FE Y FRACASO. Bosquejo bíblico para predicar de Hechos 21:1-36
«San Pablo fue un gran mercader de Cristo tanto por tierra como por mar.» Esto dijo John Trapp, y es un dicho de lo más sugestivo. Ningún mercader apremiaba más sus mercaderías que Pablo apremiaba las cosas del Reino de Dios.
Fuera donde fuera, hiciera lo que hiciera, era siempre un embajador de Cristo. Para él, la religión no era un manto que pudiera ponerse o quitarse según demandara la ocasión. Era los huesos y los nervios y el vital aliento de su ser.
Como Saulo, estaba crucificado con Cristo; como Pablo, no tenía existencia más que en y por Él. «Para mí, el vivir es Cristo.» Observemos aquí algunas cosas adicionales acerca de él:
I. Su triste expectativa. Mientras iba de camino a Jerusalén, fue advertido al menos dos veces del peligro y de un encarcelamiento cierto, si acudía entonces en aquel tiempo (vv. 4-11).
Él ya sabía antes de esto, por el Espíritu Santo, y por todas las ciudades, que le esperaban cadenas y aflicciones (vv. 20-23).
En sus días de inconverso, «en el judaísmo aventajaba a muchos de sus contemporáneos» (Gá. 1:14) en que era honrado y alabado por los hombres; pero lo había sacrificado todo por Él, que le había llamado por su gracia, y que había prometido mostrarle cuán grandes cosas debía sufrir por su nombre. Había sido llamado a la comunión de los padecimientos de Cristo.
II. Su fe valerosa. La réplica de Pablo a su ruego unido fue breve y decisiva: «Yo estoy dispuesto» (v. 13). Dispuesto, no solo a ser atado, sino a morir por el nombre del Señor Jesús. El secreto de la paz y de la victoria frente a toda prueba y persecución es conectar el NOMBRE del Señor Jesús con ello.
El que puede decir confiado «¿Quién podrá separarme del amor de Cristo?» puede decir también «somos más que vencedores en Aquel que nos amó». «Yo estoy dispuesto.» ¡Que timbre de confianza inalterable se oye aquí! ¡Cuánto se ha perdido política, comercial, moral y espiritualmente por falta de estar dispuesto cuando llegó la crisis.
Fueron las que estaban preparadas las que entraron cuando llego el Esposo; las que se estaban preparando fueron excluidas.
III. Su poderoso testimonio. «Contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles» (vv. 17-20). Habiendo llegado a Jerusalén, y habiendo sido calurosamente acogido por los hermanos, Pablo les relató otro capítulo de la historia de su vida, maravillado por las grandezas de la gracia de Dios.
Los que por la fe intentan grandes cosas para Dios, tendrán experiencias que glorificarán a Dios (v. 20). Si queremos ver el poder maravilloso de Dios, tenemos que «bogar a lo profundo», a lo profundo de la insondable gracia de Dios, y las inescrutables riquezas de su Hijo. Cree, y verás.
IV. Su gentileza contemporizadora (vv. 21-26). Viendo que había tantos en Jerusalén que creían que la enseñanza de Pablo llevaba a los convertidos a «apostatar de Moisés», los ancianos le persuadieron a que mostrara su devoción a la ley de Moisés afeitándose la cabeza, y uniéndose a aquellos cuatro hombres que estaban para presentarse como observantes de la ley del voto de nazareato (Nm. 6:13-18).
Esto tenía el propósito de silenciar a aquellos que cavilaban en su furor contra la predicación del apóstol, y mostró la gran humildad de Pablo, cuando se sometió a tal cosa por causa de ellos. Estaba dispuesto a hacerse todo… para de todo punto salvar a algunos.
V. Su conspicuo fracaso (vv. 27-31). El mismo medio empleado para desarmar al enemigo vino a ser causa de ofensa. Se había afeitado la cabeza por temor al hombre; ahora queda atrapado en el lazo.
No podemos dejar de pensar que en su deseo de complacer a los hermanos, y quizá de justificarse a los ojos de los hombres, fracasó en esta ocasión al no mantenerse firme «en la libertad con la que Cristo le había libertado».
Pero en todo caso lo seguro era que iba a venirle gran apuro en Jerusalén, porque el Espíritu Santo ya había dado testimonio de ello, y el amado Pablo no pareció en absoluto quedar frustrado con las terribles consecuencias.
VI. Su rescate por los soldados (vv. 32-36). Esta fue una triste escena. Los adoradores del templo de Dios queriendo matar a aquel cuyo cuerpo era templo del Espíritu Santo.
Los formalistas religiosos están siempre resistiendo al Espíritu de Dios, porque donde está el Espíritu, hay libertad.
Las cadenas de los soldados romanos eran más misericordiosas que las lenguas de estos hipócritas. Pero un hombre de Dios es inmortal hasta que ha terminado su tarea.