I. Humillación. Muchos hombres ha habido que criados en la falda de la opulencia, se han visto, por accidente o fracaso, reducidos a la pobreza y a la vergüenza, pero nadie tuvo jamás que dejar tanto como Cristo cuando «se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo... al hacerse obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Fil. 2:7, 8). Aquel que era rico–¡y cuán rico!–se hizo por nosotros pobre, y ¡oh, cuán pobre!
II. Oposición. La contradicción que Él sufrió en manos de pecadores contra Sí mismo fue también singular. Aunque «Varón de Dolores», Él fue menospreciado y desechado por los hombres. Handel fue descubierto llorando mientras ponía música a estas palabras. La común simpatía destinada a los simples mortales que padecen le fue negada. La oposición de Satanás a la «Muerte de la Cruz» fue otro amargo elemento en los dolores del Salvador. Obsérvese la tentación en el desierto. La reprensión al viento; la misma palabra que se emplea con el trato a los «espíritus inmundos». La reprensión de Pedro, y el «Quítate de delante de Mí, Satanás», cuando él le dijo: «Señor... en ninguna manera te suceda esto» (refiriéndose a su dolorosa muerte). Incluso estando Él en la Cruz, le escarnecían: «¡Desciende, y creeremos!».
III. Anticipación. Muchas veces nos hemos visto constreñidos a decir: «Es bueno que no sabemos lo que nos espera», cuando nos ha sobrevenido alguna repentina y terrible calamidad. Estas cosas nos son
misericordiosamente ocultadas de nosotros. Pero Cristo previó todo lo que estaba delante de Él. Él vino, no a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en rescate por muchos. «Y yo, si soy levantado de la tierra..., y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir» (Jn. 12:32, 33). El suyo fue también un dolor de una singular-
IV. Separación. Él pisó el lagar solo. Estaba perfectamente en su ambiente en el cielo, pero estuvo terriblemente solo en la tierra. Su misma naturaleza, como Santo y Divino, le hizo «separado de los pecadores», aunque Él fuera hecho «en semejanza de carne de pecado ». Las circunstancias, la disposición y la elección traen frecuentemente sobre los hombres el dolor de una vida separada. Nadie podía sentir esto de una manera tan intensa como el Hijo del Hombre, que era también el Hijo de Dios.
V. Relación. El suyo era enfáticamente el dolor de una relación singular. «Ciertamente él llevó nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores» (v. 4). Solo Él pudo hacer esto de la manera que una madre amante lleva las enfermedades y los dolores de un amado hijo que sufre. Tan intensos eran su amor y simpatía por nosotros como hombres pecadores, que no pudo refrenarse de llevar nuestras enfermedades y nuestros dolores. Fue sobre este hombre totalmente Consagrado que Jehová cargó «la iniquidad de todos nosotros» (v. 6). Fue por nosotros que derramó su santa y dolorida alma hasta la muerte (v. 12). Mirad y ved, si hay dolor como Mi dolor que me ha venido. ¿No os importa a cuántos pasáis por el camino? (Lm. 1:12).

