LA HIJA DE JAIRO. Bosquejos Bíblicos para Predicar Marcos 5:22-24
«En esto llega uno de los dirigentes de la sinagoga, llamado Jairo.» Jairo significa un difusor de luz. Tal como era su nombre, así era su naturaleza. Que la luz de su vida, tal como se nos aparece aquí, se difunda en nuestros corazones. En este incidente tenemos mucho alimento para el pensamiento. Véase:
I. El bendito resultado de la aflicción. «Llega… y al verle, cae ante sus pies» (v. 22). Lo peligroso de la enfermedad de su hija lo hizo acudir a Jesús.
Si tenemos alguna luz en nosotros, huiremos hacia Él en el día de la angustia. En un hogar impío había uno que estaba yaciendo a punto de morir. Un vecino le dijo a la madre del moribundo: «Debería usted llamar al ministro». «¡Pobre de mí!», fue la respuesta, «¿tan mal está?» ¿Por qué se debe recurrir a Dios como último recurso?
II. La buena disposición a Cristo para ayudar. «Y [Jesús] se fue con Él» (v. 24). Puede que hubiera tenido un corazón pesado al acudir a Jesús, pero ahora su peso se aligera, pues Jesús está con Él. Es siempre mucho más fácil afrontar las dificultades cuando Él está con nosotros. Que nadie se atreva a dudar ni a desesperar en su presencia.
«Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí» (Éx. 33:15). Es una de las benditas maravillas de la gracia que cada creyente angustiado puede tener a Jesús totalmente para sí. Cristo en mí. «Nunca te dejaré.» «Jehová es mi Pastor.»
III. La prueba de la fe. «Tu hija ha muerto; ¿por qué molestas más al Maestro?» (v. 35).
Esto hubiera sido un golpe fatal para una fe vacilante. Pero aquí había una nueva dificultad. Antes era enfermedad, ahora es la muerte lo que Jesús tiene que afrontar. ¿Es Jesús poderoso para satisfacer todos los deseos del corazón? Los que quieren caminar con Él verán duramente probada su fe.
Pero la prueba de vuestra fe es preciosa. «¿Por qué molestas aún al Maestro?» Estas palabras revelan los límites de la fe y esperanza de aquellos.
Es posible honrarle con la vida–llamándole Maestro–mientras que la confianza del corazón está muy alejada. ¿Hasta dónde estamos preparados, por medio de la fe, a dejar que el Maestro vaya con nosotros hacia todas las imposibilidades humanas que están siempre ante nosotros? ¿O hemos dejado de molestarlo acerca de los muertos que nos rodean?
IV. El aliento del Maestro. «Jesús… le dice al dirigente de la sinagoga: No temas, cree solamente» (v. 36). Esta palabra la dio Jesús «oyendo lo que se hablaba». Él sabe cómo dar una palabra en sazón al que está cansado. Es su intención encontrar y satisfacer la confianza que se ha puesto en Él.
Nada es imposible para con Él. «Si crees, verás la gloria de Dios» (Jn. 11:40). El profesante formal con su reverencia externa y su desconfianza interna no abriga confianzas acerca de lo milagroso; pero al corazón sencillo y lleno de confianza Jesús le susurra: «No temas, cree solamente» (v. 36). «Mirad a Mí, porque YO SOY DIOS».
V. El poder reprensor de su presencia. «¿Por qué alborotáis?» (vv. 38, 39). Es totalmente indecoroso alborotar cuando está con nosotros la presencia de Aquel que es la resurrección y la vida.
Pero estos plañideros hipócritas (profesionales) no tenían fe en Jesús, y así siguieron con sus aullidos hasta que su palabra poderosa cayó en los oídos de ellos, transformando su llanto en burla. Cristo, como la Verdad y el Sol de Justicia, siempre derrama su marchitadora influencia sobre los hipócritas y los falsos (Mt. 23:23; Mr. 11:13, 14).
VI. El lugar de los incrédulos. «Y se reían de Él. Pero Él, después de echar fuera a todos…» (v. 40). Incluso Él, que vino a dar su vida en rescate por nosotros, encuentra necesario echar a algunos afuera antes de manifestar la gloria de su poder.
«Los malvados serán trasladados al infierno». La buena semilla será solo fructífera en un corazón bueno y honrado. El hombre, por su incredulidad persistente, se hace inapto incluso para ver la gloria de su gracia salvadora.
«Todos los mentirosos», y los «incrédulos», «tendrán su lugar en el lago de fuego». Cuando estos escarnecedores hipócritas fueron echados de allí, es indudable que estarían justificándose a sí mismos, pero no gustaron de la cena. El Señor podía estar perfectamente sin ellos. Las vírgenes insensatas fueron excluidas.
VII. El llamamiento que despierta. «Tomando la mano de la niña, le dice: … Muchacha, a ti te digo, levántate. Y en seguida se levantó la muchacha, y se puso a caminar» (vv. 41, 42). Fue para Él cosa tan fácil levantar a la muchacha de su estado de muerte como echar a los burlones de la casa.
Cristo hace sus más poderosas obras con tanta facilidad como se apartaba los rizos de su cabello de la frente con los dedos. ¿No es éste el llamamiento que sigue viniendo por medio de su Palabra a los santos dormidos y a los pecadores muertos: «Es ya hora de levantarse del sueño… la noche está avanzada, se acerca el día»? (Ro. 13:11, 12).