La Sunamita, o Características de una Mujer Cristiana | 2 Reyes 4:8-37 | Bosquejos para Predicar
Sunem se encontraba en el camino que iba de Samaria al Carmel, donde había una escuela de los profetas. ¡Cuán reconfortante sería la pequeña estancia y el cuidado de la sunamita tras un fatigoso camino de 50 kilómetros bajo el calor y sobre el ardiente polvo de un camino oriental!
El Señor tiene muchas maneras de cavar pozos para el refrigerio de los peregrinos celestiales. Aquellos que dan siquiera sea un vaso de agua fría en nombre de discípulo, como esta buena sunamita, no perderán su recompensa. Esta mujer era grande a los ojos del Señor. Observemos en qué consistía su grandeza. Ella era:
I. Benevolente. «Le invitaba insistentemente a que comiese» (v. 8). El amor de Dios no está en nuestro corazón si nuestra caridad solo actúa como eco. El amor de Cristo no esperó a ser importunado (Ro. 5:8).
II. Discernidora. «Yo entiendo que éste… es varón santo de Dios» (v. 9). Siendo ella de puro corazón, podía ver a Dios en el profeta (Mt. 5:8). La soberbia y la vanidad ciegan tanto las mentes de algunos que no son capaces de distinguir entre un profeta y un libertino. La devoción es tratada de hipocresía (Jn. 10:20).
III. Contentada. «¿Qué quieres que haga por ti?»; su respuesta fue: «Yo habito en medio de mi pueblo» (v. 13). Una mujer quejumbrosa hace un hogar nublado. La piedad con contentamiento es gran ganancia. La receta divina para la insatisfacción se encuentra en Hebreos 13:5, 6.
IV. Sobria. «No, señor mío, varón de Dios, no hagas burla de tu sierva » (v. 16). La promesa de un hijo le parecía demasiado buena para que se cumpliera en ella. Así que le recordó a Eliseo que él era un hombre de Dios, y que por tanto no debía buscar ningún favor por medio de lisonjas. En su alma aborrecía la irrealidad, y amaba la verdad. Hubiera sido una miserable compañía para las comadres murmuradoras.
V. Sumisa. Ella respondió: «paz» (v. 23). Aunque su amado hijo había muerto, con una impresionante resignación dijo: «paz». El más grande de los Sufrientes, cuando se encontró en una marejada de aflicción, «no abrió su boca», sabiendo que el resultado sería «paz». Habéis oído la paciencia de Job.
VI. Creyente. Cuando le preguntaron «¿Le va bien… a tu hijo?», ella respondió: «Bien». Es fácil decir «Bien» cuando sigue fluyendo la marea de la prosperidad. Es necesaria la fe para decirlo en medio de las sombras de la muerte (Job 13:15). Es indudable que ésta es una de las mujeres de que leemos en Hebreos 11:35. La fe siempre recibe la recompensa.
VII. Perseverante. «No te dejaré» (v. 30). Ella tenía fe en el profeta, y no estaba dispuesta a irse sin una bendición. Pensemos en el efecto de la fe de Jacob (Gn. 32:26). No tenemos un juez injusto ante quien insistir; y si es así, ¿por qué es que prevalecemos tan poco? (Lc. 18).
VIII. Triunfante. «Él le dijo: Toma tu hijo. Y así que ella entró, se echó a sus pies» (v. 37). No quedó tan embargada por las bendiciones como para olvidar al que le bendecía. Madre, guárdate de estar más preocupada por la prosperidad de tu familia que por la honra de tu Señor y Amo (Mt. 6:33).