NUESTRO DIOS EL FUEGO CONSUMIDOR. Bosquejos Bíblicos para Predica Hebreos 12:29
Aquí tenemos unas pocas y notables palabras empleadas en la Escritura para describir el carácter esencial de Dios. 1) Dios es Espíritu. En esto se ve su indivisibilidad y grandeza. 2) Dios es Amor. Esto revela su bondad insondable e inmutable. ¡Qué privilegio morar en tal morada! (1 Jn. 4:16). 3) Dios es Luz. Y esto, por cuanto Él es Amor.
En Él no hay tinieblas algunas. Ninguna incertidumbre. Ninguna injusticia. 4) Dios es Fuego. No en figura, sino en realidad: un fuego consumidor. Este solemne y terrible aspecto de la naturaleza de Dios es frecuentemente descuidado. Aquí está la muerte del pecado y del yo; aquí reside la vida de la santidad.
Éste es el Dios con quien nosotros, como cristianos, tenemos que ver. Fue en forma de fuego que Dios apareció por primera vez a su siervo Moisés. Esto santificó aquella tierra, y aunque la zarza no se consumía, podemos estar seguros de que todo lo que fuera impuro dentro de la zarza sí que debía quedar consumido. Nosotros llevamos dentro de nosotros a diario el misterio de la zarza ardiendo. «¿No sabéis que Dios mora en vosotros?» Pero la frágil zarza de nuestros cuerpos no se consume. Tenemos este tesoro en vasos de barro para que la excelencia del poder sea de Dios.
I. Como fuego, nuestro Dios consume. El fuego sobre el altar, símbolo de la presencia de Dios, ardía de continuo. En el altar de nuestro corazón, como en el trono de nuestro ser, sigue morando el Espíritu de fuego. Este santo fuego no puede sufrir el acercamiento de lo inmundo.
Los Nadabs y Abiús de la soberbia y engreimiento quedan consumidos de inmediato (Nm. 10). Fue una revelación autocrucificadora la que recibió Pablo, cuando le plugo a Dios revelar a su Hijo en él (Gá. 1:15, 16; 2:20). El Lugar Santísimo lo era porque en él moraba la columna de fuego. Por ello no había allí modo de entrar sin sangre. Que la sangre de Jesús guarde de tal manera la vía de acceso a lo más interior de nuestra alma, donde mora el Espíritu, y que este santo fuego consuma todo lo que se acerque sin la sangre.
II. Como fuego, nuestro Dios purifica. La presencia de Dios era la purificación y santificación del Templo. Es cierto hoy que cuando el Señor el Espíritu llega repentinamente al templo de nuestro cuerpo es como fuego purificador. «¿Y quién podrá estar en pie cuando él se manifieste?» (Mal. 3:2).
No debe haber otra autoridad cuando Él aparezca; cada capacidad de nuestro ser debe sujetarse a Él, y en este sometimiento quedan purificadas. Así como cada vaso en el Tabernáculo era dado a Dios, y reclamado y empleado por Él, de la misma manera los miembros de nuestro cuerpo deben ser entregados a Él como instrumentos de justicia (Ro. 6:13).
III. Como fuego, nuestro Dios energiza. ¡Qué poder más real es el fuego! Pensemos en las máquinas movidas por fuego que impulsan a los poderosos navíos acorazados a hender la mar. Allí donde hay fuego, se siente su poder. «Nuestro Dios es un fuego consumidor.» ¿Puede Él estar en nosotros sin que se vea y sienta un poder divino? Cuando los discípulos fueron bautizados con el Espíritu Santo y con fuego, no se pudo esconder el hecho.
«Están llenos de mosto.» Cuando el carbón encendido tocó la boca del profeta, ¡cuán rápidamente se vio en él el poder! «Heme aquí, envíame a mí» (Is. 6). El fuego interior es el remedio para toda formalidad y frialdad en el servicio del Señor. Es el eterno enemigo del helado y aterido aliento de la incredulidad. «Él os bautizará con fuego.» ¿Estáis dispuestos a ser bautizados con este bautismo?