de Cristo, comenzó presentándose a sí mismo como uno cuyo carácter había sido hasta entonces desconocido (1 R. 17:1), y terminó con un arrebatamiento.
II. En su gloriosa perspectiva. Evidentemente, Elías sabía que iba a ser tomado repentinamente al cielo por un torbellino (vv. 1, 2). Tenía la bienaventurada esperanza de pasar, en forma corporal, al Reino de arriba. Así fue también con Jesucristo después de haber pasado el Jordán de la muerte. Él le dijo a María: «Suéltame, porque aún no he subido a mi Padre» (Jn. 20:17).
¿No es ésta la esperanza que nos ha sido puesta delante de nosotros? «No todos dormiremos (el sueño de la muerte); pero todos seremos transformados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; … nosotros seremos transformados; porque es menester que… esto mortal sea vestido de inmortalidad » (1 Co. 15:51-53). «Y todo aquel que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro» (1 Jn. 3:3).
III. En su victoria sobre el Jordán. Las profundas y oscuras aguas del Jordán corrían entre Él y el lugar de su gloriosa ascensión a la mansión celestial. Fueron divididas aquí y allí cuando fueron golpeadas con su manto. El manto era el símbolo del oficio profético transformado en un arma del poder divino.
Jesucristo venció el Jordán de la muerte golpeándolo con el manto de su cuerpo sagrado. «Te vieron las aguas, oh Dios; las aguas te vieron, y temieron» (Sal. 77:16). Por medio de su muerte en la cruz las aguas de la muerte huyeron, y temieron las profundidades del infierno.
IV. En su relación con sus seguidores. «Y pasaron ambos por lo seco». Elías y su sucesor pasaron juntos el Jordán. Eliseo descendió con su amo, y, por el momento, fue sepultado juntamente con él en esta sepultura recién hecha. Si se hubiera detenido antes de esto, se habría perdido la «doble porción».
Debemos ser plantados juntamente en la semejanza de la muerte de Cristo si queremos serlo también en la semejanza de su resurrección (Ro. 6:5, 6). El Yo debe descender a la muerte con Cristo si queremos resucitar en novedad de vida, vestidos con su manto de autoridad divina (Gá. 2:20, 21).
V. En su ofrenda llena de gracia. «Elías dijo a Eliseo: Pide lo que quieras que haga por ti, antes que yo sea quitado de ti» (v. 9). Su afectuoso Señor está a punto de desvanecerse de delante de su vista, pero antes de irse abre, por así decirlo, la puerta del cielo, y da a su siervo un atisbo de sus tesoros y la oportunidad de «pedir lo que quiera».
Esto lo hizo Cristo cuando prometió el Espíritu Santo a sus discípulos antes que fuera quitado de entre ellos. Así como Elías tenía que partir antes de poder enviar el manto, así Cristo tenía que partir antes que el Espíritu pudiera ser dado (Jn. 16:7). En la promesa del Espíritu Santo, Cristo fue como Elías, poniendo al alcance de sus seguidores está posibilidad: «Pedid todo lo que queráis, y os será hecho» (Jn. 15:7).
VI. En su gloriosa ida al Hogar. «Elías subió al cielo… Y nunca más le vio» (vv. 11, 12). «Se cumplió el tiempo en que había de ser recibido arriba» (Hch. 1:9). Como Enoc, anduvo con Dios, y desapareció, porque se lo llevó Dios. Bienaventurados los que han recibido tan firme certidumbre de la glorificación de su Maestro: «Testigos oculares de su majestad» (2 P. 1:16).
VII. En su especial don. «Alzó luego [Eliseo] el manto de Elías que se le había caído, y volvió, y… golpeó las aguas» (vv. 13-15). Como los discípulos en el aposento alto, se quedó hasta recibir de su amo el don de lo alto, aquel don en cuyo poder se harían maravillas en su nombre.
Su amo se había ido, pero ahora «obras mayores» iban a ser cumplidas por medio de este don celestial, que para él sería «una doble porción». ¿Nos hemos apropiado nosotros así de anhelantes de aquel manto que ha caído para nosotros en su don del Espíritu Santo, para que las obras de nuestro Amo ascendido puedan ser reproducidas por nosotros? Elías obró siete milagros, pero Eliseo, con la «doble porción de su espíritu», pudo ejecutar catorce (Jn. 14:12). «¿Recibisteis el Espíritu Santo?» (Hch. 19:2).