La Eleccioón de David. Bosquejos Bíblicos para Predicar 2 Samuel 24:1-14
I. Una sutil tentación. «E incitó a David contra ellos a que dijese: Ve, haz un censo de Israel y de Judá» (v. 1). Esta moción tuvo lugar por medio del diablo, porque el autor de Crónicas nos dice que «Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel» (1 Cr. 21:1). Fue para daño de Israel que se dependiera de su número y fuerza.
Es siempre una sutil treta de Satanás llevarnos a confiar en nuestra propia fuerza, porque sabe muy bien que si lo hace, logrará levantarse contra nosotros (cf. Ef. 6:11). «No con la fuerza (números), ni con el poder (la influencia humana), sino solo con mi Espíritu, dice Jehová de los ejércitos» (Zac. 4:6). Podemos con seguridad «contar nuestras bendiciones», y contar con sus promesas, pero contar con nuestra propia sabiduría y fuerza es apoyarnos en una caña cascada.
II. Una plena confesión. «Después que David hubo censado al pueblo, le pesó en su corazón; y dijo David a Jehová: Yo he pecado gravemente por haber hecho esto» (v. 10). El radiante informe de Joab de que en el reino unido de David había un millón trescientos mil valientes que sacaban espada (v. 9) no le dio ningún alivio al corazón del rey, tan consciente de su pecado.
¿De qué servía todo esto, si Dios no estaba con él? Todas nuestras dotes y capacidades intelectuales naturales, por grandes que sean, o por muy ricas y variadas que sean todas nuestras experiencias, de nada sirven en la obra de Dios si está ausente el poder del Espíritu. Quizá muchos de nuestros fracasos en el pasado se hayan debido a contar nuestras capacidades ignorando al Espíritu Santo.
Contamos nuestras organizaciones, nuestras reuniones, nuestra gente y nuestro dinero, pero digamos, ¿cuánto contamos con el PODER DE DIOS? ¿No nos convendría orar con David, «Oh Jehová, te ruego que quites el pecado de tu siervo, porque yo he hecho muy neciamente»?
III. Una terrible oferta. «Así ha dicho Jehová: Tres cosas te ofrezco: Tú escogerás una de ellas» (vv. 12, 13). Las tres cosas eran todas ellas igualmente terribles, aunque su duración era muy diferente.
«Siete años de hambre», «tres meses» de huir delante del enemigo, o «tres días» de pestilencia. Ceder ante el tentador ha llevado a David a una dolorosa elección. La paga del pecado es muerte, tanto para el creyente como para el impío. Podría parecer que debían caer los tres juicios debido al pecado de David, pero Dios, que «se deleita en misericordia », le dio a escoger uno.
Los tres juicios son de lo más sugestivos de los frutos de la desobediencia y de la deshonra a Dios. Hambre del alma, defecto del alma, y enfermedad del alma. Dios no nos promete darnos una elección de cómo va a castigarnos por nuestra soberbia e incredulidad, pero cuidémonos de que no haya en ninguno de nosotros un corazón malo, porque nuestro pecado de cierto nos alcanzará.
IV. Una elección que honraba a Dios. «David dijo a Gad: … Caiga ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas, mas no caiga yo en manos de hombres» (v. 14). David había pecado contra Dios al decidir hacer el censo del pueblo, y ahora iba a honrar a Dios al permitirle escoger en lugar de él.
La poderosa mano de Dios estaba levantada para golpear, y el arrepentido rey vio cómo iba a descender con una terrible fuerza, pero miró más allá del brazo que blandía la espada, al corazón lleno de gracia de Jehová, y se refugió en su misericordia.
Prefería afirmar su corazón en las misericordias de un Dios justo y aborrecedor del pecado antes que caer «en manos de hombres». Él sabía que las misericordias del malvado son crueles.
Las heridas de un amigo son mejores que los besos de un traidor. Aunque el brazo de Dios sea fuerte para golpear, su amor es fuerte para salvar. La elección que ahora Dios ofrece en gracia es entre vida y muerte, entre retribución y salvación, entre cielo e infierno.
¿Por qué debiera ahora nadie decir: «En grande angustia estoy», cuando el único camino abierto para escapar de la venganza de Dios contra el pecado es «Sus misericordias [que] son muchas» en Cristo Jesús, que llevó nuestros pecados en su propio cuerpo en el madero. «En Ti me refugio» (Sal. 143:9).
