El lugar de su presencia
Al comenzar la renovación de la alabanza y la adoración hicimos más énfasis en las formas de alabar (el aplauso, las manos levantadas, el arrodillarnos, la danza, el cántico nuevo…), que en el propósito de la adoración, que es la presencia de Dios.
En cuanto a la presencia de Dios es importante aclarar la diferencia entre Su omnipresencia, el lugar en donde Él vive y la manifestación de Su presencia.
OMNIPRESENCIA
Significa que Dios está en todo lugar.
«¡Jamás podría escaparme de tu Espíritu!
¡Jamás podría huir de tu presencia!
Si subo al cielo, allí estás tú;
si desciendo a la tumba, allí estás tú»
(Salmos 139.7–8, ntv).
Hay personas que no están interesadas en Dios y, sin embargo, Él sí se interesa en ellos; eso es omnipresencia.
«Los ojos del Señor están en todo lugar, vigilando a los buenos y a los malos» (Proverbios 15.3).
EL LUGAR DONDE VIVE DIOS
En el Antiguo Testamento, Dios eligió vivir en medio de su pueblo Israel y ahora su pueblo es la iglesia en donde Él vive.
«El Señor su Dios marchará al frente de ustedes para destruir a todas las naciones que encuentren a su paso, y ustedes se apoderarán de su territorio […] Sean fuertes y valientes. No teman ni se asusten ante esas naciones, pues el Señor su Dios siempre los acompañará; nunca los dejará ni los abandonará» (Deuteronomio 31.3, 6).
El Señor nos advierte acerca de las consecuencias de alejarnos de Él:
«Muy pronto esta gente me será infiel con los dioses extraños del territorio al que van a entrar. Me rechazarán y quebrantarán el pacto que hice con ellos. Cuando esto haya sucedido, se encenderá mi ira contra ellos y los abandonaré; ocultaré mi rostro, y serán presa fácil. Entonces les sobrevendrán muchos desastres y adversidades, y se preguntarán: “¿No es verdad que todos estos desastres nos han sobrevenido porque nuestro Dios ya no está con nosotros?”» (Deuteronomio 31.16–17).
En 2 Crónicas 15.2 el Espíritu de Dios dijo:
«El Señor estará con ustedes, siempre y cuando ustedes estén con él. Si lo buscan, él dejará que ustedes lo hallen; pero si lo abandonan, él los abandonará».
Dios también está en cada persona que ha recibido a Jesús como su Salvador.
«¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes?» (1 Corintios 3.16).
«Porque nosotros somos templo del Dios viviente. Como Él ha dicho: “Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”» (2 Corintios 6.16).
LA MANIFESTACIóN DE SU PRESENCIA
Dios está presente en todas las iglesias, pero su presencia no se manifiesta en todas, Dios está en el corazón de todos los que lo han recibido, pero su presencia no se manifiesta en todos.
Quiero ilustrar esto de la siguiente manera: en medio de nosotros puede estar un millonario sin que nadie se dé cuenta, pero si ese millonario le diera a cada uno un millón de pesos, en ese momento, ¡se manifestó el millonario! Así también sucede con Dios, la manifestación de su presencia se puede ver por el resultado que produce en nosotros. Él es sanador, es paz, es amor, es gozo, es santo, es proveedor, es bueno…
En el Antiguo Testamento, Dios se manifestó en el tabernáculo:
«Moisés tomó una tienda de campaña y la armó a cierta distancia fuera del campamento. La llamó “la Tienda de la reunión con el Señor”. Cuando alguien quería consultar al Señor, tenía que salir del campamento e ir a esa tienda […] En cuanto Moisés entraba en ella, la columna de nube descendía y tapaba la entrada, mientras el Señor hablaba con Moisés […] Y hablaba el Señor con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo» (Éxodo 33.7, 9, 11).
Algo similar sucedió cuando Salomón dedicó el templo:
«Cuando Salomón terminó de orar, descendió fuego del cielo y consumió el holocausto y los sacrificios, y la gloria del Señor llenó el templo. Tan lleno de su gloria estaba el templo, que los sacerdotes no podían entrar en él.
Al ver los israelitas que el fuego descendía y que la gloria del Señor se posaba sobre el templo, cayeron de rodillas y, postrándose rostro en tierra, alabaron al Señor diciendo: “El Señor es bueno; su gran amor perdura para siempre”» (2 Crónicas 7.1–3).
Su presencia también se manifestó a personas como Jacob. En Génesis 28.15–17 Dios le dijo:
«”Yo estoy contigo. Te protegeré por dondequiera que vayas, y te traeré de vuelta a esta tierra. No te abandonaré hasta cumplir con todo lo que te he prometido”. Al despertar Jacob de su sueño, pensó: “En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado cuenta”. Y con mucho temor, añadió: “¡Qué asombroso es este lugar! Es nada menos que la casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!”».
Dios también se manifestó a Moisés. En una ocasión cuando estaba cansado de su pueblo, le dijo a Moisés que iba a enviar al ángel pero que Él ya no los acompañaría más, y Moisés le respondió:
«Si no vienes con nosotros, ¿cómo vamos a saber, tu pueblo y yo, que contamos con tu favor? ¿En qué seríamos diferentes de los demás pueblos de la tierra?» (Éxodo 33.16).
Es la presencia de Dios la que nos hace diferentes a las demás personas.
«—Está bien, haré lo que me pides —le dijo el Señor a Moisés—, pues cuentas con mi favor y te considero mi amigo» (Éxodo 33.17).
En el Nuevo Testamento, la presencia de Dios se manifestó por medio de Jesús. Con respecto a Jesús Juan dijo: «Y hemos contemplado su gloria». Antes de ascender al cielo, Jesús prometió manifestarse por medio del Espíritu Santo.
«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta ráfaga de viento y llenó toda la casa donde estaban reunidos. Se les aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse» (Hechos 2.1–4).
Cuando somos bautizados en el Espíritu Santo, la presencia de Dios se manifiesta en nosotros con señales y prodigios: lenguas, profecía, sanidades, discernimiento…
SU PRESENCIA ES DIOS CON NOSOTROS
Cuando Jesús nos prometió el Espíritu Santo dijo:
«No los voy a dejar huérfanos; volveré a ustedes» (Juan 14.18).
Hace más de veinte años, cuando estábamos a pocos días de empezar la iglesia, me di cuenta de la triste realidad de que yo no era nada; yo era una simple vasija de barro. Pero todavía pensaba en eso cuando Dios me habló y me dijo:
«Mi presencia irá contigo, y te daré descanso» (Éxodo 33.14, rvr).
Hasta el día de hoy, Dios ha sido fiel a su promesa.
LA PRESENCIA DE DIOS ES EL LUGAR A DONDE VAMOS POR LA FE CUANDO ORAMOS
No siempre experimentamos la presencia de Dios, ni lo vemos, ni lo oímos, pero en esos momentos debemos creer por fe que Él se ha manifestado en medio de nosotros.
«Sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan» (Hebreos 11.6).
CUANDO CERRAMOS NUESTROS OJOS VEMOS POR LA FE:
El trono de la gracia
«Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (Hebreos 4.16).
El lugar santísimo
«Así que, hermanos, mediante la sangre de Jesús, tenemos plena libertad para entrar en el Lugar Santísimo, por el camino nuevo y vivo que él nos ha abierto a través de la cortina, es decir, a través de su cuerpo […] Acerquémonos, pues, a Dios» (Hebreos 10.19–20, 22).
El monte de Sión
«El Señor ha escogido a Sión; su deseo es hacer de este monte su morada: “Éste será para siempre mi lugar de reposo; aquí pondré mi trono, porque así lo deseo”»(Salmos 132.13–14).
La cima del monte
«¿Quién puede subir al monte del Señor? ¿Quién puede estar en su lugar santo? Sólo el de manos limpias y corazón puro […] Quien es así recibe bendiciones del Señor» (Salmos 24.3–5).
El lugar de oración
«Pero tú, cuando te pongas a orar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto. Así tu Padre, que ve lo que se hace en secreto, te recompensará»
(Mateo 6.6).
¿QUE ES ESA PRESENCIA ESPECIAL SOBRE NOSOTROS?
La presencia de Dios es bendición. Eso significa que a nosotros todo nos sale bien, tenemos éxito y somos prósperos.
«Fue así como el arca del Señor permaneció tres meses en la casa de Obed Edom, y el Señor lo bendijo a él y a toda su familia» (2 Samuel 6.11).
Fue tan obvia la bendición de Dios sobre Obed Edom que por eso David quiso traer el arca a Jerusalén. Sus cultivos eran los mejores, sus hijas eran las más bonitas, a sus hijos les empezó a ir bien en el estudio, todo le salía bien…
Con respecto a José, Génesis 39.2–3 dice:
«Ahora bien, el Señor estaba con José y las cosas le salían muy bien[…]su patrón egipcio[…]se dio cuenta que el Señor estaba con José y lo hacía prosperar en todo[…]». La presencia de Dios no solo bendijo a José sino a los que estaban con él. «Por causa de José, el Señor bendijo la casa del egipcio Potifar» (Génesis 39.5).
DIOS PREFIERE TRABAJAR CON NOSOTROS
Yo siempre me hacía preguntas como estas, ¿por qué unas iglesias crecen y otras no? ¿Por qué algunos cristianos son bendecidos y otros no? ¿Tengo que buscar la bendición de Dios o simplemente esperarla? ¿Tengo que buscar a mi esposa o espero que llegue?
Tal vez nos hagamos esta misma pregunta con respecto a la presencia de Dios, ¿lo tenemos que buscar o lo esperamos?
Dios respondió mis preguntas en un artículo que leí hace muchos años en la revista Ministry Today. Este artículo decía que aunque a Dios le gusta hacer las cosas por nosotros, Él prefiere trabajar con nosotros.
En este artículo el pastor Kong Hee contaba algo acerca de la iglesia City Harvest en Singapore. Ellos empezaron la iglesia y, por la gracia de Dios, en solo tres años pasó de tener una asistencia de veinte personas a tener mil trescientas personas.
Esto es lo que muchos llamarían un avivamiento, Dios los estaba bendiciendo y estaba obrando a favor de ellos. Pero luego de un tiempo y sin razón alguna la iglesia dejó de crecer. Durante tres años hicieron todo lo posible para que siguiera creciendo, pero la iglesia se quedó estancada en mil trescientas personas.
En ese tiempo se dedicaron a consolidar y a discipular a los creyentes. La iglesia también se fortaleció en oración, guerra espiritual y liberación. Hicieron producciones en vivo de la alabanza y la adoración, pero nada lograba reactivar el crecimiento de la iglesia hasta que un día Dios le habló al pastor y le dijo: «A partir de hoy todo tiene que estar fundamentado en estos dos principios: Amar a Dios y amar a las personas. Si logran sacar de las cuatro paredes de la iglesia la unción que les he dado, en un año voy a doblar la asistencia y les voy a dar un crecimiento que ustedes nunca imaginaron».
Y así fue que en menos de un año la iglesia pasó de mil trescientos a tres mil personas. Cinco años después ya tenían más de once mil personas.
Como fruto de esa experiencia el pastor aprendió que durante los primeros tres años Dios había trabajado a favor de ellos. Pero ellos no entendieron que el propósito de ese avivamiento no fue que Dios les hiciera todo el trabajo sino que fue empoderar a la iglesia para que saliera a cumplir la gran comisión.
Dios quiere trabajar a favor de nosotros, pero Él prefiere trabajar con nosotros como hizo con los discípulos.
«Los discípulos salieron y predicaron por todas partes, y el Señor los ayudaba en la obra y confirmaba su palabra con las señales que la acompañaban» (Marcos 16.20).
Tristemente, en un avivamiento, cuando Dios hace pone su favor sobre una iglesia, muchos toman una actitud pasiva y esperan que Dios lo haga todo. Es como cuando compramos un carro, tenemos dos opciones para pagarlo: a crédito o de contado. De todas formas lo tenemos que pagar, pero unos eligen pagarlo antes de disfrutarlo y otros después.
Eso también sucede en un avivamiento, aunque por un tiempo una iglesia puede disfrutar de los beneficios del favor inmerecido de Dios, después tendrá que cumplir con la misión que Dios le dejó: atraer a las personas a Jesús, plantarlas en la iglesia, formar en ellas el carácter de Cristo, equiparlas para servir a Dios y vivir para adorar.
Esto también se aplica a una persona, a quien Dios ha bendecido o ha ungido a pesar de su carácter, tiene que trabajar muy duro en áreas de su vida para que su carácter llegue al mismo nivel que está la unción. Si no lo hace, la caída será desastrosa. Es por eso que aunque Dios quiere obrar a favor de nosotros, prefiere trabajar con nosotros.
Con respecto a la presencia de Dios. Algunos lo tienen simplemente por gracia, pero otros no, por eso debemos preguntarnos, ¿qué tenemos que hacer para atraerlo? ¿Qué hicieron hombres como David, Moisés, José o Job para conquistar el corazón de Dios? O mejor todavía, ¿qué hizo Jesús? Cuando Jesús se bautizó, el Padre expresa satisfacción cuando le dice:
«Tú eres mi Hijo amado; estoy muy complacido contigo» (Lucas 3.22).
Eso nos muestra que Jesús conquistó el corazón de su Padre porque todo lo que hizo desde que fue un niño, lo hizo para complacerlo.
«Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y en el favor de Dios y de toda la gente» (Lucas 2.52, ntv).
El salmista menciona dos cosas que atraen la presencia de Dios: la santidad y la alabanza.
«Pero tú eres santo, tú que habitas entre las alabanzas de Israel» (Salmos 22.3, rvr).
Entonces, si queremos conquistar el corazón de Dios, necesitamos empezar a trabajar en nuestro carácter y debemos disciplinarnos para alabarlo todo el tiempo.
Estrella de la Mañana
Fui hecho para ti, para estar cerca de ti.
Fui hecho para ti, para adorar.
Llevaré al amanecer nuestro símbolo de amor.
Al cruzar el velo y descubrir tu amor.
Estrella de la mañana, luz en mi oscuridad
Jesús, junto a ti quiero estar.
Eres mi meta y mi deseo.
Estar contigo es lo que quiero.
© Su Presencia Producciones
Del libro "Cómo Conquistar el Corazón de Dios"
Autor: Andrés Corson
Editorial: Zondervan