PECADO Y MUERTE. Bosquejos Biblicos para Predicar Ezequiel 18:1-23
Dios acusa al pueblo de dar una representación falsa de los hechos. Dice: «¿Qué queréis decir vosotros, los que usáis este refrán... que dice: Los padres comieron las uvas agrias, y los dientes de los hijos tienen la dentera?» (v. 2).
La influencia hereditaria puede ser grande, pero ello no nos absuelve de responsabilidad personal. «He aquí que todas las almas son mías... el alma que peque, ésa morirá» (v. 4). No hay escapatoria a esto. En este capítulo se enseñan algunas lecciones escudriñadoras y alentadoras. Observemos que:
I. Todas las almas pertenecen a Dios (v. 4). Él es el Autor y Dador de la vida. Él es el Padre de los espíritus. Las almas son, en el sentido más profundo, espíritus, y deberían glorificar a Dios como el fin principal de su existencia.
II. Cada alma es individualmente responsable ante Dios.
«El alma que peque, ésa morirá» (vv. 4, 20). Nadie aquí va a morir por el pecado de su padre. El hijo pecador del hombre justo morirá en sus pecados (vv. 5-13), y el hijo justo de un padre pecador no morirá por sus pecados, sino que vivirá (vv. 14-17). Cada uno dará a Dios cuenta de sí. Nadie es condenado por el pecado de Adán, sino por cuanto «todos pecaron».
III. La condición de la vida es la justicia. «El hombre que sea justo… de seguro vivirá» (vv. 5-9). Un hombre justo es literalmente un hombre legítimo, un hombre que sigue la justicia. Un hombre cuya vida está en armonía con, y conducido por, la santa ley, o Palabra de Dios. Por medio de Cristo, la justicia de Dios es ahora para todos y sobre todos los que creen. Todos los que creen son justificados de todas las cosas (Hch. 13:38, 39). Aparte de la gracia «No hay justo, ni aun uno».
IV. La maldad es la condición de la muerte (v. 20). La maldad es aquí literalmente alegalidad, lo opuesto a los justos, que son legítimos. Un alma alegal es un alma que vive en la esfera de la muerte. La enemistad contra la Palabra y la voluntad de Dios es la evidencia de maldad. Los que son ley para sí mismos son los asesinos de sus propias almas. Arrepentíos y creed.
V. El pecado y la muerte son inseparables. «El alma que peque, ésa morirá» (v. 20). La paga del pecado es muerte (Ro. 6:23). La «paga» es algo que uno se ha ganado merecidamente, y que tiene que ser pagado en justicia. El alma que peque morirá, porque, al pecar, el alma escoge la muerte antes que la vida. La presencia del pecado significa muerte, lo mismo que la ausencia de la luz significa tinieblas.
VI. Dios no se complace en la muerte de los malvados. «¿Acaso me complazco yo en la muerte del impío?, dice el Señor Jehová» (v. 23). El carácter de Dios, su Palabra, y su obra en la Persona de su Hijo, todo ello declara de manera enfática su desagrado ante la muerte del alma que peca. ¿Podría alguna protesta ser más clamorosa que el clamor del Cristo de Dios sobre aquel terrible madero? «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Su voluntad es que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad (1 Ti. 2:4).
VII. La conversión es el camino hacia la vida. «Que se aparte de sus caminos y viva» (v. 23). El Señor no hace acepción de personas; su «camino es recto» (v. 25). «Al que a mí viene, de ningún modo le echaré fuera». Si no os convertís, si no volvéis al Señor, no podéis entrar en el Reino de la vida. Yo he venido para que tengáis vida. Venid a Mí. Volveos, volveos de vuestros malos caminos, ¿por qué moriréis?